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🥖 Regalá ese chori que vas a guardar en un tupper

  • Writer: Marcelo Gallo
    Marcelo Gallo
  • Nov 9
  • 5 min read

Cómo una bolsa ziploc y una caminata pueden mejorar tu sueño más que varios medicamentos


🌀 Instrucciones para un domingo porteño


(como las escribiría Cortázar si hubiera tenido horno eléctrico, delivery y vecinos que cocinan)


  1. Cociná algo. No importa qué: un guiso, unos fideos, unas empanadas que se te fueron de cantidad.

  2. Cuando sobre una porción, no la guardes en el tupper todavía.

  3. Mirala un segundo: está tibia, es rica, y ya no te pertenece del todo.

  4. Buscá una bolsa ziploc o una servilleta limpia.

  5. Ponela ahí, salí a la vereda, sentí el aire.

  6. Regalásela a alguien. No preguntes. No digas “es por caridad”. Decí “recién hecho”.

  7. Volvé despacio. Vas a sentir una mezcla de calma y vértigo.

  8. Tomate un mate, escuchá el silencio.

  9. Esa noche vas a dormir distinto.

  10. Y si soñás con una escena de domingo donde todo se siente menos separado, no es metafísica: es fisiología.


🧠 El circuito de la gratitud recibida: biología de una sonrisa


Durante décadas, la psicología positiva puso el foco en expresar gratitud como herramienta para el bienestar.Pero investigaciones más recientes muestran que ser destinatario de gratitud o de un gesto amable tiene efectos igual o más potentes.Karns y colaboradores (2017, Frontiers in Human Neuroscience) demostraron que recibir agradecimiento activa regiones cerebrales ligadas al placer y la pertenencia —el estriado ventral, la corteza orbitofrontal medial—, con descensos mensurables en cortisol y aumento de dopamina y oxitocina.

Ese “gracias” recibido no es simbólico: es químico.Regula el eje hipotalámico-pituitario-adrenal, baja la frecuencia cardíaca, y produce una sensación de calma corporal comparable a la meditación guiada o al contacto físico seguro.

Algoe, Haidt y Gable (2008) lo llamaron la teoría de la gratitud relacional: un mecanismo ancestral diseñado para reforzar vínculos que funcionan.Cuando alguien te agradece, el cuerpo interpreta: estoy en una red donde tengo valor.Y el cerebro, agradecido, te deja dormir.

Wood, Joseph y Maltby (2010) confirmaron en su meta-análisis que los hábitos de gratitud cotidiana —incluso observarlos en otros— se asocian a mejor calidad de sueño, menor rumiación y reducción de síntomas ansiosos.No se trata de “pensar positivo”: se trata de biología social.Dormimos mejor cuando alguien nos agradece, o cuando anticipamos que algo bueno circula.


🍳 Cocinar como forma de agencia en tiempos de

hiperprocesamiento


En un mundo saturado de apps de delivery, snacks ultraprocesados y hornos automáticos, cocinar se vuelve un acto contracultural.Reintroduce al cuerpo en el tiempo de las causas y los efectos.Pelar, mezclar, probar, oler: son microprácticas de presencia que activan la red sensoriomotora y el sistema vagal, reduciendo la hiperexcitación del estrés (Porges, 2011).

Cocinar para otros —incluso para alguien anónimo— amplifica esa regulación: la acción gana un sentido afiliativo.Como mostró Reeve & Lee (2019), los actos prosociales con carga física (preparar, servir, entregar) producen una retroalimentación dopaminérgica sostenida; el cerebro no distingue entre “cuidar” y “ser cuidado”, solo registra seguridad.

En este marco, guardar una porción en una bolsa y regalarla es más que un gesto altruista: es un anclaje neuroconductual.El individuo se reencuentra con su capacidad de producir bienestar concreto en un entorno real, no digital.Y el resultado subjetivo —esa mezcla de alivio y serenidad— es en parte hormonal y en parte político: el cuerpo volvió a ser útil.


