top of page

Salir a caminar con otros.

  • Writer: Marcelo Gallo
    Marcelo Gallo
  • Apr 20
  • 7 min read


Exploración masculina y neurociencia del movimiento colectivo


Hay un estado particular que muchos hombres conocen bien, aunque rara vez le ponen nombre. Un ritmo interno que aparece cuando se camina sin rumbo fijo, cuando se sale a “dar una vuelta” con amigos, cuando se recorre un barrio o un campo sin un objetivo claro, pero con la sensación de estar donde hay que estar. Es un estado de presencia activa, de alerta tranquila, de placer sutil. A veces con charla, a veces en silencio. A veces en grupo, a veces en soledad. Pero siempre con la sensación de estar explorando.

En la neurociencia moderna no tiene nombre, pero podríamos bautizarlo, con cariño y precisión poética, como el modo cruise, "el modo patrulla".



Testosterona, dopamina y el placer de recorrer

Desde lo biológico, este estado es profundamente regulado por un delicado equilibrio entre testosterona, dopamina y sistemas de orientación territorial.

Contrario a ciertos estereotipos, la testosterona no es solamente la hormona de la agresión o la competencia. También es una gran facilitadora del movimiento exploratorio, de la vigilancia lúdica, de la expansión del territorio personal. Aumenta la atención al entorno, la sensibilidad al espacio, y la motivación por estar ahí afuera, especialmente cuando no hay una amenaza concreta.

La dopamina, por su parte, potencia la anticipación del placer, la curiosidad por lo nuevo, el deseo de moverse. Caminar, observar, compartir la marcha con otros, todo eso activa un circuito mesolímbico que nos recompensa no por llegar, sino por movernos en grupo hacia ningún lugar. Se trata de una forma de flujo, de "presencia cinética", que no necesita meta para ser significativa.

Este estado se vuelve aún más gratificante cuando se comparte: el ritmo de la caminata, los silencios cómodos, la coordinación del cuerpo con el del otro. Hay algo ancestral en eso, algo profundamente mamífero y masculino, que no se explica pero se recuerda.


El ritual de “salir a patrullar”: una antropología del movimiento masculino


Las culturas humanas han sabido intuir este fenómeno mucho antes que la ciencia. En todas partes del mundo, existen versiones del mismo rito: los hombres que salen a recorrer, a ocupar el espacio, a tomar contacto con lo que está más allá de la casa, del refugio, del círculo íntimo.

  • En las tribus nómadas, eran las caminatas de vigilancia que servían tanto para proteger como para sentir pertenencia al territorio.

  • En los pueblos, las vueltas por la plaza o la costumbre de “ir a ver qué onda”.

  • En las adolescencias de todos los tiempos, el paseo sin rumbo, que no busca llegar sino afirmarse en la identidad compartida.

  • Incluso en la vejez, la figura del hombre que sale a caminar todas las tardes, sin apuro, sin meta, en su propio rito de continuidad.

Estos recorridos no son evasión. Son presencia en movimiento. Son rituales vivos de territorialización simbólica: al caminarlo, el mundo se hace propio. Y si se lo camina con otros, también se refuerza el lazo. Se conversa, se compite en chistes, se observa, se comenta, se calla. No hay tensión, pero sí vigilancia compartida.

En términos de neurociencia social, estos momentos generan coherencia rítmica interindividual: los cuerpos se sincronizan, las ondas cerebrales tienden a acoplarse, se produce oxitocina por la cercanía y la risa. Y todo eso sin la necesidad de decirlo. Sin sentarse a hablar de emociones. Solo siendo juntos, caminando, ocupando el espacio.



Una práctica antigua que merece ser rescatada


En tiempos donde el sentido de comunidad masculina muchas veces se ve reducido al rendimiento o a la productividad, recuperar esta práctica tiene un valor terapéutico y espiritual. Salir a caminar juntos. Sin celular. Sin objetivo. Sin mapa. Solo por el placer de estar patrullando el mundo con alguien.

