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“La resistencia a dejar ir y el anillo que nos destruye: No-Go en el trabajo de duelo.”

  • Writer: Marcelo Gallo
    Marcelo Gallo
  • Jul 1
  • 7 min read

La expectativa de no olvidar y el anillo del adicto


Hay una idea implícita en el trabajo del duelo que es difícil de aceptar: la expectativa de que, en algún momento, vamos a empezar a olvidar. Que el rostro que hoy recordamos con nitidez se irá desdibujando. Que las escenas compartidas van a perder definición, como un sueño al despertar. Y eso, al principio, puede ser insoportable.


Porque lo último que uno quiere es olvidar. No quiere perder ni un solo detalle: el tono exacto de la voz, la textura de una risa, la cadencia de una costumbre. Entonces uno chequea, una y otra vez, como el adicto que se asegura de que su bolsita sigue en el bolsillo. Como Gollum con su anillo. Ese repaso constante de los recuerdos da una ilusión de control, un reaseguro momentáneo ante el vértigo de la ausencia.


Ese gesto mental —volver a tocar el recuerdo como si fuera un objeto precioso— tiene su correlato en el cuerpo y en el cerebro. El núcleo accumbens, que participa en los circuitos del deseo, la recompensa y la anticipación, también se activa en el duelo cuando evocamos una imagen del ser querido. Pero esa activación —como en las adicciones— no tiene fin posible. Se vuelve insostenible en la vida real. Se empieza a cerrar el mundo, se estrecha el campo, y uno puede quedar atrapado en una realidad psíquica melancolizada, desconectada de la vida que sigue su curso.


En ese punto, el duelo necesita cambiar de forma: del aferrarse al soltar, del chequeo compulsivo a la aceptación sin garantías. Y ese cambio no es instantáneo. Es gradual, contradictorio, a veces brutal. Pero también puede ser liberador.


¿Querés que lo integre en el artículo grande y le dé continuidad con lo anterior sobre el no-go y el cuerpo? ¿O preferís que tenga entidad propia como parte de una serie? También puedo ayudarte a incluir una nota neurocientífica al pie, o desarrollar un ejercicio de visualización compasiva para esos momentos en los que uno “chequea la bolsita”. ¿Cómo te gustaría seguir?


El no-go frente al craving en el duelo


En el duelo, uno de los aprendizajes más difíciles —y más transformadores— es el del no-go frente al craving. Esa urgencia de volver a lo perdido, de recuperar el objeto ausente, suele instalarse como una tensión en el cuerpo, en la mandíbula, en el gesto. Frente a esa tensión reactiva, la clave no es empujarla ni negarla, sino sostenerse en una postura distinta: una quietud atenta.


Relajar el cuerpo —y especialmente la expresión del rostro— en medio del anhelo, es una forma de reeducar el sistema. Una forma nueva de estar con el dolor sin sumarle más sufrimiento. No se trata de huir ni de anestesiarse, sino de mirar de frente, y en esa mirada, dejar ir. Y dejar ir no es pasividad: es un trabajo, quizás el más íntimo de todos. Un trabajo voluntario que implica un esfuerzo silencioso, muscular, cognitivo y emocional.


Ese es el trabajo del duelo: una disciplina del no-hacer, del no-ir, del quedarse donde duele sin tensar más, sin agregar más lucha. Y en esa práctica, poco a poco, se aplaca el craving. No


Mini afterglows: integrar el trabajo del duelo en el día a día


Cada vez que hacemos un pequeño trabajo de duelo —cuando evocamos una memoria, cuando sostenemos la imagen de alguien querido alejándose en la neblina, cuando nos permitimos mirar con los ojos abiertos y el cuerpo erguido, sin contraernos del todo frente al dolor— algo cambia. Quizá muy sutilmente, pero cambia.


