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Messi, la verdad en la ficción y el deseo de comunidad

  • Writer: Marcelo Gallo
    Marcelo Gallo
  • Jun 12
  • 3 min read



Cuando Lionel Messi alzó la Copa del Mundo en diciembre de 2022, millones de personas lloraron. No todas eran fanáticas del fútbol. No todas estaban pendientes del juego. Pero algo en esa escena produjo un impacto profundo y transversal, difícil de reducir a lo deportivo.


Algunos intentaron desacreditar la emoción: “¿Y si estuvo todo arreglado?”, “¿Y si fue puro marketing?”. Pero incluso si hubiera sido una coreografía perfecta, guionada por el capitalismo global —y no lo fue—, la emoción que generó fue real. Y eso nos invita a preguntarnos algo más interesante:

¿puede una escena simbólica tener efectos reales, incluso si no es “verdadera” en el sentido factual?


La respuesta es sí. Y desde múltiples disciplinas.





La verdad como ficción: Lacan y el deseo en escena



En su famosa frase, Lacan afirma que “la verdad tiene estructura de ficción”. No lo dice en tono relativista, sino como reconocimiento de que las grandes verdades que nos conmueven y orientan no se revelan en datos, sino en escenas: en mitos, relatos, momentos que condensan algo de nuestro deseo.


En este sentido, la imagen de Messi levantando la copa —temblando, emocionado, abrazado por su equipo— fue una escena deseada colectivamente, porque simbolizaba algo que el fútbol (y la vida) no siempre ofrece: una forma de justicia emocional.





El self como proceso: terapias contextuales y reconstrucción simbólica



Las terapias contextuales como ACT (Terapia de Aceptación y Compromiso) y FAP (Psicoterapia Analítica Funcional) plantean que el self no es una cosa, sino un proceso relacional y narrativo. No tenemos una identidad fija, sino múltiples formas de organizarnos a nosotros mismos en el tiempo, influenciadas por nuestras historias, nuestras relaciones y los marcos simbólicos que habitamos.


Desde esta perspectiva, ciertos eventos —aunque externos— tienen el poder de reorganizar internamente nuestros esquemas identitarios.


Ver a Messi —símbolo del hijo no comprendido, del talento silencioso, del hombre sensible en un mundo que exige dureza— triunfar y ser abrazado por millones, funcionó para muchos como una reparación simbólica de historias propias.

Fue una escena que permitió, aunque sea por un instante, imaginar una versión distinta de uno mismo: más aceptada, más valorada, más completa.





Verdad emocional y regulación simbólica



Aunque el fútbol es muchas veces un espectáculo masivo y comercial, también es un sistema narrativo compartido. Y en esa dimensión, las ficciones deportivas pueden operar como rituales emocionales colectivos. Lo mismo pasa con ciertas películas, canciones o mitologías.


Desde la regulación emocional, lo que importa no es si algo ocurrió “de verdad”, sino si permite reorganizar la experiencia interna, encauzar un dolor, o recuperar una dirección vital.


Ver a Messi ganar fue, para muchos, una metáfora vivida de lo siguiente:


  • Que se puede ser sensible y aún así llegar.

  • Que la perseverancia silenciosa tiene valor.

  • Que el afecto puede ganar.

  • Que uno no necesita impostar dureza para ser respetado.



Todo eso, aunque condensado en una escena breve, funcionó como una verdad emocional, válida por su impacto subjetivo, más allá de la evidencia histórica.





¿Y si esto también es político?



En un momento de enorme polarización política y social, el símbolo de Messi puede recordarnos algo esencial: que compartimos más de lo que creemos. Que más allá de las diferencias ideológicas, hay momentos —reales o simbólicos— en los que nos reconocemos parte de un nosotros más amplio, más frágil, más humano.


No se trata de usar a Messi para “unir al país” en sentido ingenuo. Pero sí de reconocer que ciertas escenas logran, aunque sea por un instante, bajar las defensas, suspender el cinismo, y recordarnos que no todo está perdido.





Un símbolo para actuar distinto



¿Qué hacemos con eso? ¿Qué nos queda después de la emoción?

Las terapias contextuales hablarían de valores y acciones comprometidas. Si una escena nos conmovió, no se trata solo de celebrarla, sino de permitir que algo cambie en nosotros.


Messi, sin decirlo, nos recuerda que:


  • Se puede sostener el esfuerzo sin violencia.

  • Se puede ser firme sin atacar.

  • Se puede habitar la excelencia sin dejar de ser humano.

  • Y que cuando se gana, también se puede abrazar.



Tal vez eso es lo que más necesitamos en un país donde muchos sienten que todo se trata de gritar, aplastar o resistir desde el miedo.

Volver al gesto tierno, al abrazo que no exige humillación, al juego que todavía puede emocionar.





Conclusión



Messi levantando la copa no fue solo un triunfo deportivo. Fue una verdad simbólica que, real o ficticia, nos dio permiso para sentir algo que el mundo nos niega seguido: esperanza.


Y esa esperanza, si la dejamos actuar, puede traducirse en gestos nuevos: más paciencia, más escucha, más ternura.

No por ingenuidad, sino por lucidez. Porque sabemos lo que se pierde cuando todo se endurece.


Si ese gesto nos conmovió, no lo dejemos pasar.

Que sirva —como toda ficción verdadera— para vivir con un poco más de sentido.


 
 
 

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