
🎞️ Esculpir el tiempo: cuando el montaje suena como un piano y rueda como un truco
- Marcelo Gallo
- Nov 5
- 5 min read
🌒 Introducción general
El tiempo no es una línea: es un tejido. El cineasta, el pianista y el skater lo saben. Cada uno, en su lenguaje, lo tensa, lo dobla, lo suspende y lo vuelve a soltar. Trabajan con el mismo material invisible: la duración vivida.
Gilles Deleuze escribió que el cine “no representa el tiempo, sino que lo piensa” (La imagen-tiempo, 1985). Pero lo mismo podría decirse de la música y del skateboarding. El pianista piensa el tiempo con el cuerpo a través de la pulsación rítmica y el control del silencio; el skater lo dibuja con trayectorias, equilibrios y deslizamientos que organizan el espacio y la gravedad.
A primera vista, podrían parecer disciplinas distantes. Sin embargo, las tres comparten una estructura narrativa que las vuelve hermanas: principio, nudo y desenlace. Cada corte de montaje, cada acorde, cada truco, traza una secuencia de tensión y resolución que se inscribe en la percepción del espectador, del oyente o del transeúnte.
El arte —decía Tarkovski— consiste en “capturar el tiempo y moldearlo en forma”. En esa tarea, el editor, el intérprete y el skater se convierten en escultores del instante: guardianes del ritmo que sostiene el mundo.
🧠 PARTE I — EL TIEMPO COMO MATERIA EXPRESIVA
Montaje, composición y coreografía urbana
1. Eisenstein, Beethoven y Rodney Mullen: el choque como origen
Serguéi Eisenstein fue el primero en concebir el montaje como lenguaje autónomo. En sus ensayos de 1929, comparó la edición cinematográfica con la polifonía musical: los planos no se suman, colisionan.
“El montaje es la colisión de fragmentos independientes que genera una nueva emoción intelectual.” (Eisenstein, 1929).
Ese principio puede verse en la Odesa Steps Sequence de El acorazado Potemkin: el ritmo alternado entre el rostro del pueblo, las botas de los soldados y el carrito del bebé produce una emoción que ninguna imagen aislada podría crear.
Beethoven construye de igual modo: cada motivo lucha contra otro hasta alcanzar una síntesis.
En el skate, esta lógica se traduce en el impacto controlado. Rodney Mullen —considerado el padre del freestyle moderno— definía cada truco como “una conversación entre el suelo y el cuerpo”. Cada salto es un cut, un corte en la secuencia continua del desplazamiento. El golpe del tail contra el suelo, el aire suspendido y la recepción final son un montaje tridimensional: tensión, suspensión y resolución.
El skater no repite movimientos: edita la ciudad. Transforma la arquitectura en partitura y cada truco en signo narrativo. Lo que Eisenstein hacía con planos y Beethoven con acordes, Mullen lo hace con el pavimento.
2. Tarkovski, Debussy y la fluidez como espiritualidad
Frente a la violencia del choque eisensteiniano, Andréi Tarkovski propuso otra ética del montaje: la del fluir.
“El tiempo impreso en la cinta esculpe la vida misma.” (Tarkovski, 1986).
Su cine respira. Los planos no se encadenan por contraste, sino por continuidad afectiva. Esa misma lógica define la música impresionista: Debussy o Ravel no buscan la resolución clásica, sino la transformación orgánica del sonido.
Un pianista que toca Clair de Lune sostiene las notas largas con el pedal, dejando que se mezclen. No hay fronteras entre los compases; hay tránsito, como el de la cámara de Tarkovski que atraviesa la lluvia o una habitación inundada.
El skater que fluye por una pista sin trucos forzados encarna esa misma filosofía. Las líneas que traza en el asfalto son planos-secuencia corporales. En cada curva, mantiene la presión del tiempo dentro del gesto: ni lo corta ni lo detiene, lo habita.
3. Adorno, Eisler y la emoción colectiva del ritmo
Theodor Adorno y Hanns Eisler analizaron en Composición para el cine (1947) cómo las formas audiovisuales traducen la sensibilidad de una época. El montaje organiza no solo imágenes, sino también emociones históricas.
