top of page

Inconsciente Encarnado: el cuerpo como territorio de la mente

  • Writer: Marcelo Gallo
    Marcelo Gallo
  • Oct 22
  • 43 min read

.










Introducción



Hay palabras que suenan familiares, pero que, al detenernos a pensarlas, se abren como un abismo. “Inconsciente” es una de ellas. Todos la usamos, todos creemos saber de qué se trata, pero cuando alguien pregunta con calma qué significa, la respuesta suele quedarse corta. El inconsciente no es simplemente “lo que no sabemos de nosotros mismos”, ni un espacio oscuro donde se esconden los traumas o los deseos prohibidos. Es, más bien, el conjunto de procesos vivos que sostienen lo que llamamos nuestra conciencia: memorias, emociones, reflejos, hábitos, y modos de relación que se aprenden antes de poder explicarlos.


A comienzos del siglo XX, los primeros psicoanalistas —Freud, Abraham, Klein, Winnicott— trataron de mirar por dentro de ese territorio invisible. No tenían resonadores magnéticos, ni estudios de neuroplasticidad, ni mediciones de la variabilidad cardíaca. Tenían otra herramienta: la palabra. A través del relato, del juego y del diálogo, buscaban que el sufrimiento tomara forma simbólica, que lo indecible encontrara un cauce.


Por eso, aunque en sus teorías ya se hablaba del cuerpo —de las pulsiones, del ello, del deseo—, la práctica terapéutica se mantenía dentro del registro verbal. Hablar era el camino para sanar. La intervención corporal directa, en cambio, resultaba sospechosa: se la veía como poco seria, demasiado simple, o incluso peligrosa. La cultura de la época separaba lo intelectual de lo físico. El cuerpo quedaba relegado a la medicina, la mente a la psicología.


Esa división no era menor. La modernidad había heredado el legado cartesiano: “pienso, luego existo”. El cuerpo era una máquina; la mente, su piloto. En ese marco, mover el cuerpo en una sesión terapéutica hubiera parecido tan fuera de lugar como llevar un estetoscopio a una clase de filosofía. Pero la historia no terminó ahí.


Con el paso de las décadas, la ciencia comenzó a devolverle al cuerpo su lugar central. La neurobiología afectiva, la teoría polivagal de Stephen Porges, la terapia somática de Peter Levine y los estudios contemporáneos sobre interocepción mostraron algo que los antiguos intuían: sentir es pensar, y regular el cuerpo es regular la emoción. No es que el inconsciente haya “pasado” al cuerpo: siempre estuvo allí. Lo que cambió fue nuestra capacidad para reconocerlo, describirlo y trabajar con él sin miedo a perder profundidad.


Hoy podemos pensar en una nueva forma de psicología, una que una la observación fina de los primeros psicoanalistas con la comprensión neurocientífica del siglo XXI. Una psicología que sepa hablar, pero también escuchar el ritmo de la respiración, el tono muscular, el temblor o el silencio del cuerpo.


Este libro propone un recorrido por esa evolución. Desde Melanie Klein hasta Stephen Porges, desde los juguetes de los niños hasta las descargas somáticas del trauma, intentaremos mostrar cómo el inconsciente puede entenderse —y transformarse— a través de la ternura, la observación y el contacto respetuoso con el cuerpo. No como un enemigo a dominar, sino como un territorio a escuchar con paciencia.





Capítulo 1 — ¿Qué es el inconsciente?



El inconsciente no es un lugar dentro de la cabeza, ni un archivo de recuerdos olvidados. Es una forma de vivir el mundo. Está en las reacciones automáticas, en los gestos que repetimos sin pensarlo, en la manera en que respiramos al entrar en una habitación o en cómo se nos acelera el corazón cuando alguien nos habla en determinado tono.


El inconsciente es la parte de nosotros que actúa antes de que pensemos. Nos protege, nos guía, pero también puede limitarnos cuando repite patrones que alguna vez fueron necesarios y hoy ya no lo son.



Una historia personal en cada cuerpo



Pensemos en un ejemplo simple. Una persona que de niña fue humillada al hablar frente a los demás puede, de adulta, sentir una presión en el pecho antes de cualquier exposición. Tal vez ni siquiera recuerde aquel episodio, pero su cuerpo sí lo recuerda. Su respiración se acorta, la voz tiembla, la mente se nubla. El cuerpo actúa como si aquella amenaza siguiera presente.


Ese es el inconsciente en acción: un saber sin palabras. Un aprendizaje emocional que quedó grabado no solo en la mente, sino en la red de músculos, hormonas y nervios que sostienen cada emoción.



Freud, Klein y la primera mirada hacia adentro



Sigmund Freud fue quien dio nombre al inconsciente. Para él, los síntomas eran mensajes disfrazados: el cuerpo expresaba lo que la mente no podía decir. Pero quien llevó esta idea más lejos fue Melanie Klein. Observando a niños muy pequeños, descubrió que el juego es el lenguaje natural del inconsciente.


Cuando un niño golpea un muñeco, no está simplemente jugando: está representando algo. Tal vez una bronca que no sabe explicar, tal vez un miedo. Klein observaba, describía y escuchaba lo que el niño decía sin palabras. Ella misma afirmaba que el inconsciente se expresaba en acciones, no solo en frases.


Y, sin embargo, el modo de trabajar seguía siendo verbal. La tarea del analista era traducir el gesto al lenguaje, encontrar una forma de decir aquello que el cuerpo mostraba. En el contexto cultural de su tiempo, esto tenía sentido: el lenguaje era el lugar de lo humano, y lo corporal se asociaba con lo animal, lo primitivo, lo no elaborado.



¿Por qué no se abordaba directamente el cuerpo?



Hoy podemos preguntarnos: si ya se sabía que el cuerpo tenía memoria, ¿por qué no se lo incluía como parte activa de la terapia? Hay varias posibles respuestas.


  1. Una cuestión cultural: el cuerpo estaba fuera del ámbito de lo intelectual. Tocar el cuerpo, moverlo o usarlo como parte del proceso terapéutico podía sonar vulgar o poco serio.

  2. Una cuestión metodológica: no existían herramientas científicas ni un marco de seguridad para intervenir sobre la fisiología emocional.

  3. Una cuestión histórica: la psicología recién buscaba legitimarse como ciencia, y el método de observación y palabra era la vía más reconocida.



Así, durante décadas, el cuerpo fue observado, pero no convocado.



El giro contemporáneo: del cuerpo observado al cuerpo participante



Con los avances de la neurociencia, la terapia somática y la teoría polivagal, se comenzó a entender que las emociones son estados corporales regulados por el sistema nervioso autónomo. La tristeza, la ira o el miedo no son solo ideas: son patrones de activación.


El cuerpo puede entonces convertirse en un camino de acceso al inconsciente, no solo un espejo de lo que pasa adentro. A través de la respiración, del movimiento o de la atención interoceptiva (esa sensación de notar el propio cuerpo desde dentro), es posible reentrenar al sistema nervioso y permitir que emociones antiguas encuentren su cauce natural.


Esto no reemplaza la palabra: la complementa. El lenguaje sigue siendo necesario para organizar la experiencia, pero el cuerpo nos enseña a regular el afecto antes de interpretarlo.



Un nuevo modo de acercarse al inconsciente



Podemos pensar que las terapias contemporáneas no contradicen a Freud ni a Klein, sino que terminan de realizar su intuición. Cuando Freud hablaba del ello, hablaba del cuerpo. Cuando Klein observaba el juego, observaba una acción somática. La diferencia es que ahora contamos con recursos para intervenir directamente sobre esa dimensión.


El inconsciente sigue siendo el mismo, pero los instrumentos de exploración cambiaron. Así como el lenguaje inglés del año 1000 suena distinto al del año 2025, también el modo de hablar del inconsciente cambió de época en época.


Hoy podemos traducir lo que antes se describía como pulsión o defensa en términos de activación fisiológica, neurocepción y regulación autonómica, sin perder su riqueza simbólica. En definitiva, se trata de una misma búsqueda: cómo liberar a la persona de la repetición del dolor.



Ejercicio simple: observar el cuerpo como memoria



  1. Pausa: detente un momento y nota cómo estás sentado o de pie.

  2. Respira: inhalá por la nariz y soltá el aire lentamente por la boca.

  3. Observá: ¿hay alguna parte tensa? ¿algún gesto, algún movimiento repetido?

  4. Imaginá: si esa parte del cuerpo pudiera hablar, ¿qué diría? No lo analices, solo escuchá.




Capítulo 2 — Melanie Klein: la mente infantil y los objetos internos



Melanie Klein (1882–1960) fue una de las pioneras del psicoanálisis infantil. Nacida en Viena y luego activa en Londres, dedicó su vida a observar cómo los niños pequeños pensaban, sentían y jugaban. Su aporte central fue mostrar que incluso los juegos más simples pueden reflejar emociones complejas y conflictos internos.



Observación antes que interpretación



Klein desarrolló un método de observación sistemática. Estaba interesada en lo que los niños hacían y cómo lo hacían, más que en lo que decían. Por ejemplo, al ofrecerles muñecos o bloques, notaba cómo los niños:


  • Golpeaban o destruían los muñecos.

  • Los escondían, protegían o colocaban de manera estratégica.