Después de ese momento, queda un afterglow. A veces claro, a veces difuso. Puede que nuestros pensamientos se reorganicen un poco. Que aparezca un silencio nuevo, más limpio. O que broten preguntas. O que simplemente sintamos un cansancio suave, como el que queda después de llorar sin drama, con honestidad.


Ese estado es fértil. No hay que apurarse a volver a la “normalidad”. En lo posible, conviene no llenar inmediatamente ese espacio con tareas, pantallas o estímulos. En vez de eso, podemos hacer una pequeña mini-integración. Algo así como una transición intencional.


Algunas ideas:

  • Caminar lento, aunque sea unos metros, sintiendo el suelo bajo los pies.

  • Tomar un vaso de agua prestando atención a cómo baja por el cuerpo.

  • Escribir una línea en un cuaderno: ¿Qué noté en mí? ¿Qué se movió? ¿Qué quedó latiendo?

  • Hacer algo sencillo y bello: regar una planta, mirar por la ventana, tocar un objeto con cuidado.



Estas acciones no “cierran” el proceso. Pero ayudan a que ese trabajo no quede aislado. Le dan un marco. Le dan cuerpo. Y con el tiempo, nos enseñan que podemos estar con el dolor y seguir viviendo. No a pesar de él, sino con él, a su ritmo, en su idioma.



🪷 Introducción


Cómo volver con cuidado del encuentro con la ausencia



Trabajar con el duelo es asomarse a una dimensión donde el tiempo tiene otras reglas. A veces basta una imagen para hacernos sentir, en un segundo, toda la enormidad de lo perdido. Otras veces, necesitamos construir el encuentro de a poco: con palabras, con gestos, con memoria.

Pero en cualquiera de sus formas, todo ejercicio de conexión con lo ausente —ya sea una meditación, una visualización, una escritura o simplemente dejarse sentir frente a una foto— nos transforma. Nos abre. Y nos deja en un estado delicado, como el que queda después de una fiebre o una noche sin dormir: más cerca de algo esencial, pero también más vulnerables.


A ese estado lo llamamos aquí afterglow: una reverberación emocional que continúa incluso después de haber “terminado” la práctica. Es un momento fértil, cargado de posibilidades, pero también frágil. Requiere atención, contención, y un modo de reintegrar la experiencia sin cerrarla abruptamente.


Este texto reúne saberes de la tradición contemplativa y de la neurociencia para comprender y acompañar ese afterglow. También ofrece una guía concreta, paso a paso, para transitarlo con más conciencia. Porque no se trata solo de recordar o soltar, sino de aprender a habitar lo que nos deja cada encuentro con el dolor. Y permitir que ese dolor se vuelva sabiduría encarnada.

erés grabarlo.


🌿 Fundamento contemplativo: el arte de integrar cada instante


“No tienes que hacer nada. Solo sentarte, respirar y dejar que las olas del pasado lleguen a ti. No las detengas ni las empujes. Solo siéntate como una montaña, y déjalas pasar.”Thich Nhat Hanh, El milagro de mindfulness

En el budismo zen y la tradición vipassana, se habla con frecuencia de la post-práctica: ese momento en que uno deja el cojín de meditación pero aún lleva consigo la reverberación del silencio. Ese “después” también es parte del camino. No se trata solo de lo que hacemos durante la contemplación, sino de cómo integramos lo que se movió.

“Los ojos que contemplaron la muerte deben volver a mirar la vida. Y no deben hacerlo con indiferencia.”Joan Halifax, Being with Dying

Cuando meditamos sobre el duelo o realizamos un ejercicio emocional profundo, el cuerpo-mente entra en un estado distinto. No se puede —ni se debe— volver de inmediato al ritmo habitual. Cada micropráctica necesita una transición amable. Una digestión. Un ritual de reingreso al mundo.



