top of page

La Iluminación y la Madera Mojada

  • Writer: Marcelo Gallo
    Marcelo Gallo
  • Jul 17
  • 3 min read

“El camino no está en el cielo. El camino está en el corazón.”

— Buda


Hay un proverbio zen que atraviesa los siglos con la sencillez de una hoja cayendo:


“Antes de la iluminación, corta leña y acarrea agua. Después de la iluminación, corta leña y acarrea agua.”


No hay trampa. No hay cambio aparente. No se levita ni se asciende a planos superiores. El iluminado sigue barriendo el suelo del monasterio, sigue limpiando los cuencos de arroz, sigue despertando con frío. ¿Qué cambió, entonces?


Este dicho zen señala una paradoja central de la práctica espiritual: que la iluminación no nos exime del mundo, sino que nos devuelve a él con una mirada distinta. Las mismas tareas siguen allí, pero el que las realiza ya no es el mismo. O mejor dicho: es el mismo, pero sin el peso de sus ilusiones.



La acción sin ego



El maestro zen Dōgen escribió:


“Estudiar el camino del Buda es estudiarse a uno mismo. Estudiarse a uno mismo es olvidarse de uno mismo.”

— Shōbōgenzō


En el olvido del yo, en el abandono de la necesidad de que todo tenga sentido o recompensa, el hacha desciende con precisión. El cubo de agua se carga sin impaciencia. No hay nada que lograr, porque no hay nadie separado del acto mismo de hacer.


Este es el núcleo del zen: una vida ordinaria vivida con presencia extraordinaria.



El sabor del té, el peso del hacha



Antes de la iluminación, cortar leña es una molestia. Hay que hacerlo rápido, porque la mente quiere estar en otro lado. Piensa en los méritos, en el despertar, en lo que vendrá. El agua es pesada, las tareas son repetitivas, la vida se siente una cadena de obligaciones.


Después de la iluminación, cortar leña es simplemente cortar leña. No hay expectativa de gloria, no hay dramatismo. El cuerpo se mueve en armonía con la herramienta. Hay gratitud por el árbol, por la fuerza, por el calor que vendrá.


El agua sigue pesando lo mismo, pero la resistencia interna ha desaparecido. Se ha transformado la relación con lo que se hace, no la tarea en sí.


“Cuando estoy hambriento, como. Cuando estoy cansado, duermo.”

— Maestro Linji


Esta es la revolución silenciosa de la práctica: lo que antes se soportaba, ahora se habita.



La iluminación no es un escape



Uno de los errores más comunes al iniciar el camino espiritual es imaginar la iluminación como un punto final. Un retiro del mundo. Una pureza que anula lo mundano. Pero el zen desmantela esa fantasía con una sonrisa serena.


La iluminación, en esta tradición, no es una fuga, sino una integración. No es salirse del ciclo de la vida cotidiana, sino ver su perfección oculta. Es reconocer que el polvo del camino también es parte del cielo.


“No hay iluminación fuera del mundo; no hay mundo fuera de la iluminación.”

— Eihei Dōgen


Por eso, el maestro vuelve del monte. Regresa al mercado. Prepara el fuego. Cuida del jardín. No porque haya fracasado, sino porque ya no necesita separarse de nada para sentir que está en el centro.



El silencio mientras se pela una fruta



La práctica zen insiste en el aquí y ahora. En la cuchilla que se desliza sobre la cáscara, en el sonido del agua al hervir, en el roce de los pies sobre la madera. La vida sucede en lo pequeño, y sólo desde una mente presente puede aparecer lo sagrado de lo cotidiano.


“Cuando caminas, solo camina. Cuando te sientes, solo siéntate. Pero sobre todo, no vaciles.”

— Yúnmén Wényǎn


El verbo “vacilar” aquí no se refiere a dudar, sino a dividirse. A estar caminando mientras se piensa en otra cosa. A sentarse con el cuerpo mientras la mente sigue inquieta. La iluminación, entonces, no es un rayo divino, sino la no-fragmentación. La unidad total entre mente, cuerpo y acto.



Conclusión: El hacha como espejo



En el espejo del hacha, se refleja el rostro de quien ha comprendido. No porque ya no sufra, ni porque haya conquistado algún reino interior. Sino porque ha dejado de escapar. Ha soltado la idea de que la iluminación es un destino y ha abrazado que es una forma de caminar.


Cortar leña. Acarrear agua. Respirar. Agradecer. Repetir.


En esa repetición, si uno está verdaderamente presente, se disuelve la frontera entre lo humano y lo sagrado.




 
 
 

Comments


© 2025 by Marcelo Gallo de Urioste, Licenciado en Psicología. 

bottom of page