  • Inventaban historias con los juguetes que reflejaban relaciones familiares o emociones intensas.



Cada acción, cada gesto, podía revelar temores, deseos y conflictos que los niños no podían expresar verbalmente.



Objetos internos



Uno de los conceptos más importantes de Klein es el de objetos internos. Se trata de representaciones mentales de personas significativas, normalmente los cuidadores. Estos objetos internos no son personas reales, sino versiones internas de ellas, moldeadas por la experiencia emocional. Por ejemplo:


  • Un niño que siente abandono puede tener un objeto interno de la madre como “distante y frío”.

  • Un niño que se siente cuidado puede tener un objeto interno que representa seguridad y protección.



Estos objetos internos no solo afectan cómo el niño se relaciona con otros, sino también cómo experimenta sus propias emociones. Pueden ser fuente de consuelo o de conflicto.



Defensas tempranas



Klein observó que los niños desarrollan mecanismos de defensa para protegerse de emociones dolorosas. Algunos ejemplos:


  • Proyección: atribuir a otros emociones que uno mismo siente.

  • Negación: ignorar o rechazar emociones difíciles.

  • Identificación proyectiva: experimentar que otros sienten lo que uno mismo no puede manejar, como si “depositara” la emoción en otro.



Estos mecanismos son adaptativos: permiten sobrevivir emocionalmente, pero también pueden generar patrones repetitivos en la vida adulta si no se integran.



Klein y el cuerpo



Aunque Klein no realizaba ejercicios corporales, su trabajo implicaba una sensibilidad al cuerpo. El juego de los niños, los movimientos de los muñecos, las expresiones faciales y los gestos eran observados como manifestaciones de procesos internos. En ese sentido, su enfoque ya reconocía que la mente y el cuerpo están interconectados, aunque no se trabajara directamente sobre la fisiología del niño.



Hipótesis sobre la práctica verbal



Klein trabajaba de manera verbal y simbólica, por razones culturales y metodológicas. Intervenir directamente sobre el cuerpo podría haber sido visto como demasiado directo o poco serio. Además, la psicología aún buscaba legitimarse como disciplina científica, y el análisis verbal ofrecía un terreno seguro y reconocido.


Podemos preguntarnos: ¿hubiera cambiado la práctica si se hubieran permitido técnicas corporales? Tal vez habría hecho más evidente la integración entre emociones y sensaciones físicas, pero la observación fina de Klein ya permitía detectar la corporeidad implícita en los juegos y gestos.



Ejemplo práctico de exploración inspirada en Klein



Aunque los adultos no juegan con muñecos, es posible aplicar la lógica de Klein para acceder al inconsciente encarnado:


  1. Objetos simbólicos: elegir objetos pequeños (muñecos, piedras, dibujos) que representen personas importantes o emociones.

  2. Ubicación y movimiento: colocar los objetos según cómo se siente uno respecto a esas personas o emociones.

  3. Observación: notar qué patrones surgen: ¿los objetos se protegen, se atacan, se ignoran?

  4. Reflexión: describir en voz alta lo que esos movimientos y posiciones comunican.



Este ejercicio no es un juego infantil: es una forma de traducir emociones internas al espacio físico, ayudando a ver y reorganizar conflictos inconscientes.



La contribución de Klein a la psicoterapia moderna



Klein mostró que los conflictos emocionales y las defensas se expresan antes de las palabras. Esto preparó el terreno para terapias que combinan la observación verbal con la intervención corporal, donde ahora se puede trabajar directamente con la tensión, la respiración y el movimiento para ayudar a liberar emociones atrapadas.


Su legado, entonces, no está en la técnica corporal, sino en la sensibilidad para percibir lo que está vivo en el niño o en el adulto, aunque aún no hubiera herramientas formales para intervenir físicamente.




Con este capítulo, el lector general entiende:


  • Qué observaba Klein y por qué era importante.

  • Cómo los objetos internos y las defensas tempranas influyen en la vida emocional.

  • Que el cuerpo ya estaba implícito en su método, aunque no se interviniera directamente.

  • Cómo trasladar sus ideas a ejercicios prácticos modernos, respetando la corporeidad y las emociones.




Capítulo 3 — Donald Winnicott y el arte de sostener



Donald Woods Winnicott (1896–1971) fue pediatra antes que psicoanalista. Esa doble formación marcó su manera de entender la mente humana. No pensaba la psicología como algo que se desarrolla solo en la cabeza, sino en la relación viva entre dos cuerpos: el del bebé y el de quien lo cuida.


Su obra gira en torno a una idea que, con el tiempo, se volvió casi proverbial: la madre suficientemente buena. Una figura que no necesita ser perfecta, sino suficientemente presente. Capaz de sostener, de responder, de fallar y reparar.


Lo que Winnicott descubrió, a través de su trabajo con bebés y madres, fue que el yo no nace solo: se forma en el encuentro.





La matriz del vínculo



Cuando un recién nacido llora y alguien lo levanta, lo mece, le ofrece calor y alimento, no solo se calma su cuerpo: se organiza su mundo interno. El bebé no distingue entre sí mismo y el entorno. Todo lo que siente pasa a formar parte de una especie de campo compartido entre su cuerpo y el de la madre.


Con el tiempo, cuando la madre o cuidador logra “sintonizar” con sus necesidades, el bebé aprende que el malestar puede ser aliviado. Que el hambre termina. Que el miedo cede. Que la presencia del otro lo regula.


Ese proceso, repetido miles de veces, construye la base de lo que Winnicott llamó el sentimiento de continuidad del ser: la sensación de que uno puede existir tranquilo, sin tener que estar todo el tiempo defendiéndose.


Esa sensación no se genera con palabras. Es una experiencia corporal y emocional. Se aprende en el ritmo, en la respiración compartida, en la mirada, en la voz.





El sostén: más que apoyo, presencia



Winnicott usó la palabra inglesa holding (sostén) para describir la manera en que la madre sostiene física y emocionalmente al bebé. El sostén no se limita a tenerlo en brazos; también implica mantener la estabilidad emocional del entorno.


Un bebé necesita sentir que quien lo cuida puede tolerar su llanto, su enojo, su miedo. Cuando el adulto no se asusta ni reacciona con exceso, el bebé aprende, poco a poco, que las emociones fuertes no lo destruyen ni destruyen el vínculo.


Ese aprendizaje temprano deja una huella profunda en el sistema nervioso. Más adelante, cuando la persona atraviesa angustias, su cuerpo puede recordar —de manera inconsciente— esa sensación de haber sido sostenido.


Por eso, muchas terapias actuales, incluso las somáticas o las basadas en la neurociencia, retoman la idea de holding como base: sin sensación de seguridad, no hay integración posible.





Winnicott y el cuerpo que piensa



Aunque Winnicott escribía desde el psicoanálisis, su visión era claramente corporal. Cuando hablaba de “madre suficientemente buena” se refería también al cuerpo de la madre: al calor de sus brazos, al ritmo de su respiración, al tono de su voz.


Hoy, con la teoría polivagal de Stephen Porges, se puede explicar científicamente lo que Winnicott observaba clínicamente: la regulación emocional ocurre a través del sistema nervioso autónomo.


  • Cuando alguien nos habla con tono suave y mirada estable, se activa nuestro nervio vagal ventral, que nos da sensación de seguridad.

  • Cuando el entorno es impredecible o amenazante, se activa el sistema simpático (lucha/huida) o el dorsal (colapso/desconexión).



Winnicott no conocía esos términos, pero describía los mismos fenómenos: cómo la presencia calmada del cuidador regula el cuerpo del niño.





El terapeuta como nuevo sostén



En la vida adulta, la figura del terapeuta puede funcionar como una especie de “entorno suficientemente bueno”. No porque el profesional sea una madre simbólica, sino porque el cuerpo y la voz del terapeuta pueden ofrecer al paciente una experiencia correctiva de seguridad.


Esto ocurre incluso antes de que haya palabras.


  • Una respiración acompasada.

  • Un tono de voz pausado.

  • Una actitud receptiva.



Todo eso envía señales neuroceptivas al cuerpo del paciente que dicen: “Estás a salvo”.


Solo desde esa sensación básica de seguridad puede surgir la reflexión, la emoción o el recuerdo. Sin regulación, el pensamiento se fragmenta.





Ejercicio: construir el espacio seguro interno



Inspirado en la idea de holding, este ejercicio busca recrear, desde la corporalidad, esa sensación de sostén interno.


  1. Encontrar una postura estable: sentado o acostado, con apoyo en la espalda y los pies firmes.

  2. Respirar naturalmente: no forzar, solo observar el ritmo.

  3. Visualizar una presencia calmada: puede ser una persona, un lugar, un sonido. Algo que evoque ternura y tranquilidad.

  4. Dejar que el cuerpo responda: tal vez cambie la respiración, el pulso, o aparezca una sensación de alivio.

  5. Registrar: “Esto es lo que siente un cuerpo sostenido”.



El objetivo no es revivir el pasado, sino crear nuevas memorias corporales de seguridad, capaces de contrarrestar el miedo o la desconfianza aprendida.





El falso self y la desconexión del cuerpo



Winnicott también habló del falso self, un tipo de máscara que las personas construyen para sobrevivir en ambientes donde sus emociones auténticas no fueron bienvenidas.


