
Neurociencia Evolutiva Espiritual: la arquitectura del asombro en el cerebro humano
- Marcelo Gallo
- Jun 29
- 5 min read
Resumen
La espiritualidad ha sido una constante en todas las culturas humanas conocidas. Más allá de sus expresiones religiosas específicas, la capacidad de experimentar asombro, conexión trascendente y sentido existencial ha motivado conductas cooperativas, artísticas y contemplativas. En este artículo se propone un marco integrador desde la neurociencia evolutiva para comprender cómo estas experiencias pueden haber surgido y consolidado en el cerebro humano como una función adaptativa compleja. Se revisan aportes recientes desde la neurobiología, la psicología comparada, la teoría de sistemas y las ciencias cognitivas, con implicancias para la salud mental, el desarrollo humano y la investigación en conciencia.
1. Introducción
La espiritualidad es, según algunos enfoques, “una necesidad biológica aún no reconocida como tal” (Newberg & Waldman, 2009). Desde prácticas meditativas hasta estados místicos espontáneos, la experiencia de trascendencia —de conexión con algo mayor que el yo— ha acompañado a la humanidad desde tiempos remotos. Si bien tradicionalmente se abordó desde la religión o la filosofía, los avances en neurociencia y biología evolutiva han permitido replantear estas vivencias como funciones del sistema nervioso altamente especializadas.
Este artículo propone una articulación interdisciplinaria bajo el rótulo de neurociencia evolutiva espiritual, entendida como el estudio de las bases neurobiológicas y evolutivas de la experiencia espiritual y sus correlatos funcionales. A diferencia de la “neuroteología” (Newberg, d’Aquili & Rause, 2001), que se centra en correlatos de estados místicos, aquí se busca una comprensión más amplia: ¿por qué la evolución seleccionó cerebros capaces de experimentar lo espiritual?
2. La espiritualidad como rasgo adaptativo
2.1. Origen evolutivo del sentido de trascendencia
Las experiencias espirituales no son epifenómenos azarosos, sino fenómenos replicables que involucran patrones cognitivos, afectivos y corporales. Según Donald (1991), el desarrollo de la conciencia reflexiva y simbólica en el Homo sapiens habría sido favorecido por la aparición de una mente mimética y narrativa, capaz de proyectar significados más allá del presente. Estas capacidades habrían sido seleccionadas por su utilidad para la cohesión grupal, la regulación emocional frente a la muerte, y la motivación hacia fines compartidos.
Boyer (2001), desde la antropología cognitiva, sostiene que los sistemas religiosos y espirituales sobreviven y prosperan porque explotan heurísticas cognitivas universales: la detección de agentes intencionales, la búsqueda de patrones y la atribución de causalidad invisible.
2.2. Regulación emocional y espiritualidad
La hipótesis de la “espiritualidad como herramienta de regulación emocional” está siendo respaldada por investigaciones que muestran la relación entre prácticas contemplativas y la activación del nervio vago, la reducción del estrés percibido y el fortalecimiento de redes cerebrales de control emocional (Porges, 2011; Garland et al., 2015). En poblaciones con traumas complejos, las prácticas basadas en espiritualidad secular (como la compasión o el mindfulness) mejoran la resiliencia y reducen síntomas depresivos (Koenig, 2012).
3. Neurociencia de la experiencia espiritual
3.1. Redes cerebrales implicadas
Diversos estudios de neuroimagen han identificado patrones consistentes durante experiencias espirituales:
Desactivación del Default Mode Network (DMN): se ha observado durante experiencias de disolución del ego, como en la meditación profunda o con psicodélicos (Carhart-Harris et al., 2012).
Activación del sistema límbico: emociones como gratitud, compasión y éxtasis involucran la amígdala, el hipotálamo y el sistema mesolímbico dopaminérgico (Schjoedt et al., 2009).
Corteza prefrontal dorsolateral: asociada al juicio moral, la autorregulación y la toma de perspectiva, se activa en prácticas de rezo, atención plena y reflexión espiritual (Tang et al., 2015).
3.2. Espiritualidad y neuroplasticidad
Diversos trabajos muestran que la práctica regular de meditación, oración o gratitud modifica la estructura y función cerebral. La investigación de Lazar et al. (2005) mostró un incremento en el grosor cortical en regiones asociadas a la atención y la regulación emocional en meditadores de largo plazo. Asimismo, estudios longitudinales revelan que el entrenamiento en compasión genera cambios duraderos en la conectividad funcional del cerebro (Klimecki et al., 2014).
