Elio y E.T.: dos formas de sobrevivir a la ausencia: El duelo relacional y el duelo existencial en la narrativa del yo.”
- Marcelo Gallo
- Oct 5
- 4 min read
🪞I. Dos ausencias, dos mundos
En apariencia, E.T. y Elio hablan de lo mismo: un niño y un ser del espacio que se encuentran en medio del dolor.
Pero bajo esa coincidencia se esconde un abismo.
Elliott, en E.T., sufre por la ruptura de un vínculo, no por su aniquilación: su padre lo ha abandonado, pero sigue existiendo.
Elio, en cambio, vive en un mundo donde los padres han muerto, y con ellos, el principio de continuidad simbólica.
La diferencia entre ambas historias no es solo argumental: es ontológica.
Una trata la herida de la separación; la otra, la fractura del ser.
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II. El trauma relacional: E.T. y la herida del abandono
En la película de Spielberg (1982), la ausencia del padre no destruye el universo de Elliott: lo desequilibra, pero deja abierto el canal del amor.
El niño encuentra en E.T. un espejo de su necesidad de cuidado y reciprocidad.
El vínculo telepático que comparten —esa unión emocional sin lenguaje— es la metáfora más clara de la reparación empática: el otro no reemplaza al padre, sino que restablece la capacidad de vincularse.
Desde una lectura clínica, E.T. representa una fantasía reparadora adaptativa: la imaginación al servicio de la conexión.
La criatura extraterrestre encarna la alteridad benigna, el amor incondicional que no juzga ni exige, que reanima la confianza básica en el otro.
Cuando E.T. se va, Elliott ya no es el mismo niño abandonado: puede sostener la pérdida sin romperse.
El duelo se tramita en presencia, no en disociación.
Por eso la última frase —“Estaré aquí mismo”, señalando su frente— no es promesa mágica: es símbolo de integración.
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III. El trauma existencial: Elio y la fractura del yo
Elio (2024) empieza donde E.T. termina.
El niño ya no tiene con quién restablecer el lazo: el mundo ha perdido coherencia.
No hay madre que abrace, ni padre que vuelva, ni dios que responda.
Solo queda la mente fragmentada intentando sobrevivir inventando universos.
La disociación, en ese contexto, no es patología sino mecanismo de salvación: una forma de crear sentido donde ya no hay marco posible.
Los clones, los reflejos, los ecos de sí mismo que pueblan su mundo interior son partes protectoras —estructuras psíquicas que reemplazan temporalmente la función de sostén.
Elio no conversa con alienígenas: dialoga con sus fragmentos, los mismos que un terapeuta podría ayudar a reunir con compasión y paciencia.
A diferencia de Elliott, su viaje no es hacia un otro externo, sino hacia su propia interioridad expandida.
El cosmos no está afuera: es una representación interna de su psique tratando de volver a organizarse después de la catástrofe.
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IV. Lo extraterrestre como espejo del yo
En ambos films, lo alienígena cumple una función simbólica distinta:
Función del Otro
E.T.
Elio
Representa
La alteridad reparadora
El reflejo disociado del yo
Movimiento psíquico
Apertura hacia el vínculo
Reconstrucción desde adentro
Modalidad de fantasía
Empática (expansiva)
Defensiva (autogenerada)
Resultado emocional
Reintegración social
Reintegración ontológica
Lo que para Elliott es un amigo, para Elio es una metáfora de sí mismo.
Uno repara la relación con el mundo; el otro reconstruye la realidad.
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V. Psicología del mito: del duelo al self
Si miramos ambos relatos con los ojos de Joseph Campbell, vemos que los dos niños encarnan el viaje del héroe, pero en niveles distintos:
Elliott vive el viaje relacional: salir del hogar roto, encontrar al otro, regresar transformado.
Elio atraviesa el viaje existencial: perder el hogar, perderse a sí mismo, y construir un nuevo sentido de identidad en el vacío.
Campbell describe la fase del “vientre de la ballena” como la muerte simbólica del yo.
En Elio, ese vientre no es una ballena sino el cosmos mismo: un espacio mental donde el niño puede morir psíquicamente para renacer sin sus padres, sostenido solo por la memoria afectiva.
La reintegración no ocurre por rescate, sino por recordar su propia existencia.
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VI. La clínica y el espejo roto
En términos clínicos, E.T. se parece a la terapia de apego: el terapeuta como presencia segura que permite restaurar la confianza.
Elio, en cambio, se asemeja al trabajo con trauma complejo o disociación estructural: acompañar al paciente a reconocer sus clones internos, validar la función protectora de cada parte y facilitar el diálogo entre ellas hasta que surja el self integrador.
El terapeuta, en este modelo, no “devuelve al niño al mundo real”, sino que entra en su universo simbólico con respeto, ayudándolo a encontrar coherencia dentro de su multiplicidad.
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VII. Cierre: dos órbitas de la misma necesidad
Elliott necesitaba que alguien se quedara.
Elio necesitaba comprobar que todavía existía alguien que pudiera irse y volver —aunque fuera él mismo.
Uno buscaba presencia; el otro, continuidad.
Ambos, en última instancia, representan la misma pregunta humana:
¿Cómo seguir siendo uno cuando el amor desaparece del mundo?
Y tanto en la clínica como en el arte, la respuesta parece ser siempre la misma:
recordar, en algún nivel, que no somos solo la herida, sino también el hilo que intenta tejerla.





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