Cuando el entorno no tolera la expresión genuina —un llanto, un enojo, una tristeza—, el niño aprende a adaptarse. Se comporta “como se espera” y reprime lo que siente. Con el tiempo, esa adaptación puede volverse tan automática que la persona pierde contacto con su cuerpo, con su deseo y con su vitalidad.


El falso self es una forma elegante de desconexión. No es una mentira, sino un mecanismo de defensa. Pero vivir siempre desde ahí produce cansancio, sensación de vacío y desconfianza en la propia intuición.


La terapia, entendida desde Winnicott, busca reconectar al paciente con su self verdadero: ese núcleo de espontaneidad y juego que quedó protegido, esperando ser escuchado.





El poder del juego



Para Winnicott, el juego no era una simple diversión. Era el modo en que el ser humano aprende a crear, a imaginar y a tolerar la incertidumbre.


Entre el mundo interno y el externo hay un espacio intermedio, que él llamó espacio transicional. Allí viven los símbolos, la creatividad, el arte y la fe. En ese espacio, el niño inventa reglas, combina fantasía y realidad, y ensaya formas de estar en el mundo sin miedo.


El adulto, cuando juega, crea arte o improvisa, entra en ese mismo territorio. La salud emocional depende, en gran parte, de mantener vivo ese espacio intermedio.


Por eso, muchas terapias corporales modernas incluyen ejercicios de movimiento libre o expresión simbólica, no para “entretenerse”, sino para reactivar ese lugar donde el cuerpo y la imaginación dialogan.





La actualidad de Winnicott



Lo que Winnicott observó en consultorios y salas de pediatría hoy puede traducirse en lenguaje neurocientífico.


  • Su holding equivale a la co-regulación vagal.

  • Su madre suficientemente buena describe un entorno con baja amenaza percibida y alta sintonía emocional.

  • Su espacio transicional anticipa lo que hoy se llama ventana de tolerancia: el rango en el cual el cuerpo puede sentir sin desbordarse.



Pero más allá de los nombres, su mensaje sigue siendo el mismo:


“El ser humano no puede desarrollarse solo. Necesita ser sostenido en la ternura de otro cuerpo, hasta poder sostenerse a sí mismo.”





Ejercicio: sostener desde la respiración



  1. Inhalar lentamente, contando hasta cuatro.

  2. Exhalar el doble de tiempo, dejando que el cuerpo se ablande.

  3. Apoyar una mano en el pecho o en el abdomen, notando el movimiento.

  4. Percibir el contacto, imaginar que ese contacto viene de una presencia protectora.

  5. Permitir que aparezca una sensación de alivio o calma.



Este tipo de respiración activa el sistema ventral vagal, el mismo que se asocia con la sensación de seguridad. Con el tiempo, practicarlo genera una nueva memoria corporal de sostén.





Síntesis integradora



Winnicott enseñó que el amor no es una idea ni un discurso: es un ritmo corporal compartido.

Cuando un ser humano siente que otro puede acompañar su emoción sin huir ni invadir, se produce una reorganización profunda del inconsciente. El cuerpo aprende que no todo malestar lleva al colapso.


Por eso, el sostén —ya sea materno, terapéutico o interno— es la base sobre la que se construye la salud mental. Desde allí, el inconsciente encarnado puede expresarse con libertad, sin miedo al juicio o al abandono.



Perfecto 🌿

A continuación, el Capítulo 4 completo, manteniendo el tono narrativo, explicativo y profundo, para público general latinoamericano, que integra historia, ciencia y práctica corporal con claridad.





Capítulo 4 — Stephen Porges y la teoría polivagal: el cuerpo que escucha la seguridad



A veces el cuerpo parece tener vida propia.

Puede estar en un lugar tranquilo y, sin embargo, sentir miedo. O puede reírse en medio de una preocupación sin haberla resuelto. Es como si dentro de uno convivieran varios sistemas que reaccionan sin pedir permiso.


El neurocientífico Stephen Porges, nacido en 1945, dedicó su vida a entender esa paradoja. ¿Por qué el cuerpo responde al peligro incluso cuando la mente sabe que no lo hay? Su respuesta fue una teoría que transformó la comprensión de las emociones y el trauma: la teoría polivagal.





El nervio que une cuerpo, emoción y relación



Porges descubrió que existe un nervio que conecta directamente el cerebro con los órganos internos: el nervio vago. Su nombre viene del latín vagus, que significa “errante”, porque recorre casi todo el cuerpo: desde el cerebro hasta el corazón, los pulmones y el intestino.


Este nervio no solo regula funciones automáticas —como la respiración o el ritmo cardíaco—, sino que también responde a la percepción de seguridad o amenaza. Es decir, participa en cómo el cuerpo siente el mundo.


De allí surge la palabra clave de la teoría: neurocepción.

No es lo mismo que percepción. La percepción es consciente: ver, oír, oler. La neurocepción, en cambio, es automática. Es la forma en que el sistema nervioso detecta si algo es seguro o peligroso sin que la mente tenga tiempo de pensarlo.


Por ejemplo:


  • Una mirada amable o una voz suave activan la sensación de calma.

  • Un ruido fuerte o un tono autoritario hacen que el cuerpo se tense, incluso antes de que uno decida hacerlo.



Esto significa que la seguridad no entra por las ideas, sino por los sentidos.





Tres caminos posibles del sistema nervioso



Según Porges, el cuerpo tiene tres grandes estrategias para responder al entorno.


  1. Estado ventral vagal — seguridad y conexión


    Cuando el cuerpo percibe seguridad, se activa la parte “social” del nervio vago.


    • El ritmo cardíaco es estable.

    • La respiración fluye.

    • La mirada se suaviza.


      En este estado se puede hablar, escuchar, crear y confiar.


  2. Estado simpático — lucha o huida


    Si el cuerpo detecta peligro, el sistema simpático entra en acción.


    • El corazón late más rápido.

    • Los músculos se tensan.

    • La mente se enfoca solo en sobrevivir.


      Es útil para escapar o defenderse, pero agotador si se mantiene mucho tiempo.


  3. Estado dorsal vagal — congelamiento o colapso


    Cuando el peligro es extremo o prolongado, el cuerpo se desconecta.


    • Se apaga la energía.

    • Aparece sensación de vacío o desconexión emocional.

    • Puede sentirse como “no estar del todo presente”.




Cada persona alterna entre estos estados a lo largo del día, de manera natural. Pero en personas con trauma o estrés crónico, el sistema puede quedar atrapado en defensa, aunque ya no haya amenaza real.





Del trauma a la regulación



Porges mostró que el trauma no es solo un recuerdo: es una respuesta del sistema nervioso que quedó congelada en el tiempo.

El cuerpo sigue actuando como si el peligro continuara. Por eso, hablar sobre el trauma no siempre lo resuelve; el cuerpo necesita reaprender la sensación de seguridad.


Aquí aparece la importancia de las terapias somatosensoriales: técnicas que ayudan a regular el cuerpo antes de interpretar la historia.

Ejercicios simples —como respirar lentamente, notar los apoyos del cuerpo, mover los hombros o balancearse— pueden activar el sistema ventral vagal, restableciendo la calma fisiológica.


Cuando el cuerpo siente seguridad, la mente puede pensar. Sin esa base corporal, el diálogo terapéutico se convierte en una discusión entre partes asustadas.





El cuerpo como oído emocional



Una de las ideas más bellas de Porges es que el cuerpo escucha la seguridad.

La voz humana, el contacto visual, el ritmo de la respiración y hasta la música pueden activar el sistema vagal ventral. Por eso, los bebés se calman con canciones suaves o con el tono tranquilo de sus cuidadores: el cuerpo reconoce la armonía.


El sistema nervioso no necesita entender palabras para saber que está a salvo. Lo sabe por el tono, por el ritmo, por la presencia del otro.


Esto explica por qué el acompañamiento terapéutico, el arte o incluso una conversación amable pueden generar alivio profundo: el cuerpo capta lo seguro antes que la mente lo traduzca.





Ejercicio: entrenar la seguridad fisiológica



  1. Buscar una postura cómoda.


    Puede ser sentado o acostado, con la espalda apoyada.

  2. Notar la respiración.


    No se trata de controlarla, sino de observar su ritmo.

  3. Exhalar más lento que inhalar.


    Esto activa el nervio vagal ventral, asociado a la calma.

  4. Imaginar un sonido o una voz amable.


    Puede ser una canción, una palabra, una frase.

  5. Permanecer ahí unos minutos.


    Si aparece una emoción, permitir que fluya sin forzar nada.



El cuerpo aprende por repetición. Cada vez que se entrena la respiración lenta o la escucha tranquila, se amplía la ventana de tolerancia, ese rango donde el cuerpo puede sentir sin desbordarse.





Cuando la seguridad se convierte en lenguaje



La teoría polivagal no reemplaza el psicoanálisis ni la psicología tradicional. Lo que hace es darle una base biológica a lo que ya se intuía. Cuando Freud hablaba del “ello”, se refería a esa parte del ser que actúa por impulsos corporales. Cuando Winnicott hablaba del “holding”, describía lo que hoy llamaríamos co-regulación vagal.