Porque en ese caminar sin urgencia, sin necesidad de ser útiles, los hombres también se regulan. Se escuchan en otro idioma. Se reencuentran con una parte suya que no grita, no exige, no huye: la parte que habita y recorre.



Ese picor ancestral


El valor evolutivo de patrullar, las emociones que nos mueven, y la sombra del Capitán Ahab


Hay una inquietud que a veces sentimos en el cuerpo. No es hambre, no es ansiedad, no es aburrimiento. Es más sutil y más profunda. Una especie de inquietud de piernas, pero también de ojos, de territorio, de encuentro con lo desconocido. Un impulso a salir, a recorrer, a ver qué hay más allá. Esa inquietud —ese picor evolutivo— podría ser uno de los motores más antiguos de nuestra especie.



El valor adaptativo de "salir a mirar"


En términos evolutivos, patrullar o explorar no es opcional. Fue un rasgo que distinguió a quienes sobrevivieron de quienes no. Explorar el entorno:

  • Permitía anticipar amenazas antes de que llegaran

  • Aumentaba el acceso a recursos (agua, alimento, refugio)

  • Facilitaba alianzas y reconocimiento de rutas seguras

  • Fortalecía los lazos entre quienes recorrían juntos


De hecho, la necesidad de patrullar no era solo defensiva: también era proactiva. La exploración constante del territorio mantenía actualizada la “memoria del mundo”. Y como el cerebro humano es una máquina predictiva, esa exploración alimentaba la capacidad de anticipación.

Desde este punto de vista, podemos decir que el impulso a salir a caminar sin rumbo no es una pérdida de tiempo, sino una necesidad biológica con raíces ancestrales. Y como todo lo evolutivamente necesario, viene reforzado por recompensas emocionales.



La emoción como brújula evolutiva


En este tipo de movimiento exploratorio, se activan emociones sutiles pero poderosas:

  • Un tipo de tranquilidad vigilante: seguridad mezclada con alerta

  • Una curiosidad cálida, que no busca respuestas urgentes

  • Un placer corporal suave pero constante, como si al movernos estuviéramos calmando una sed antigua

Estas emociones actúan como recompensas naturales, que aseguran que el comportamiento se repita. Como sucede con el juego o con la contemplación, no se trata de un placer que viene después del éxito, sino de un bienestar que se experimenta durante el proceso.

Pero aquí aparece algo fascinante: si no tenemos un motivo claro para salir, el cerebro tiende a racionalizar el impulso. Para evitar la disonancia de “salí sin motivo”, aparecen excusas:

  • “Voy a ver si está abierto el kiosco”

  • “Salgo a estirar las piernas”

  • “Me dan ganas de caminar cuando llueve”

  • O incluso: “tengo que hacer algo con esta incomodidad”

El deseo evolutivo de recorrer se cubre con una capa narrativa que lo hace aceptable para una mente moderna orientada a metas. Pero en realidad, la sed era anterior a la excusa.


¿Y si Ahab tenía razón?

La ballena blanca como límite al deseo de explorar


Quizás no sea justo ver al Capitán Ahab solo como un loco o un narcisista. Tal vez su obsesión con Moby Dick era la única forma que encontró de darle forma a un impulso que no podía racionalizar de otro modo. En un mundo donde el tiempo se mide en rendimiento, donde hay que justificar cada movimiento con una finalidad productiva, salir a patrullar el alma ya no tiene lugar. Entonces, se necesita una misión.

La ballena blanca puede ser esa misión. No porque Ahab quiera venganza, sino porque necesita un horizonte lo suficientemente grande como para justificar su viaje. Porque necesita seguir saliendo al mar. Necesita seguir buscando, aunque ya no sepa del todo qué.

Y no es solo él. Es todo un entorno el que lo empuja a ese punto. Si no puede patrullar el mundo sin explicar por qué lo hace, si no tiene el permiso cultural de caminar sin mapa, entonces no le queda más que volverse adicto a una idea. A una causa. A una ballena.


