
Mente de Principiante y Neuropsicología: Cómo la curiosidad, la incomodidad y la voluntad entrenan el cerebro para crecer
- Marcelo Gallo
- Oct 14
- 5 min read

“En la mente del principiante hay muchas posibilidades; en la del experto, pocas.”
— Shunryu Suzuki
1. La curiosidad como músculo
Hay una sensación muy particular cuando algo nos saca de la rutina: aprender una habilidad nueva, viajar a un lugar desconocido, probar un instrumento, o simplemente empezar terapia. En esos momentos se activa una forma antigua y sabia de conciencia: la mente de principiante.
Desde el mindfulness, este concepto implica mirar la experiencia con curiosidad, apertura y ausencia de juicio. No se trata de “no saber nada”, sino de no dar por sentado que ya lo sabemos todo.
Esa disposición es la puerta al aprendizaje y a la neuroplasticidad: el cerebro sólo cambia cuando hay algo que lo desafía.
Y ahí empieza el cruce con la neuropsicología.
2. Lo que ocurre en el cerebro cuando hacemos algo que no queremos hacer
El neurocientífico Andrew Huberman, de la Universidad de Stanford, explica que cuando enfrentamos una tarea difícil o que no disfrutamos, se activa una región clave: la corteza cingulada media anterior (aMCC).
Esta zona funciona como una especie de centro de mando de la voluntad, responsable de evaluar el costo del esfuerzo frente al valor de la recompensa.
Cuanto más incómoda o desafiante es una acción, más se enciende esta área.
Y lo fascinante es que, según Huberman, entrenarla —hacer cosas que no nos gustan pero elegimos conscientemente— fortalece su estructura con el tiempo.
El cerebro, literalmente, aprende a tolerar la incomodidad.
Podríamos decir que la aMCC es el correlato biológico de la disposición: ese gesto interno que dice “sé que no tengo ganas, pero puedo hacerlo igual”.
3. La disposición: un puente entre voluntad y curiosidad
En psicología contextual, la disposición (openness o willingness) es una habilidad central:
abrirse a la experiencia sin intentar controlarla ni evitarla.
Desde la neuropsicología, esto significa integrar dos sistemas:
el circuito de esfuerzo y persistencia (cingulado anterior, corteza prefrontal dorsolateral, ínsula),
y el circuito de curiosidad y exploración (dopamina mesolímbica, hipocampo, corteza orbitofrontal).
Cuando ambos se sincronizan, el cerebro entra en un modo de aprendizaje activo: el malestar deja de ser una amenaza y pasa a ser una señal de expansión.
Es el momento en que lo desconocido se vuelve fértil.
4. Mindfulness y el entrenamiento de la atención en lo incómodo
Las prácticas de mindfulness —especialmente aquellas que invitan a observar pensamientos o sensaciones sin reaccionar— modulan esas mismas regiones cerebrales.
Estudios de neuroimagen muestran que meditadores con práctica sostenida presentan mayor grosor cortical en la corteza cingulada anterior y menor reactividad en la amígdala, lo que sugiere una mayor capacidad de permanecer presentes frente al malestar (Lazar et al., 2005; Tang et al., 2015).
Cuando uno medita, no busca eliminar el malestar, sino aprender a quedarse.
Y ese acto —quedarse, observar, no huir— es exactamente lo que fortalece el eje de la disposición: una danza entre atención, aceptación y esfuerzo.
La “mente de principiante” no es ingenua: es una mente entrenada en tolerar la incomodidad sin cerrarse.
5. Tolerancia al malestar: la neuropsicología de la serenidad
En la Terapia Dialéctico Conductual (DBT), la tolerancia al malestar se enseña como una habilidad concreta:
Reconocer la emoción.
Nombrarla.
Respaldarse con recursos de autocuidado.
No actuar impulsivamente.
Neuropsicológicamente, este proceso requiere la participación del cingulado anterior, la ínsula (percepción interna del cuerpo) y la corteza prefrontal ventromedial, encargada de regular la respuesta emocional.