Porges ofrece el eslabón perdido entre esos mundos: muestra cómo el cuerpo traduce las emociones en señales nerviosas, y cómo esas señales pueden ser moduladas para recuperar la sensación de bienestar.





El vínculo entre la cultura y el cuerpo



Durante mucho tiempo, la psicología occidental separó mente y cuerpo. Se consideraba más respetable hablar que moverse, pensar que sentir. Pero esta división fue cultural, no natural. En muchas tradiciones antiguas —desde el yoga hasta la medicina china—, la regulación corporal siempre fue parte del proceso de sanación.


Lo que hoy llamamos neurociencia afectiva está, en cierto modo, redescubriendo lo que las culturas antiguas ya sabían, pero con lenguaje y mediciones modernas. El cuerpo no miente, no inventa teorías: actúa. Y a través de su acción, guarda la memoria de todo lo vivido.





Hacia una nueva comprensión de la mente



El descubrimiento de Porges cambió la idea misma de “regulación emocional”. Ya no se trata de controlar los sentimientos con la razón, sino de acompañar al cuerpo hasta que se sienta seguro.

Solo entonces puede pensarse con claridad, amar sin miedo, crear sin exigencia y dormir sin angustia.


La calma no viene de una idea; viene de la fisiología. Pero para alcanzarla, hace falta algo más que técnica: hace falta ternura.

Ternura en el tono, en la respiración, en el contacto. Ternura para dejar que el cuerpo sepa, poco a poco, que el peligro ya pasó.



Perfecto 🌿

A continuación te presento el Capítulo 5 completo, en el mismo tono narrativo, claro y profundo, combinando historia, neurociencia y práctica vivencial.





Capítulo 5 — Peter Levine y la liberación del trauma en el cuerpo



Hay experiencias que no se olvidan, aunque uno no las recuerde.

No están guardadas en palabras ni en imágenes, sino en reflejos, en respiraciones cortadas, en músculos que se tensan cada vez que el entorno se parece —aunque sea lejanamente— a aquel momento doloroso.


El psicólogo y biólogo Peter Levine, nacido en 1942, dedicó su vida a estudiar esa memoria invisible. Su trabajo cambió la forma de entender el trauma. En lugar de considerarlo una “herida psicológica”, lo describió como una reacción biológica interrumpida: una respuesta natural del cuerpo que quedó congelada en el tiempo.





Cuando el cuerpo se congela



Levine comenzó observando a los animales salvajes. En la naturaleza, los animales también se enfrentan a amenazas —un león, una trampa, una pelea—, pero, a diferencia de los humanos, no desarrollan estrés postraumático.

¿Por qué?

Porque, una vez que pasa el peligro, sus cuerpos descargan la energía acumulada: tiemblan, respiran profundamente, corren o se sacuden. Esa descarga restablece el equilibrio del sistema nervioso.


En cambio, los seres humanos, por razones culturales y sociales, muchas veces bloquean esa descarga natural. Se nos enseña a “controlarnos”, a “no temblar”, a “ser fuertes”. Pero lo que no se descarga queda almacenado como tensión.


“El trauma ocurre cuando el cuerpo no puede completar su respuesta natural ante el peligro”, escribió Levine.


No es la experiencia en sí lo que deja marca, sino la energía que quedó atrapada.





Trauma: una reacción biológica detenida



El cuerpo humano está diseñado para responder al peligro de tres maneras básicas:


  1. Luchar.

  2. Huir.

  3. Congelarse.



Si la amenaza es demasiado grande o repentina, el sistema nervioso elige congelarse: reducir el movimiento, bajar el pulso, desconectarse. Es un mecanismo de protección. Pero si después no se permite que esa energía se libere, la persona puede quedar atrapada en un estado de hipervigilancia o entumecimiento crónico.


Ese estado no se corrige con razonamientos. La mente puede entender que “ya pasó”, pero el cuerpo no lo cree.


Por eso Levine propuso una forma distinta de trabajar: acompañar al cuerpo para que complete, de manera segura, las respuestas que quedaron inconclusas.





La experiencia somática



A su método lo llamó Somatic Experiencing, o “experiencia somática”.

No es una terapia de conversación, sino de observación corporal guiada. El terapeuta ayuda a la persona a notar sus sensaciones internas —la temperatura, el pulso, la tensión— y a moverse entre activación y descanso, sin forzar ninguna descarga.


El objetivo no es revivir el trauma, sino restaurar el ritmo natural del sistema nervioso: permitir que la energía que quedó atrapada se exprese lentamente y se integre.


A veces el cuerpo tiembla, suspira, se estira o llora sin motivo aparente. Esas son señales de que la energía acumulada está encontrando salida.


Levine describía estos procesos con una delicadeza casi poética:


“El temblor no es el signo del miedo, sino del cuerpo liberándose del miedo.”





Seguridad antes que catarsis



Un aspecto central de su trabajo es la noción de ventana de tolerancia.

El sistema nervioso tiene un rango dentro del cual puede sentir y procesar emociones sin desbordarse. Si se activa demasiado (hiperexcitación), aparecen ansiedad, taquicardia o pánico. Si se apaga demasiado (hipoactivación), surge el vacío, la disociación, la apatía.


Trabajar con el trauma requiere mantenerse dentro de esa ventana. Por eso Levine insistía en hacerlo con extrema lentitud y respeto. La idea no es provocar una catarsis violenta, sino restablecer la confianza del cuerpo en su propio ritmo.


“La suavidad —decía— es la fuerza que permite que el trauma se disuelva.”





Ejercicio: el temblor como liberación



  1. Buscar un lugar tranquilo.


    Sentarse o estar de pie con los pies firmes.

  2. Observar el cuerpo.


    Notar si hay zonas tensas, frías o entumecidas.

  3. Permitir un movimiento mínimo.


    Puede ser un leve balanceo, una vibración o un estiramiento espontáneo.

  4. Seguir la sensación.


    No dirigir el movimiento: dejar que el cuerpo lo haga solo.

  5. Descansar.


    Sentir el alivio posterior, el pulso más lento, la respiración más profunda.



Repetir este proceso enseña al cuerpo a recuperar la descarga natural que había sido inhibida.





El papel del terapeuta



En la terapia somática, el terapeuta actúa como un testigo regulado, no como un director. Su presencia calmada ofrece al sistema nervioso del paciente una referencia de seguridad.


Mientras el paciente observa sus sensaciones, el terapeuta acompaña con la mirada, la voz y la respiración, ayudando a que el cuerpo no se asuste de su propia energía.


Así, poco a poco, el cuerpo aprende que puede sentir sin colapsar. Ese aprendizaje se vuelve la base de una nueva confianza: “puedo sostener lo que siento”.





De la descarga a la integración



El proceso no termina con liberar la tensión. La verdadera sanación ocurre cuando el cuerpo puede integrar la experiencia.

Esto significa que lo que antes era una reacción automática se transforma en una memoria que ya no duele. El sistema nervioso registra: “esto fue peligroso, pero sobreviví”.


Ese cambio puede sentirse como una expansión, un suspiro profundo o una sensación de espacio interno. En términos neurológicos, implica que el sistema vagal ventral retoma el control y restablece la comunicación entre el cerebro emocional y el racional.





Trauma y cultura



Levine también reflexionó sobre por qué el trauma es tan frecuente en el mundo moderno.

En parte, porque la cultura contemporánea desalienta las descargas naturales del cuerpo. Desde pequeños se enseña a “no llorar”, “no temblar”, “no gritar”. La represión emocional se confunde con madurez. Pero lo que se reprime no desaparece; se aloja en el cuerpo.


Su trabajo nos invita a reconsiderar esa enseñanza: sanar no es volverse duro, sino volver a confiar en la propia sensibilidad.





Ejercicio: respiración para liberar tensión acumulada



  1. Apoyar una mano en el pecho y otra en el abdomen.

  2. Inhalar por la nariz y exhalar lentamente por la boca.


    La exhalación debe durar el doble que la inhalación.

  3. Visualizar la tensión saliendo del cuerpo con cada exhalación.

  4. Permitir pausas entre respiraciones.


    No forzar, solo observar los cambios en el ritmo.



Después de varios minutos, suelen aparecer pequeñas sacudidas, calor o alivio emocional. No son síntomas de debilidad, sino señales de recuperación del movimiento natural del sistema nervioso.





Levine, Klein y Winnicott: tres lenguajes de una misma historia



Levine no contradice a Klein ni a Winnicott; los completa.


  • Klein observó las emociones que se expresaban en el juego.

  • Winnicott describió el vínculo que regula el afecto.

  • Levine mostró cómo esas emociones y vínculos se inscriben y liberan en el cuerpo.



Donde Klein veía fantasías y Winnicott veía relaciones, Levine ve energía vital que busca reorganizarse. El inconsciente, en su mirada, no es un pozo de secretos, sino un campo de fuerzas en busca de equilibrio.





La ternura como método



El aporte más silencioso de Levine es su ética de la suavidad. En una época que valora la intensidad, él propuso lo contrario: trabajar con lentitud, con ternura y con respeto por los tiempos del cuerpo.


Sanar no es conquistar el trauma, sino volver a habitar el cuerpo sin miedo.

Cuando el cuerpo deja de defenderse, el alma puede descansar.