4. Psicología evolutiva y espiritualidad
4.1. El “cerebro espiritual” en el desarrollo humano
Desde la infancia temprana, los seres humanos muestran una tendencia a atribuir intencionalidad, buscar sentido, y conectar emocionalmente con figuras simbólicas protectoras (Bloom, 2010). La espiritualidad podría ser vista como una extensión cultural y narrativa de estos sistemas afectivos básicos. Según Tomasello (2014), la capacidad de compartir intenciones y cooperar en tareas complejas es lo que realmente nos distingue de otros primates. La espiritualidad, en este marco, sería una expresión superior del “nosotros intencional”.
4.2. Psicología moral y espiritualidad
Haidt (2012) argumenta que la espiritualidad fomenta lo que llama “elevación moral”, una emoción que surge ante actos de compasión y altruismo, y que motiva comportamientos prosociales. Desde un punto de vista evolutivo, estos estados podrían haber funcionado como mecanismos de señalización de confiabilidad y cooperación, favoreciendo la selección de grupos con mayor cohesión y menor violencia interna.
5. Implicancias clínicas y sociales
La neurociencia evolutiva espiritual no es solo una especulación teórica. Tiene aplicaciones concretas:
En salud mental: prácticas contemplativas y espirituales reducen síntomas de ansiedad, depresión y trauma (Hölzel et al., 2011; Koenig, 2012).
En psicoterapia: modelos como la Terapia Focalizada en la Compasión (CFT; Gilbert, 2010) integran explícitamente la dimensión espiritual como forma de modular el sistema de amenaza.
En educación y desarrollo humano: se promueve una espiritualidad laica que cultiva valores como la gratitud, el asombro y la interdependencia (Tomasello, 2014; Taves & Asprem, 2017).
6. Conclusión: hacia una espiritualidad neuroevolutiva
La espiritualidad puede ser comprendida como una función emergente del cerebro humano evolucionado en contexto social, diseñada para sostener cohesión, modular el sufrimiento y facilitar la expansión de la conciencia más allá de lo inmediato. Integrar los avances neurocientíficos y evolutivos con las tradiciones contemplativas no implica reducirlas, sino revalorarlas como expresiones legítimas de nuestra arquitectura cognitiva más refinada.
Así, no se trata de “explicar” la espiritualidad para eliminar su misterio, sino de mostrar que ese misterio es parte del diseño:
Un diseño que no busca solamente sobrevivir, sino también cantar, imaginar, llorar… y trascender.
Bibliografía
Bloom, P. (2010). How Pleasure Works: The New Science of Why We Like What We Like. W.W. Norton & Company.
Boyer, P. (2001). Religion Explained: The Evolutionary Origins of Religious Thought. Basic Books.
Carhart-Harris, R. L., et al. (2012). Neural correlates of the psychedelic state as determined by fMRI studies with psilocybin. Proceedings of the National Academy of Sciences, 109(6), 2138–2143.
Donald, M. (1991). Origins of the Modern Mind: Three Stages in the Evolution of Culture and Cognition. Harvard University Press.
Garland, E. L., et al. (2015). Mindfulness-Oriented Recovery Enhancement for chronic pain and prescription opioid misuse: Results from an early-stage randomized controlled trial. Journal of Consulting and Clinical Psychology, 82(3), 448–459.
Gilbert, P. (2010). Compassion Focused Therapy. Routledge.
Haidt, J. (2012). The Righteous Mind: Why Good People Are Divided by Politics and Religion. Pantheon Books.
Hölzel, B. K., et al. (2011). How Does Mindfulness Meditation Work? Proposing Mechanisms of Action From a Conceptual and Neural Perspective. Perspectives on Psychological Science, 6(6), 537–559.
Klimecki, O. M., et al. (2014). Differential pattern of functional brain plasticity after compassion and empathy training. Social Cognitive and Affective Neuroscience, 9(6), 873–879.
Koenig, H. G. (2012). Spirituality and Health Research: Methods, Measurement, Statistics, and Resources. Templeton Press.
Lazar, S. W., et al. (2005). Meditation experience is associated with increased cortical thickness. Neuroreport, 16(17), 1893–1897.
Newberg, A., d’Aquili, E., & Rause, V. (2001). Why God Won’t Go Away: Brain Science and the Biology of Belief. Ballantine Books.
Newberg, A., & Waldman, M. R. (2009). How God Changes Your Brain. Ballantine Books.
Porges, S. W. (2011). The Polyvagal Theory: Neurophysiological Foundations of Emotions, Attachment, Communication, and Self-Regulation. Norton.
Schjoedt, U., et al. (2009). Highly religious participants recruit areas of social cognition in personal prayer. Social Cognitive and Affective Neuroscience, 4(2), 199–207.
Tang, Y. Y., et al. (2015). The neuroscience of mindfulness meditation. Nature Reviews Neuroscience, 16(4), 213–225.
Taves, A., & Asprem, E. (2017). Religion and the Scientific Imagination. Oxford University Press.
Tomasello, M. (2014). A Natural History of Human Thinking. Harvard University Press.
Comentários