Cuanto más se entrena esta secuencia, más flexible se vuelve el sistema nervioso.
La incomodidad deja de ser un enemigo a evitar y se transforma en una señal de crecimiento adaptativo.
6. La humildad como forma de plasticidad
La mente de principiante no sólo es una actitud espiritual: es también una estrategia neurobiológica eficiente.
Cuando admitimos no saber, el cerebro se abre a la actualización de modelos internos.
Deja de confirmar lo que ya cree y comienza a explorar nuevas predicciones, algo esencial para la neuroplasticidad (Friston, 2010).
La humildad cognitiva, entonces, reduce la rigidez de las redes de creencia (Default Mode Network) y permite una integración más fluida entre percepción y acción.
La curiosidad no es sólo emocional: es fisiológica.
7. Aplicaciones clínicas y cotidianas
En psicoterapia, invitar a una mente de principiante puede ayudar a pacientes rígidos, ansiosos o autoexigentes a flexibilizar sus modelos internos y abrir espacio para nuevas conductas.
En la vida diaria, aplicar esta actitud en una discusión, en el trabajo o en el arte implica cultivar la capacidad de “no saber todavía” —un refugio frente a la saturación de certezas.
En la crianza y la educación, enseñar a tolerar la frustración desde la curiosidad fortalece los mismos circuitos que sustentan la resiliencia emocional.
8. Una neurociencia del asombro
Quizás lo más bello de esta convergencia entre mindfulness y neuropsicología es que nos recuerda algo muy antiguo:
la sabiduría no está en controlar el entorno, sino en ajustar la forma en que lo miramos.
Cada vez que enfrentamos algo que no nos gusta y elegimos hacerlo igual,
cada vez que observamos una sensación incómoda sin reaccionar,
cada vez que reconocemos que no sabemos,
estamos fortaleciendo esa red silenciosa de la mente que aprende a permanecer presente.
La ciencia la llama aMCC.
El zen la llama mente de principiante.
Nosotros la reconocemos como ese instante en que, con curiosidad, seguimos adelante.
Excelente — y completamente en sintonía con el espíritu del texto.
Esa capa clínica sobre el “no saber” del terapeuta es lo que hace que el artículo deje de ser sólo contemplativo y se vuelva verdaderamente formativo.
Te propongo agregar una sección 9 (antes del cierre poético), titulada:
9. El arte terapéutico del no saber
En el trabajo clínico, la mente de principiante no es una metáfora: es una práctica ética y neuropsicológica.
Un terapeuta que llega a sesión sin aferrarse a una hipótesis, sin anticipar el desenlace, y con disposición a dejarse afectar por lo que sucede, activa en su propio cerebro los mismos circuitos que está ayudando a fortalecer en su paciente.
Desde la neurociencia, esto tiene correlatos claros:
la corteza cingulada anterior y la ínsula —que permiten sostener la incertidumbre, el error y la empatía interoceptiva—,
y la red de modo por defecto (DMN), que al relajarse favorece una presencia no narrativa, más sensible al aquí y ahora relacional.
Practicar el “no saber” como terapeuta no es una renuncia al conocimiento, sino una forma avanzada de regulación: permite que el sistema nervioso se mantenga flexible, atento y curioso.
Esta disposición —la de no imponer un mapa previo— reduce la probabilidad de imponer sobre el otro nuestras proyecciones o defensas, y crea el espacio donde el paciente puede comenzar a explorar sus propias respuestas orgánicas.
El terapeuta que no necesita saberlo todo transmite al paciente un mensaje profundo:
“No hay nada que tengas que demostrarme. Podemos descubrirlo juntos.”
Esa frase no sólo calma el sistema límbico: enseña al cuerpo a confiar en la experiencia directa, sin tener que defenderse con explicaciones.
Por eso, la mente de principiante no es ingenuidad; es una forma madura de presencia, en la que el terapeuta se ofrece como instrumento vivo de observación y resonancia.
En ese campo compartido, ambos cerebros —y ambos corazones— se recalibran hacia un mismo gesto: estar aquí, sin saber, pero dispuestos.



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