Capítulo 6 — Trauma complejo y disociación: cuando el cuerpo aprende a ausentarse



No todo trauma viene de un solo golpe.

A veces el dolor no llega como una tormenta repentina, sino como una llovizna que nunca se detiene. Día tras día, gota tras gota, la persona aprende a vivir en alerta o a no sentir nada. Eso es el trauma complejo: no un evento, sino una historia entera donde la seguridad faltó por demasiado tiempo.


En esos casos, el cuerpo desarrolla una habilidad particular: la disociación.

Disociar significa desconectarse de la experiencia para poder sobrevivir. Es una estrategia brillante del sistema nervioso, pero también deja una marca. El cuerpo está, pero no se siente. La persona vive, pero como si estuviera viendo su vida desde afuera.





¿Qué es el trauma complejo?



El trauma complejo no se produce necesariamente por violencia extrema. A veces surge de una infancia sin suficiente sostén emocional, donde no hubo lugar para el miedo, el enojo o la tristeza. También puede venir de relaciones abusivas, negligencia, abandono o humillaciones repetidas.


Cada episodio, tomado por separado, podría parecer menor. Pero juntos forman un paisaje emocional donde el cuerpo aprende a no confiar. Se mantiene siempre en defensa: tenso, cansado, desconectado.


Levine y otros terapeutas somáticos explican que este tipo de trauma genera una activación crónica del sistema nervioso: el cuerpo no logra distinguir entre pasado y presente. Un sonido, una mirada o una palabra pueden reactivar las sensaciones de peligro, incluso cuando nada malo está ocurriendo.





La disociación: un refugio que se vuelve prisión



La disociación no es locura. Es una forma de autoprotección. Cuando el dolor es demasiado grande, el cuerpo separa las sensaciones del presente. La mente “se va” para evitar sufrir.


Esto puede manifestarse de muchas formas:


  • Sensación de estar mirando la vida como una película.

  • No recordar partes del día o de la infancia.

  • Sentir el cuerpo dormido o sin energía.

  • Hablar de situaciones dolorosas sin emoción, como si le hubieran ocurrido a otra persona.



En su origen, la disociación fue un acto de inteligencia biológica: ayudó a sobrevivir. El problema es que, con el tiempo, el cuerpo sigue usándola incluso cuando ya no es necesaria.





El cuerpo como frontera entre presencia y ausencia



El cuerpo es el punto de encuentro entre lo que se siente y lo que se puede tolerar. Cuando la sensación supera la capacidad de regulación, se produce la desconexión. Por eso, el trabajo terapéutico con trauma complejo no busca “recordar todo”, sino aprender a volver de a poco al cuerpo.


Esto no se logra con análisis ni con fuerza de voluntad. Se logra por capas, con ejercicios que enseñan al sistema nervioso que estar presente puede ser seguro.


“No se trata de revivir el trauma —dice Levine—, sino de permitir que la vida vuelva a moverse.”





Primer principio: seguridad antes que memoria



La memoria traumática es como fuego: si se la toca sin precaución, quema.

Por eso, el primer paso del trabajo con trauma complejo no es hablar del pasado, sino crear seguridad en el presente.


Esto incluye:


  • Encontrar un lugar estable, tranquilo y sin interrupciones.

  • Aprender técnicas de respiración y grounding (anclaje al aquí y ahora).

  • Reconocer señales corporales de activación antes de que se desborden.



Solo cuando el cuerpo sabe que el peligro pasó, los recuerdos pueden integrarse sin reactivar el miedo.





Segundo principio: la regulación compartida



Nadie sale solo del trauma.

La co-regulación —ese intercambio sutil de miradas, tono de voz y respiración— es el lenguaje más antiguo de la calma. Un terapeuta, un amigo o incluso un animal pueden ofrecer ese “ritmo prestado” que ayuda al cuerpo a salir del aislamiento.


En la infancia, esta función la cumplía el cuidador. En la adultez, se puede recrear a través de relaciones seguras y vínculos empáticos.


“El trauma ocurrió en soledad, y se sana en relación”, escribió la psicóloga Pat Ogden.





Tercer principio: volver al cuerpo sin forzar



Cuando alguien ha vivido disociado, volver al cuerpo puede ser abrumador.

El cuerpo dormido no despierta de golpe. Despierta de a poco, como quien se acostumbra a la luz después de mucho tiempo en la oscuridad.


Por eso, las terapias somáticas modernas trabajan por micro-movimientos.


  • Sentir los pies tocando el suelo.

  • Notar la temperatura del aire en la piel.

  • Observar los latidos del corazón sin intentar cambiarlos.



Estas pequeñas prácticas enseñan al sistema nervioso que es posible estar presente sin sufrir.





Ejercicio: el ancla corporal



  1. Buscar una posición cómoda.


    Puede ser sentado o acostado.

  2. Apoyar los pies o las manos en una superficie firme.


    Notar la textura, el peso, el contacto.

  3. Respirar sin ritmo forzado.


    Sentir el aire entrar y salir.

  4. Nombrar tres cosas del entorno.


    “Una mesa”, “una lámpara”, “mi respiración”.

  5. Decir internamente: “Estoy aquí, ahora.”



Este ejercicio ayuda a reconectar la mente con el cuerpo y el presente.

Si aparece angustia o cansancio, es señal de que el sistema nervioso está aprendiendo a salir del modo defensa.





Cuarto principio: pequeñas dosis de emoción



El trauma complejo no se procesa hablando durante horas sobre el dolor. Se procesa en fragmentos manejables.

El cuerpo necesita tiempo para digerir cada emoción. Por eso, el terapeuta guía a la persona para acercarse y alejarse del recuerdo, como si fuera una ola: sentir un poco, luego descansar.


Esa alternancia entre activación y calma fortalece los circuitos de regulación.

Con el tiempo, la emoción deja de ser una amenaza y se vuelve una experiencia habitable.





Quinto principio: ternura, no heroísmo



Durante mucho tiempo, se pensó que sanar implicaba valentía o fuerza de voluntad.

Hoy se sabe que lo que verdaderamente repara el trauma es la suavidad.

Ternura al mirar las propias reacciones, ternura al escuchar el cuerpo.


Cada vez que el cuerpo siente que no será forzado, se abre un poco más.

Cada respiración que termina sin peligro amplía el espacio interno. Esa es la verdadera reeducación del sistema nervioso: enseñarle que la calma también es posible.





Ejercicio: del entumecimiento al movimiento



  1. Detectar una zona del cuerpo que se sienta apagada.


    Puede ser el pecho, el abdomen, los brazos.

  2. Llevar la atención a esa zona, sin exigirle nada.


    Imaginar que se la envuelve en una luz tibia.

  3. Permitir un movimiento leve.


    Un estiramiento, un cambio de postura, un suspiro.

  4. Esperar la respuesta natural del cuerpo.


    Puede ser una sensación de calor, alivio o incluso llanto.



No hay un resultado correcto: lo importante es permitir la vida en lugar de controlarla.





Del control a la confianza



El trauma complejo enseña a vivir controlando cada detalle. La sanación enseña a volver a confiar: en el cuerpo, en el tiempo, en los vínculos.

No se trata de olvidar, sino de recordar sin miedo.


Cada temblor, cada respiración profunda, cada lágrima espontánea son signos de un sistema nervioso que vuelve a confiar en sí mismo.





Epílogo del capítulo



La disociación es una forma de amor hacia uno mismo: el amor que protege cuando nada más puede hacerlo. Pero lo que fue refugio también puede volverse prisión.

Aprender a regresar al cuerpo con ternura es abrir la puerta de esa prisión sin violencia.


No se trata de “volver a ser el de antes”, sino de convertirse en alguien que puede habitar su cuerpo sin miedo.


“El cuerpo no olvida, pero puede perdonar”, escribió una vez Levine.


Ese perdón no es un acto moral, sino biológico: es el cuerpo diciendo “ya no necesito seguir huyendo”.





Capítulo 7 — Integración conceptual: cuatro lenguajes para un mismo cuerpo


A veces la historia de la psicología parece una conversación entre generaciones que no llegaron a conocerse.

Melanie Klein hablaba de fantasías inconscientes, Winnicott de vínculos y sostén, Levine de descarga corporal, Porges de nervios y neurocepción.

Y sin embargo, todos estaban describiendo lo mismo: cómo el ser humano busca seguridad, conexión y libertad interior.

Solo usaban idiomas distintos.

Este capítulo une esas voces y muestra cómo, juntas, dibujan el mapa completo de lo que hoy puede llamarse inconsciente encarnado.


1. Melanie Klein: el mundo interno y los objetos que habitan en nosotros


Klein observaba cómo los niños transformaban sus emociones en juego. Descubrió que cada ser humano lleva dentro un mundo de figuras internas, hechas de recuerdos, vínculos y emociones mezcladas.

Llamó a esas figuras objetos internos: imágenes mentales de las personas que nos marcaron.

Alguien que fue cuidado suele llevar dentro un “objeto bueno”: una sensación de amparo que se activa en momentos difíciles.

Alguien que fue herido o ignorado puede cargar con “objetos malos”: figuras internas que le devuelven críticas, miedo o desconfianza.

El trabajo terapéutico, según Klein, consistía en reconciliar esos mundos internos, entender que las personas reales son complejas y que dentro de uno también conviven múltiples partes.