Una secuencia fílmica puede tener la forma de una sonata, con exposición, desarrollo y recapitulación. Una obra para piano, como las Baladas de Chopin, también despliega tensiones que reflejan el clima de su siglo.
En el skate, las sesiones en plazas o parques funcionan como jam sessions de movimiento: cuerpos que sincronizan velocidades, miradas, turnos.
Lo que en Eisenstein era ideología y en Beethoven estructura, en el skate se vuelve socialización del equilibrio. La calle deviene orquesta: un espacio donde el ritmo compartido sustituye al discurso.
4. Deleuze y el cuerpo-tiempo
Deleuze observó que el cine moderno, tras la Segunda Guerra, pasó de la imagen-movimiento a la imagen-tiempo. Ya no importaba la acción, sino la percepción pura del devenir.
“El tiempo se ha emancipado del movimiento y se expresa directamente.” (Deleuze, 1985).
Esa emancipación está también en la música contemporánea —Satie, Mompou, Arvo Pärt— y en el skate moderno.
Cuando un skater rueda al atardecer sin buscar aplauso, simplemente sintiendo el contacto del viento y el suelo, está produciendo una imagen-tiempo corporal: una duración sin meta.
No hay relato, hay presencia. Y esa presencia es, en sí misma, pensamiento.
🎹 PARTE II — EL ARTE DE LA INTERPRETACIÓN
El pianista, el montajista y el skater como traductores del instante
1. Ritmo y respiración
El pianista regula el pulso; el editor corta para dejar respirar; el skater empuja o se deja deslizar. Todos marcan compases invisibles.
👉 En La La Land (Damien Chazelle, 2016), la música y el montaje alternan entre euforia y silencio, como una línea de skate improvisada: impulso, pausa, giro.
2. Tensión y resolución
El momento previo a un salto es idéntico al de un acorde suspendido: la expectativa antes del desenlace.
👉 En El pianista (Roman Polanski, 2002), los acordes de Chopin condensan el horror y la esperanza; en una línea de skate, la suspensión del cuerpo en el aire contiene el mismo vértigo de lo irrepetible.
Ambos momentos revelan la naturaleza catártica del riesgo.
3. Elipsis y silencio
El silencio en música, el corte invisible en cine y la pausa entre trucos en skate comparten una función: hacer visible el vacío.
👉 En Amadeus, Mozart compone a través de las pausas;
👉 En Satie, los silencios son respiraciones;
👉 En el skate, el instante de quietud antes de un drop in es el espacio mental donde el cuerpo se vuelve consciente del tiempo.
4. Repetición y variación
Ravel en el Bolero repite una célula melódica hasta la hipnosis. Tarkovski repite elementos naturales como agua o fuego hasta que dejan de ser símbolos y se vuelven sensaciones.
El skater también repite: el mismo truco, la misma superficie, una y otra vez. Pero no busca perfección mecánica, sino comunión entre intención y cuerpo. La repetición se convierte en meditación: cada intento afina la relación con la gravedad.
5. La interpretación como montaje del alma
Editar una película, tocar un piano o patinar son tres modos de escuchar el mundo.
En los tres, el artista no impone ritmo, lo descubre.
El montajista no inventa el tiempo, lo revela en los fragmentos; el pianista no controla el silencio, lo deja vibrar; el skater no vence al suelo, dialoga con él.
🌅 Conclusión general
Cine, piano y skate comparten una misma ontología: son formas de conciencia temporal.
Cada uno es una respuesta estética a la imposibilidad de detener el tiempo. El cine lo organiza, la música lo encarna, el skate lo experimenta.
Tarkovski dijo que “el arte existe porque la vida no basta”.
Rodney Mullen completaría: “La técnica es libertad dentro del límite”.
Y entre ambos se traza una verdad común: crear es encontrar armonía en la fricción.
El editor, el pianista y el skater esculpen el mismo material: la tensión entre el control y el abandono.
Cuando el plano encaja, la nota vibra o el truco aterriza, el tiempo deja de ser algo que pasa y se convierte en algo que sucede.
Por un instante —breve, humano, eterno— el mundo se edita a sí mismo, rueda, resuena y respira.





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