📜 John Stuart Mill y el peronismo del asado


John Stuart Mill (1859) sostuvo que la libertad no se mide por la ausencia de límites, sino por la cantidad de felicidad que puede producir sin dañar a otros.Llamó a esto utilidad ilustrada: una ética del placer que reconoce su dimensión social.

El liberalismo de Mill no se opone a la empatía: la presupone.La acción libre más elevada es aquella que, sin coerción, aumenta la felicidad colectiva.Compartir comida entra perfecto en esa definición: un gesto elegido, voluntario, placentero y socialmente útil.

Y, curiosamente, el mismo gesto también puede leerse desde la tradición peronista de la comunidad organizada.Porque el asado del domingo —esa institución sentimental argentina— encarna la misma premisa en otro idioma: nadie se salva solo.El fuego compartido, el pan que pasa de mano en mano, la charla entre vecinos son prácticas que desarticulan el aislamiento urbano y recuerdan que la felicidad privada necesita suelo común.

En el fondo, Mill y Evita estarían de acuerdo:la libertad es más dulce cuando se mastica acompañada.


🌇 El descanso como derecho biológico


El sueño no es solo un fenómeno fisiológico: es un indicador de pertenencia.Dormimos mejor cuando el entorno nos resulta confiable, cuando el cuerpo percibe que no está solo defendiendo su existencia.El sistema nervioso social descrito por Porges (2011) se relaja ante señales de cooperación: una mirada amable, un tono de voz cálido, un intercambio genuino.

Compartir comida casera cumple con todos esos marcadores de seguridad: gesto, voz, olor, contacto visual.Por eso, el efecto de regalar una porción es doble:– Regula al otro (quien la recibe) a través del sistema polivagal.– Regula a uno mismo (quien la ofrece) al completar el ciclo de reciprocidad.

La neurociencia lo confirma: la seguridad no se produce dentro del cuerpo, sino entre los cuerpos.Por eso, un pequeño acto cotidiano —una bolsa ziploc, una caminata, una sonrisa— puede tener efectos más duraderos que una pastilla para dormir.


🌙 Conclusión: el gesto como forma de sabiduría


Cocinar y compartir no deberían entenderse como sacrificio ni como moralismo, sino como juego sagrado: una práctica de presencia, una exploración sensorial del vínculo.Regalar una porción no es filantropía: es arte aplicada a la vida diaria.Y si el cuerpo se calma, si la mente se aquieta y el sueño llega fácil, es porque el acto tuvo sentido.

Mill lo habría llamado “utilidad común”.Evita, “justicia social”.Porges, “neurocepción de seguridad”.Y vos, después de dormir mejor, quizá simplemente digas: gracias.


🎲 Preguntas para jugar (no para responder bien)


Estas no son consignas morales, sino disparadores para experimentar, conversar o escribir después del almuerzo:

  1. ¿Cuál fue la última vez que alguien te agradeció algo sin que lo buscaras? ¿Qué sentiste físicamente?

  2. ¿Qué plato o comida te gustaría que alguien te regale sin motivo?

  3. ¿Qué diferencia hay entre dar porque “hay que” y dar porque “dan ganas”?

  4. Si cocinar fuera una forma de meditación, ¿qué parte del proceso sería el mantra? ¿Picar, oler, servir?

  5. ¿Qué pasaría si en cada edificio hubiera un “domingo compartido”, una hora fija para dejar una porción afuera?

  6. ¿A quién podrías regalarle hoy una parte de algo que hiciste?

  7. ¿Cómo cambiaría tu sueño si, antes de acostarte, pensás en un intercambio real que te hizo sentir parte de algo?

  8. ¿Qué palabra nueva inventarías para esa mezcla de ternura, saciedad y calma que se siente cuando todo encaja?


Epílogo


Dormir bien no es lujo, es un efecto colateral del vínculo.Y el vínculo, a veces, empieza con algo tan simple como no guardar ese chori.

 
 
 

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© 2025 by Marcelo Gallo de Urioste, Licenciado en Psicología. 

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