🧠 Fundamento neurocientífico: memoria episódica y consolidación emocional



Desde la neurociencia, sabemos que la memoria episódica (aquella que registra eventos autobiográficos) se consolida en interacción con las emociones. Cuando evocamos a alguien que ya no está, lo hacemos desde esa red que conecta el hipocampo, la corteza prefrontal medial y estructuras límbicas como la amígdala y la ínsula.


Las prácticas que combinan evocación de memoria con presencia corporal favorecen una integración más profunda. Estudios sobre memory reconsolidation (Nader & Hardt, 2009) muestran que cuando revivimos un recuerdo en un estado de regulación emocional, ese recuerdo puede modificarse, suavizarse, volverse más flexible.


Esto es clave en el duelo: la repetición sin presencia emocional puede llevar a la fijación (como en la rumiación melancólica), pero la evocación consciente, acompañada de una actitud ecuánime y sostenida en el cuerpo, puede transformar la huella del recuerdo.


Además, el llamado “afterglow neurofisiológico” posterior a una experiencia emocional intensa suele implicar una fase de plasticidad aumentada. En ese momento, las redes cerebrales están más abiertas a reorganizarse. Por eso es valioso acompañar ese estado con movimientos suaves, silencio o escritura reflexiva.


Cuando la experiencia emocional se integra, en lugar de quedar suelta, se transforma en aprendizaje.— (Siegel, 2012. The Developing Mind)


✍️ Guía práctica: integrar el afterglow de un ejercicio de duelo


🌬️ Paso 1: Salir lentamente del ejercicio


  • Terminás de visualizar, meditar o recordar. No te muevas de inmediato.

  • Observá tu respiración tal como está, sin cambiarla.

  • Percibí tu cuerpo: ¿Dónde hay tensión? ¿Dónde hay alivio?


🧍 Paso 2: Postura de integración


  • Abrí los ojos suavemente.

  • Enderezá la espalda con dignidad, sin rigidez.

  • Poné los pies firmes en el suelo, conectando con el presente.

  • Dejá que la cara esté relajada, sin apuro por “volver”.


📓 Paso 3: Anclaje reflexivo (opcional)


  • Tomá un cuaderno o app y escribí:

    • ¿Qué imagen quedó flotando?

    • ¿Qué sensación corporal predominó?

    • ¿Qué necesito ahora?


🚶 Paso 4: Movimiento suave


  • Caminá despacio por el ambiente. Si podés, salí a un lugar con plantas o luz natural.

  • Sentí el peso de tu cuerpo al caminar, el contacto con el suelo.

  • No busques entender lo que pasó. Solo acompañá.


💧 Paso 5: Ritual de cierre


  • Tomá un vaso de agua, sosteniéndolo con ambas manos.

  • Mientras lo tomás, repetí internamente:Estoy acá. Estoy vivo. El amor no desaparece. Lo llevo conmigo.

  • Y si querés: llevá la mano al corazón.Un momento. Nada más.



🪷 Conclusión


El afterglow como semilla de presencia


Cada vez que nos sentamos a recordar con dignidad, a sentir sin apurarnos, a mirar sin aferrarnos, estamos entrenando una forma diferente de estar en el mundo. Una forma que no niega el dolor, pero tampoco se entrega a él por completo. Una forma de presencia con raíz.


El afterglow no es un residuo: es una semilla. Si lo atendemos con respeto, puede enseñarnos cómo seguir caminando sin traicionarnos. Cómo cuidar a otros sin desdibujarnos. Cómo construir un vínculo nuevo —más interno, menos aferrado— con aquello o con quien se fue.


Acompañar ese momento final como parte de la práctica no solo mejora nuestra regulación emocional. Nos humaniza. Nos devuelve una continuidad que el duelo parece romper. Nos permite recordar sin consumirnos, soltar sin desmembrarnos, y vivir sabiendo que cada amor que se pierde también nos transforma.


Que este pequeño mapa te sirva como guía en los días donde duele, y también en los días donde ese dolor se vuelve suave, y pide ser cuidado como una brasa que aún calienta.


 
 
 

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