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El Congreso del Cerebro

  • Writer: Marcelo Gallo
    Marcelo Gallo
  • May 7
  • 5 min read


De la piel para afuera, ante la ley o frente a otras personas, somos una sola persona: un nombre, un rostro, una identidad.

Pero de la piel para adentro, somos una multitud. Una compleja asamblea de voces, impulsos, recuerdos y emociones que muchas veces se contradicen entre sí y luchan por tomar el control de nuestra conducta.

Como si dentro nuestro hubiera un congreso legislativo en sesión permanente.


En este congreso, cada senador o diputade representa una parte distinta de tu experiencia interna:


  • La Corteza Prefrontal es el presidente del Senado: racional, estratégico, planificador… pero no siempre tiene poder absoluto.

  • La Amígdala lidera el bloque de los emocionalistas: salta con sirenas y alarmas cada vez que hay peligro, real o imaginado, exigiendo prioridad en todas las votaciones.

  • El Hipocampo dirige el archivo histórico: conserva registros de lo vivido y los pone sobre la mesa cada vez que algo se parece a una experiencia pasada.

  • Los Ganglios Basales son el partido de la rutina: discretos pero influyentes. Si ellos están de acuerdo, todo fluye sin esfuerzo.

  • El Cerebelo no participa del debate, pero se encarga de la logística silenciosa: mantiene el equilibrio, la postura, y la coordinación.

  • La Red Neuronal por Defecto (DMN) forma una bancada dispersa que se desconecta del debate central. Se pierden en recuerdos, ensueños, futuros posibles. A veces interrumpen con ideas brillantes.

  • La Corteza Cingulada Anterior encabeza la comisión de conflictos: detecta errores, contradicciones, zonas grises. Intenta mediar, aunque no siempre le dan la palabra.



A veces este congreso funciona en armonía: hay quórum, diálogo, y se avanza.

Pero otras veces —especialmente bajo estrés— se impone el pánico. La Amígdala toma el micrófono y declara estado de emergencia. El presidente pierde el control. El archivo saca documentos viejos. Las emociones dominan la sesión. Nadie escucha.


En cambio, durante momentos de atención plena —como en la meditación, el arte o el descanso verdadero— el congreso entra en una sesión especial de escucha: se apagan los gritos, se abren los micrófonos a las minorías internas, y por fin algunas voces postergadas —el cuerpo, la ternura, el deseo, el silencio— pueden presentar sus mociones.


El desafío no es silenciar el congreso.

Es aprender a regular sus tiempos, sus prioridades, su escucha.

Y, a veces, recordar que vos no sos ningún partido en particular:

sos todo el recinto.



Ansiedad: El Congreso en Estado de Emergencia


Imaginá que tu cerebro es un congreso legislativo enorme, de techos dorados y mármol gastado, donde todas las partes de vos mismo —el miedo, la memoria, la lógica, el impulso, el cuerpo, la intuición— tienen bancas y micrófonos.


Un día normal, este congreso tiene sus discusiones, sus roces y acuerdos. Pero cuando aparece la ansiedad, es como si alguien —generalmente la Amígdala— se parara gritando con una alarma roja en la mano.


—¡Emergencia nacional! ¡Algo terrible está por pasar! ¡Suspendan todas las votaciones racionales!


Los parlantes del recinto estallan, las luces parpadean, y el Presidente del Senado —la Corteza Prefrontal— pierde el control del orden. Todo se acelera. El bloque de los Ganglios Basales intenta aplicar el protocolo de costumbre, pero es ignorado. El Hipocampo empieza a repartir documentos antiguos: listas de fracasos, traumas pasados, veces anteriores donde algo “salió mal”.


Mientras tanto, una comisión secreta (la Red por Defecto) se va por las ramas: “¿Y si esto termina peor que la última vez? ¿Y si nunca salís de esta? ¿Y si todos piensan que estás perdiendo la cabeza?”


Y aunque el Cerebelo intenta que respires tranquilo, tu cuerpo ya votó por el pánico: se acelera el corazón, se tensan los músculos, se siente calor o frío, ganas de escapar.


La ansiedad es eso: el Congreso en estado de excepción.

Ya no se vota, se reacciona.