Un contexto que no permite vagar:


La trampa de los sistemas modernos

La necesidad de explorar, de moverse, de habitar el cuerpo en el espacio abierto, sigue viva en nosotros. Pero los sistemas contemporáneos la vuelven disfuncional si no es rentable, visible o justificada.

  • Si un hombre hoy sale a caminar sin objetivo, se le puede ver como improductivo.

  • Si explora sus límites sin querer optimizar algo, se sospecha de su motivación.

  • Si no encuentra una excusa racional para su deseo de “ver qué hay más allá”, aparece la culpa, la desconexión o la adicción.

Y en ese hueco entre impulso y posibilidad, caen muchas veces los cuerpos. Caen en:

  • el sofá y la pantalla, por no tener energía ni espacio para salir;

  • la comida procesada, como consuelo sensorial cuando el mundo ya no se toca;

  • la medicalización rápida, que calma síntomas pero no honra el mensaje del síntoma;

  • el algoritmo, que simula una exploración sin movimiento real;

  • la adicción, que al menos ofrece una ilusión de intensidad.


Ahab, en este nuevo siglo, no es un loco. Es un hombre desconectado de su permiso ancestral para patrullar. Y sin ese permiso, el deseo se convierte en malestar. Y el malestar, en enfermedad. La aventura ya no es una posibilidad: es un síntoma. Y la ballena blanca, lo único que le queda como justificación épica de una búsqueda que no puede abandonar.


Reconectar con lo ancestral para recuperar lo presente


Si pudiéramos volver a validar el arte de salir sin rumbo, de mirar por mirar, de caminar con otros sin decir nada, muchos hombres podrían reconectar con esa brújula interior sin necesidad de construir narrativas de heroísmo o de adicción. El deseo de moverse es real. Es ancestral. Es sagrado.

Y quizás la cura no esté en cazar la ballena, sino en volver al mar sin culpa.


 A continuación, te presento una selección de investigaciones recientes y rigurosas que respaldan la importancia de caminar y participar en actividades grupales para la salud mental de los hombres:​



🧠 Caminar y hablar: una combinación terapéutica efectiva

Un estudio piloto aleatorizado de 2025 comparó la terapia tradicional en interiores con la "terapia caminando y hablando" en hombres con síntomas depresivos. Los participantes que realizaron sesiones al aire libre mostraron mayores mejoras en ansiedad, estrés y malestar psicológico general. Además, la retención y satisfacción fueron altas, destacando la aceptación de este enfoque entre los hombres. ​PubMed



🤝 La fuerza del grupo: actividad física colectiva y depresión


Una investigación publicada en Social Science & Medicine en 2021 examinó cómo pertenecer a grupos deportivos o de ejercicio protege contra la depresión. Los resultados mostraron que la participación en estos grupos reduce significativamente los síntomas depresivos, mediado por una mayor actividad física y una menor sensación de soledad. ​ScienceDirect



🏃‍♂️ Caminar en grupo: beneficios físicos y mentales


Un metaanálisis de 2013 evaluó intervenciones que promovían caminar en grupo. Los hallazgos indicaron que estas actividades aumentan la actividad física y mejoran la calidad de vida, especialmente en comparación con grupos inactivos. Aunque se necesitan más estudios para comparar con caminatas individuales, la tendencia favorece las caminatas grupales. ​BioMed Central+1PubMed+1PubMed



🌿 Naturaleza y bienestar: coaching al aire libre


Un estudio de 2021 investigó un programa de coaching "caminar y hablar" en entornos naturales para personas con síntomas de estrés y agotamiento. Los participantes mostraron mejoras significativas en salud mental y bienestar general, destacando los beneficios adicionales del entorno natural. ​ScienceDirect

 
 
 

Recent Posts

See All
La Iluminación y la Madera Mojada

“El camino no está en el cielo. El camino está en el corazón.” — Buda Hay un proverbio zen que atraviesa los siglos con la sencillez de...

 
 
 

Comments


© 2025 by Marcelo Gallo de Urioste, Licenciado en Psicología. 

bottom of page