En términos actuales, puede decirse que Klein describía la memoria emocional profunda, esa que se guarda no solo en pensamientos, sino también en el cuerpo.



2. Donald Winnicott: el cuerpo sostenido por otro cuerpo


Winnicott amplió la mirada de Klein.

Donde ella veía fantasías y objetos internos, él vio relaciones reales.

Explicó que la mente no se desarrolla sola: necesita un entorno que acompañe, contenga y repare.

La madre suficientemente buena —o cualquier figura que cumpla ese rol— ofrece al bebé una experiencia fundante: cuando el llanto recibe una respuesta, cuando el hambre se calma, cuando el miedo encuentra un abrazo, el sistema nervioso aprende que el mundo puede ser confiable.

Ese aprendizaje no ocurre con palabras. Ocurre a través del ritmo, el tono, el contacto y la voz.

Por eso Winnicott fue, sin saberlo, un precursor de las terapias de regulación corporal: el bebé no escucha frases, escucha presencias.



3. Stephen Porges: el nervio que traduce el afecto en biología


Décadas después, la teoría polivagal de Porges vino a ponerle nombre científico a esa experiencia: el nervio vago ventral es el puente entre emoción y cuerpo.

Cuando alguien nos mira con calma o nos habla con tono suave, el sistema nervioso interpreta: “estás a salvo”.

El corazón se desacelera, la respiración se hace más profunda, el cuerpo recupera la capacidad de sentir y pensar.

Porges llamó a esto neurocepción de seguridad: la lectura inconsciente del entorno que determina si podemos conectar o debemos protegernos.

Así, lo que Winnicott describía como holding —ser sostenido—, hoy puede entenderse como co-regulación vagal.

Y lo que Klein llamaba “objeto interno bueno” se traduce en un cuerpo capaz de permanecer en estado ventral vagal, incluso ante el estrés.



4. Peter Levine: el cuerpo que completa lo que el tiempo interrumpió


Levine observó que el trauma no es solo un recuerdo, sino una reacción biológica congelada.

Cuando una persona vivió miedo o abuso sin poder defenderse, su cuerpo queda atrapado en esa respuesta inconclusa: un corazón que late como si el peligro aún estuviera, músculos que no pueden relajarse del todo, respiraciones entrecortadas.

Su aporte fue ofrecer un camino de regreso: permitir que el cuerpo complete, con suavidad, las respuestas que quedaron detenidas.

A veces es un temblor, una exhalación profunda, un movimiento leve.

Son gestos pequeños que liberan grandes cargas.

Donde Klein trabajaba con palabras y Winnicott con vínculo, Levine trabaja con presencia corporal.

Los tres coinciden en que el inconsciente se transforma cuando se lo puede vivir de otro modo, no solo entender.



5. Cuatro lenguajes, una misma emoción


Cada autor puso el acento en un aspecto diferente:

• Klein en el mundo interno.

• Winnicott en la relación.

• Porges en la fisiología.

• Levine en el proceso corporal.

Pero sus teorías son como capas de una misma cebolla: se sostienen y completan entre sí.

La emoción que Klein veía representada en el juego infantil es la misma que Winnicott contenía con ternura, que Porges describe como activación vagal, y que Levine libera con movimientos naturales.

El inconsciente encarnado surge cuando esas capas se integran: cuando la mente comprende, el cuerpo siente y la relación sostiene.



6. De la palabra al cuerpo: una evolución cultural


Durante el siglo XX, la terapia se basó casi exclusivamente en el lenguaje.

Se hablaba, se interpretaba, se analizaban sueños.

El cuerpo era observado, pero no convocado.

Hoy, las terapias basadas en la regulación somática no reemplazan la palabra, sino que la completan.

Primero se calma el cuerpo, luego se ordena el pensamiento.

Primero se regula la respiración, después se entiende el significado.

Esta inversión de orden es culturalmente nueva. Durante siglos, Occidente consideró que la razón debía gobernar las emociones.

Pero el cuerpo tiene su propia inteligencia, y aprender a escucharla es un acto de humildad.



7. Ejercicio integrador: el triángulo del inconsciente encarnado


Este ejercicio combina los aportes de los cuatro autores y puede practicarse en momentos de ansiedad o confusión.

1. Reconocer el mundo interno (Klein):

Cerrar los ojos e imaginar qué partes internas se están expresando. ¿Hay miedo? ¿Enojo? ¿Tristeza?

Nombrar mentalmente lo que aparezca, sin juzgar.

2. Ofrecer sostén (Winnicott):

Colocar una mano en el pecho y otra en el abdomen.

Sentir el calor y el peso de las manos como un gesto de acompañamiento.

3. Regular la fisiología (Porges):

Exhalar lentamente, más tiempo que la inhalación.

Notar cómo el pulso y la respiración se estabilizan.

4. Permitir el movimiento natural (Levine):

Si el cuerpo quiere moverse, temblar o suspirar, permitirlo.

No forzar ni contener, solo acompañar.

Después de unos minutos, suele aparecer una sensación de mayor presencia o alivio.

No es magia: es la integración de sistemas que antes actuaban separados.



8. La psicología como lenguaje en evolución


La historia de la psicoterapia puede leerse como una evolución del idioma del alma.

Al principio se hablaba en metáforas: “objetos buenos y malos”, “yo y ello”.

Después se incorporó la fisiología: “sistema nervioso”, “neurocepción”.

Hoy se vuelve a unir todo en un lenguaje integrador, donde la mente, el cuerpo y la relación se traducen mutuamente.

Quizás dentro de unas décadas se inventen nuevas palabras para describir lo mismo. Pero la experiencia humana seguirá siendo la misma: el deseo de sentirse en casa dentro del propio cuerpo.


9. Hacia una psicoterapia del siglo XXI


El desafío actual no es elegir entre Freud o la neurociencia, entre hablar o moverse.

El desafío es saber cuándo y cómo combinar las herramientas.

Hay momentos en los que una palabra precisa puede liberar una emoción, y otros en los que solo un suspiro puede hacerlo.

El terapeuta contemporáneo —y también cualquier persona interesada en comprender su propio mundo interno— necesita aprender ambos lenguajes: el del símbolo y el de la sensación.

Porque el inconsciente no se expresa solo en sueños, sino también en la piel, en la mirada y en el silencio.

“Todo acto de comprensión verdadera comienza en el cuerpo”, escribió Winnicott.

Y quizás ese sea el hilo que une a los cuatro autores: la idea de que la mente se piensa con el cuerpo.


Perfecto 🌿

A continuación, el Capítulo 8 completo, escrito en el mismo tono extenso, claro y narrativo. Es un capítulo de transición: reflexiona sobre la práctica sostenida, los procesos de largo plazo y las perspectivas futuras del trabajo con el inconsciente encarnado.





Capítulo 8 — La integración a largo plazo y el tiempo del cuerpo



Hay procesos que no se pueden acelerar.

El cuerpo tiene su propio reloj, distinto del calendario social o las urgencias de la mente.

En la psicoterapia —y en toda experiencia de transformación profunda— ese reloj interior marca el ritmo real del cambio.


En los capítulos anteriores se habló del inconsciente encarnado: cómo las emociones, los recuerdos y las defensas viven en el cuerpo; cómo se expresan a través de la respiración, los movimientos y las reacciones fisiológicas; cómo pueden regularse con ternura y presencia.


Pero todo eso solo cobra sentido cuando se sostiene en el tiempo.

No basta una sesión, ni un ejercicio aislado. La integración del cuerpo y la mente es una práctica que requiere continuidad, paciencia y repetición.





1. El tiempo del sistema nervioso



El sistema nervioso aprende por repetición.

Cada vez que una persona practica una respiración consciente, una pausa, un movimiento suave, está enseñándole al cuerpo que puede sentirse seguro sin colapsar.


No hay atajos.

Así como un músculo se fortalece con el uso, la calma también se entrena.

La seguridad no llega por una comprensión intelectual, sino por una acumulación de experiencias corporales seguras.


Por eso, el proceso de integración no se mide en días, sino en ciclos. A veces parece que nada cambia, y sin embargo el cuerpo está reorganizando memorias profundas.


“La sanación no es lineal: es una espiral que vuelve sobre los mismos lugares, pero cada vez con más conciencia.”





2. El acompañamiento sostenido



El acompañamiento terapéutico, en su sentido más amplio, es una relación a largo plazo.

No porque haya que depender de otro, sino porque la presencia de un otro regula el ritmo del cambio.


Cuando una persona atraviesa trauma o disociación, su sistema nervioso necesita sentir que hay alguien que no se va, que puede esperar.

Esa constancia —esa simple permanencia— se convierte en una forma de co-regulación: una presencia estable que ofrece ritmo y confianza.


Por eso, en las terapias de largo recorrido, no todo momento es de insight o de emoción. A veces el trabajo más profundo ocurre en los silencios, en las pausas compartidas, en el hecho de poder estar sin necesidad de “hacer algo”.





3. La práctica cotidiana: cuerpo, vínculo y repetición



La integración del inconsciente encarnado no ocurre solo en el consultorio.

Se cultiva también en la vida diaria, en los gestos más simples.


Algunos ejemplos:


  • Respirar lentamente al despertar, antes de mirar el teléfono.