Ya no se escucha, se grita.


Pero —y acá viene lo esperanzador— existe también una sesión especial, que no aparece sola, sino que se convoca:

La Sesión de Respiración Consciente.


En esa sesión, entra en escena una figura menos vistosa: el Nervio Vago, que no habla con palabras, sino con ritmo y silencio. Al activar esa sesión, bajás la voz de la Amígdala, la Corteza Prefrontal recupera el martillo, el cuerpo vuelve a sentarse y los micrófonos se abren de nuevo.


No es que la ansiedad desaparezca:

pero deja de gobernar sola.


más ejemplos:



1. El Síndrome del Impostor: una moción bloqueada por el miedo



En esta sesión especial del Congreso, se está por votar una moción muy importante: reconocer un logro personal.


La Corteza Prefrontal presenta argumentos lógicos:

—“Este trabajo está bien hecho. Hay evidencia, hay mérito. Podríamos sentirnos orgullosos.”


Pero apenas empieza a hablar, la Amígdala interrumpe con su sirena habitual:

—“¡Cuidado! Si creemos esto, nos relajamos. Y si nos relajamos, se dan cuenta de que no sabemos nada.”


El Hipocampo empieza a repartir viejos registros: errores pasados, fracasos escolares, críticas que dolieron.

—“No te olvides de esto —dice—, la última vez que pensaste que eras bueno en algo, alguien te desmintió.”


Mientras tanto, el DMN se disocia y empieza a imaginar escenarios donde todo se derrumba:

—“¿Y si en la próxima presentación nos hacen una pregunta que no sabemos responder?”


El bloque de los Ganglios Basales, acostumbrado al esfuerzo constante, se opone al descanso o al reconocimiento:

—“Mejor seguimos produciendo. No estamos para festejar.”


Resultado: la moción de autovaloración queda bloqueada.

Y la persona siente que es un fraude, aunque los hechos digan lo contrario.





2. Los Celos: cuando el Congreso entra en paranoia



En esta sesión, la atención está puesta en una relación afectiva.

Alguien menciona que la pareja habló con otra persona atractiva. Nada grave en sí, pero…


La Amígdala golpea la mesa:

—“¡Amenaza detectada!”


El Hipocampo, diligente, saca los archivos de traiciones pasadas (propias o ajenas):

—“Esto ya lo vivimos. No termina bien.”


El DMN se desborda: imagina escenarios de abandono, compara con otras personas, inventa historias completas que jamás ocurrieron.


El Cuerpo reacciona: tensión, náusea, opresión en el pecho.


La Corteza Prefrontal intenta mediar:

—“No hay evidencia. Hablemos, pongamos en palabras lo que sentimos.”

Pero sus micrófonos están apagados.


En esta sesión, la ansiedad se confunde con certeza.

La emoción es tan fuerte, que se cree que es verdad.


Resultado: la conducta se vuelve defensiva o controladora. Pero lo que realmente necesitaba expresarse —el miedo a perder, el deseo de ser visto, la necesidad de seguridad emocional— quedó fuera del acta.





3. La Depresión: una sesión suspendida



Esta es quizás la sesión más silenciosa y prolongada del Congreso.


No hay gritos. Hay vacíos.

No es que la Amígdala esté alterada: es que está agotada.


El Hipocampo repite la misma carpeta una y otra vez:

—“Ya probamos todo. Nada cambia.”

Y el DMN se encierra en pensamientos circulares:

—“¿Qué sentido tiene? ¿Para qué intentar?”


Los Ganglios Basales están bloqueados: ni siquiera las rutinas básicas tienen aprobación.

El Cerebelo intenta mover el cuerpo, pero no responde.


La Corteza Prefrontal pide quorum para organizarse, pero nadie aparece.


Es una sesión congelada, como si el Congreso hubiera perdido la fe en sí mismo. No por falta de ideas, sino por exceso de derrotas internas no procesadas.


Y sin embargo, hay esperanza.

Basta a veces con una voz suave —la del Vago, la del cuidado, la de un otro presente— que proponga una sesión extraordinaria:

tomar agua, salir a caminar, pedir ayuda, escribir una línea.


Y con eso, se puede empezar de nuevo.






 
 
 

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