  • Caminar prestando atención a los apoyos de los pies.

  • Comer sin distracciones, observando los movimientos de la mandíbula y el sabor de los alimentos.

  • Agradecer internamente cuando se siente un momento de calma, por pequeño que sea.



Estos actos parecen triviales, pero son formas concretas de diálogo con el sistema nervioso. Cada uno le dice al cuerpo: “podés confiar otra vez”.


La repetición de estos gestos crea una base fisiológica para la estabilidad emocional.





4. La supervisión como contención del terapeuta



También el terapeuta necesita sostén.

Acompañar a otros en procesos de trauma puede activar memorias propias o fatiga emocional. La supervisión clínica —entendida no como control, sino como espacio de cuidado— es esencial para mantener la regulación y la claridad interna del profesional.


En la supervisión, el terapeuta revisa no solo lo que ocurre con el paciente, sino también lo que ocurre en su propio cuerpo: tensiones, reacciones, silencios.

Reconocer esas resonancias es parte de la ética del trabajo somático.


Un terapeuta desregulado transmite, aunque no lo diga, señales de peligro.

Un terapeuta regulado, en cambio, ofrece al paciente un sistema nervioso disponible y calmado, un espejo corporal donde puede aprender a regularse.





5. El cuerpo como archivo del tiempo



Cada experiencia de vida deja huellas.

El cuerpo no olvida, pero tampoco se queda inmóvil.

A medida que se repiten experiencias seguras, las antiguas memorias de peligro pierden fuerza.


Esto no significa borrar el pasado, sino integrarlo en una narrativa más amplia.

Lo que antes era una herida se convierte en un capítulo, y lo que antes era un reflejo se transforma en elección.


El cuerpo que aprende a regularse se convierte en un archivo de confianza.

Ya no necesita anticipar el peligro en cada respiración: puede habitar el presente sin sobresalto.





6. Ejercicio: la espiral de integración



Este ejercicio sirve para registrar el proceso de cambio corporal a lo largo del tiempo.


  1. Tomar una hoja y dibujar una espiral amplia.


    En el centro escribir “inicio del proceso”.

  2. Ir marcando momentos significativos.


    No solo eventos externos, sino sensaciones internas: un día de calma, un sueño, una conversación.

  3. Observar el patrón.


    Notar si hay avances, retrocesos, pausas.

  4. Nombrar la emoción dominante.


    No importa cuál sea. Lo importante es reconocer que el movimiento existe.



Esta visualización permite ver que la transformación no es lineal.

Cada vuelta de la espiral trae la oportunidad de ver lo mismo desde otro nivel de conciencia.





7. Perspectivas futuras: ciencia, arte y cuerpo



El campo del trabajo somático está en expansión.

La investigación científica continúa explorando cómo el sistema nervioso integra las experiencias emocionales, cómo la respiración, el movimiento y el contacto modifican la actividad cerebral y cómo el arte, la música o la danza pueden actuar como vías de regulación.


Pero más allá de los avances técnicos, el futuro parece dirigirse hacia una psicología más humana, sensible y encarnada, donde el conocimiento científico y la experiencia vivida dialoguen en lugar de competir.


La práctica del mindfulness, la terapia somática, la neurociencia afectiva, la meditación y el arte terapéutico están encontrando puntos de convergencia.

Todas buscan lo mismo: recuperar la presencia.





8. El tiempo como sanador silencioso



Hay heridas que no necesitan explicaciones, sino tiempo.

El cuerpo, cuando se le da un entorno seguro, sabe cómo reorganizarse.

Lo hace lentamente, como las raíces de un árbol que encuentran su camino bajo tierra.


Cada respiración consciente, cada momento de pausa, cada vínculo estable va reescribiendo el inconsciente corporal, capa por capa.


El tiempo, acompañado de ternura, no solo cicatriza: integra.

No devuelve lo perdido, pero convierte el dolor en comprensión.





9. Hacia una ética de la lentitud



En una cultura que exige inmediatez, sanar se vuelve un acto de resistencia.

Volver al ritmo del cuerpo —que es lento, rítmico, natural— es ir contra la corriente de la productividad y del perfeccionismo.


La sanación no se mide por la rapidez, sino por la profundidad.

Y esa profundidad solo aparece cuando se permite que el cuerpo tenga la última palabra.


“El cuerpo no pide milagros; pide tiempo”, decía Peter Levine.





10. Epílogo del capítulo



La integración a largo plazo es la madurez del proceso terapéutico.

No se trata de “curar” el trauma, sino de aprender a vivir con el cuerpo como aliado.

Cuando eso ocurre, la mente deja de luchar contra sí misma y la emoción se convierte en guía.


El inconsciente encarnado es, en última instancia, una forma de sabiduría:

la de un cuerpo que, después de tanto defenderse, aprende a confiar otra vez.



Excelente 🌿

A continuación, el Capítulo 9 completo, el último del libro antes de la conclusión. Este capítulo tiene un tono más práctico y aplicado, pensado para que cualquier persona —tanto terapeuta como lector general— pueda llevar estas ideas a su vida diaria, sin perder profundidad ni rigor.





Capítulo 9 — Aplicaciones clínicas y cotidianas: cómo vivir con un cuerpo consciente



Todo lo aprendido hasta ahora puede parecer muy complejo, lleno de teorías y nombres. Pero al final, el propósito de todo esto es sencillo: aprender a vivir con un cuerpo que sienta sin miedo.


El inconsciente encarnado no es solo una idea para terapeutas; es una forma de estar en el mundo. Implica reconocer que la mente, las emociones y el cuerpo forman un mismo tejido. Que cada reacción corporal —desde un nudo en el estómago hasta una respiración profunda— tiene algo que decir, si se la escucha sin juicio.


Este capítulo explora cómo aplicar esa comprensión en la vida diaria y en la práctica clínica, paso a paso.





1. La vida cotidiana como escenario terapéutico



No hace falta estar en una sesión para practicar la presencia corporal.

De hecho, los contextos más simples —caminar, cocinar, conversar, trabajar— son los mejores laboratorios.


Cada día ofrece oportunidades para observar las tres dimensiones del inconsciente encarnado:


  • Cognitiva: lo que pienso.

  • Emocional: lo que siento.

  • Corporal: lo que mi cuerpo hace mientras tanto.



Un ejemplo:

Alguien recibe una crítica. Piensa “me equivoqué otra vez” (dimensión cognitiva). Siente tristeza o vergüenza (dimensión emocional). El cuerpo se encoge, los hombros se tensan (dimensión corporal).


El trabajo no consiste en evitar la crítica, sino en notar el movimiento completo y permitir que el cuerpo recupere su forma natural. Tal vez soltando el aire, enderezando la espalda, o simplemente respirando sin huir de la sensación.


“La conciencia del cuerpo es la conciencia del presente.”





2. En el consultorio: el cuerpo como brújula clínica



Para los terapeutas, el cuerpo no solo es un objeto de observación: es una herramienta.

Tanto el cuerpo del paciente como el del terapeuta participan en la sesión.


Algunos ejemplos prácticos:


  • Si el paciente habla de algo doloroso y el terapeuta siente su propio pecho apretado, eso puede ser una señal de resonancia corporal: el cuerpo del terapeuta está captando la emoción del otro.

  • Si el paciente acelera el discurso, respirar lentamente puede ayudar a co-regular el ambiente.

  • Si la persona se muestra desconectada o rígida, invitarla a notar su respiración o sus pies en el suelo puede anclarla en el presente.



No se trata de dirigir ni controlar, sino de ofrecer un cuerpo regulado como referencia.

El terapeuta no guía solo con palabras: guía con su sistema nervioso.





3. Las pequeñas pausas: microprácticas de regulación



La regulación no siempre requiere largas meditaciones.

En la vida cotidiana se puede trabajar con microprácticas, momentos de pocos segundos que interrumpen la automatización del estrés.


Algunos ejemplos:


  • Pausa de respiración: antes de responder un mensaje difícil, inhalar contando hasta cuatro y exhalar contando hasta seis.

  • Chequeo corporal: antes de entrar a una reunión, observar la postura y ajustar los hombros.

  • Contacto con el entorno: tocar una superficie fría o caliente y sentir su textura durante unos segundos.

  • Voz consciente: bajar el tono y el ritmo al hablar, como si el cuerpo entero participara en la frase.



Estas pausas no eliminan el conflicto, pero reinstalan la presencia.

Permiten que la mente y el cuerpo se reencuentren antes de reaccionar.





4. El hogar como espacio de co-regulación



El entorno físico influye directamente en el sistema nervioso.

Un hogar desordenado o saturado de estímulos puede mantener al cuerpo en alerta.

Por eso, crear espacios de calma —una iluminación suave, aromas, música tranquila— no es un lujo estético: es una práctica de regulación ambiental.


También los vínculos domésticos regulan o desregulan.

Un tono de voz amable, una mirada atenta o un silencio receptivo pueden calmar tanto como una técnica terapéutica.


“La co-regulación empieza en casa.”





5. En la crianza: enseñar a sentir sin miedo



Los niños aprenden a regular sus emociones a través del cuerpo de los adultos.

No necesitan explicaciones complicadas: necesitan presencia.

Cuando un adulto se calma, el niño capta esa calma por resonancia.


Aplicar las ideas de Porges y Winnicott en la crianza implica cosas simples:


  • Agacharse para hablar a la altura del niño.

  • Sostener la mirada sin dureza.

  • Permitir el llanto sin interrumpirlo con frases como “ya pasó” o “no llores”.

  • Enseñar a respirar o a moverse cuando están frustrados.



La regulación emocional no se enseña con palabras, se transmite con el cuerpo.





6. En la pareja: del reflejo al refugio



En las relaciones de pareja, las teorías del inconsciente encarnado se vuelven palpables.

Las discusiones, los malentendidos y los miedos suelen ser choques entre sistemas nerviosos activados.


Cuando uno de los dos se regula, el otro lo siente.

Por eso, un gesto tan simple como respirar antes de contestar puede cambiar el curso de una conversación.


No se trata de evitar el conflicto, sino de crear espacios seguros para el desacuerdo.

El cuerpo que se mantiene abierto y disponible, incluso frente a la tensión, transmite al otro una señal clara: “estamos a salvo”.





7. En la educación y el trabajo



Las escuelas y los lugares de trabajo suelen valorar la productividad por encima de la presencia. Pero los aprendizajes y las decisiones más efectivas ocurren cuando el sistema nervioso está regulado.


Incorporar pausas, ejercicios de respiración o momentos de silencio en el aula o en una reunión no es perder tiempo, es crear las condiciones para pensar mejor.


En educación, por ejemplo, se puede enseñar a los alumnos a identificar si están “en alerta”, “en calma” o “apagados”.

En los equipos laborales, se puede comenzar una jornada con una respiración conjunta o una breve pausa de estiramiento.


Son gestos pequeños, pero con un efecto enorme en el clima emocional colectivo.





8. En el arte, la escritura y la creación



La creación artística —ya sea pintar, escribir, bailar o tocar música— es una de las formas más directas de expresar y regular el inconsciente corporal.

Durante el proceso creativo, el cuerpo se vuelve lenguaje: transforma tensiones en forma, dolor en belleza, caos en ritmo.


Por eso, el arte no es solo una expresión estética, sino una práctica terapéutica profunda.

Cada vez que una emoción se vuelve trazo, palabra o melodía, el cuerpo completa algo que había quedado suspendido.


“Crear es permitir que el inconsciente respire.”





9. Ejercicio integrador: los tres minutos de presencia



Este ejercicio puede hacerse en cualquier momento del día, incluso en medio de una rutina intensa.


  1. Primer minuto — Cuerpo: notar la postura, los apoyos, la respiración.

  2. Segundo minuto — Emoción: preguntarse “¿qué siento ahora?” sin intentar cambiarlo.

  3. Tercer minuto — Acción: decidir un gesto mínimo que ayude a cuidar esa emoción (moverse, escribir, descansar).



En tres minutos, la mente y el cuerpo vuelven a encontrarse.

No se necesita más tiempo, solo intención.





10. La ética del autocuidado



Aplicar el inconsciente encarnado no significa volverse experto en técnicas, sino cultivar una relación ética con uno mismo.

Significa escuchar al cuerpo no como un obstáculo, sino como un interlocutor sabio.

Respetar sus señales, sus pausas, sus límites.


Cada vez que se escucha un cansancio, una tristeza o una tensión con curiosidad y ternura, se está practicando una forma de autocuidado que repara siglos de desconexión cultural.


La salud mental, vista desde este enfoque, no es la ausencia de síntomas, sino la capacidad de sentirse vivo sin miedo a sentir.





Epílogo del capítulo



El inconsciente encarnado no es una teoría más: es una invitación a volver al cuerpo como territorio de verdad y refugio.

Un cuerpo que respira, que tiembla, que ama, que se calma y se reencuentra con su ritmo natural.


Allí donde antes hubo defensa, puede haber ternura.

Allí donde hubo desconexión, puede haber presencia.

Allí donde hubo miedo, puede haber descanso.


Porque, en el fondo, sanar es volver a casa.


Perfecto 🌿

A continuación, la Conclusión final del libro, que funciona como cierre narrativo, teórico y emocional del recorrido. Está escrita con un tono integrador, poético y académico a la vez, como reflexión duradera sobre el cuerpo, la mente y el proceso terapéutico.





Conclusión — El cuerpo como casa del alma



A lo largo de estas páginas, el inconsciente dejó de ser una idea abstracta para volverse algo que se respira, se mueve y tiembla.

Aprendimos, junto a Klein, que los conflictos internos viven en el juego y en las representaciones que el cuerpo crea para comprender el mundo.

Aprendimos con Winnicott que el sostén no es una metáfora, sino una experiencia fisiológica: un cuerpo regula a otro, una presencia organiza lo que estaba disperso.

Entendimos con Porges que esa experiencia tiene un correlato biológico: la calma y el miedo no son solo emociones, son estados del sistema nervioso.

Y con Levine descubrimos que el trauma no es una historia, sino una energía que busca completarse, un reflejo que el tiempo dejó a medio camino.


Cada autor, con su lenguaje, reveló una parte del mismo misterio: la unidad entre cuerpo, emoción y conciencia.





El regreso de la palabra al cuerpo



Durante siglos, la psicología occidental privilegió la palabra.

Se pensó que lo que no se decía no podía cambiar.

Pero el cuerpo —que nunca dejó de hablar— siguió expresando su verdad en síntomas, tensiones, enfermedades o gestos involuntarios.


Hoy, después de un siglo de teorías, volvemos al principio: el cuerpo no solo acompaña la mente, la piensa.

Cada emoción es una forma de pensamiento encarnado, un modo de procesar la realidad antes de que aparezcan las palabras.


Así, el inconsciente deja de ser un archivo escondido y se convierte en una red viva de sensaciones.

No hay que descifrarlo: hay que escucharlo.





Del yo que controla al yo que confía



El yo que controla es el que teme.

Intenta organizar la vida desde la cabeza porque el cuerpo parece un territorio incierto.

Pero cuando se aprende a habitar el cuerpo con curiosidad, ese miedo se transforma en confianza.


La verdadera madurez emocional no es control, sino regulación:

el equilibrio dinámico entre sentir y sostener, entre abrir y cerrar, entre acción y reposo.


Un cuerpo regulado no es un cuerpo inmóvil.

Es un cuerpo que puede bailar con la vida sin perder su eje.





El terapeuta como testigo del ritmo



El terapeuta, en este marco, deja de ser un intérprete de símbolos para convertirse en un acompañante del ritmo.

Escucha las palabras, pero también los silencios, la respiración, la mirada.

A veces no hace falta preguntar ni interpretar; basta con estar presente de manera estable.


Porque antes de que haya insight, debe haber seguridad.

Y antes de que haya lenguaje, debe haber ritmo compartido.


El terapeuta, en su cuerpo calmado, encarna la posibilidad de otro modo de existir: el de quien ya no lucha contra la vida, sino que la habita.





Una nueva definición de sanación



Sanar no es borrar el pasado, ni “vencer” el trauma.

Es ampliar la capacidad de sentir sin miedo.

Cuando el cuerpo puede sostener la tristeza sin colapsar, el enojo sin destruir, la alegría sin culpa, entonces hay salud.


Sanar es permitir que la energía vuelva a circular.

Que lo que estaba congelado se mueva, que lo que estaba mudo respire.


La sanación no es un punto de llegada, sino un modo de estar: un diálogo constante entre el cuerpo que recuerda y la conciencia que acompaña.





El cuerpo social: sanar juntos



Así como una persona necesita ser sostenida para sanar, también las comunidades necesitan entornos de regulación colectiva.

El trauma no es solo individual; se hereda y se replica a través de culturas que viven en defensa.


Cada acto de ternura, cada conversación donde se escucha de verdad, cada cuerpo que elige la calma en lugar de la reacción, interrumpe ese ciclo.

El trabajo con el cuerpo no es un gesto privado: es una forma de resistencia cultural frente a la deshumanización.





La ternura como método



En la base de todas las teorías —de Klein a Porges, de Winnicott a Levine— hay una misma energía: la ternura.

No la ternura ingenua, sino la que entiende que el dolor necesita suavidad para transformarse.

La que acompaña, no fuerza.

La que confía en el ritmo del cuerpo más que en la prisa del pensamiento.


La ternura es el puente entre la neurociencia y el alma.

Es la ciencia del gesto pequeño que repara lo invisible.





El inconsciente encarnado como camino de regreso



El inconsciente encarnado no es una moda ni una técnica.

Es un recordatorio de algo que siempre supimos:

que no somos mentes que habitan cuerpos, sino cuerpos que piensan, aman y recuerdan.


El cuerpo es la casa donde habita la conciencia.

Y cada vez que respiramos con atención, cada vez que sentimos sin huir, cada vez que sostenemos a otro con calma, estamos recordando el camino a casa.


Allí, en ese territorio donde el lenguaje se disuelve y queda solo la presencia, comienza la verdadera psicoterapia:

la que no cura desde afuera, sino que despierta desde adentro.




“Lo que el cuerpo no olvida, la ternura lo transforma.”





 
 
 

Comments


© 2025 by Marcelo Gallo de Urioste, Licenciado en Psicología. 

bottom of page