top of page

Por qué me angustia tanto escuchar a la gente discutir (aunque no tenga nada que ver conmigo)

  • Writer: Marcelo Gallo
    Marcelo Gallo
  • Jun 12
  • 5 min read







A veces, basta con estar en una reunión familiar, un grupo de WhatsApp o incluso en un transporte público para que alguien diga algo sobre política y de pronto estalle una discusión. Las voces suben, los cuerpos se tensan, los argumentos se vuelven personales, y aunque no estés involucrado directamente… algo en tu interior se cierra. Sentís ansiedad, irritabilidad o ganas de salir corriendo. Quizás te cuesta respirar, te desconectás del momento presente, o te invade una sensación inexplicable de tristeza o desprotección.


¿Te pasa? No estás solo. Y no es porque seas “demasiado sensible” o “te tomes las cosas muy a pecho”. Desde la psicología, hay muchas explicaciones sobre por qué ciertas discusiones (en especial las cargadas de ideología, valores o agresividad) pueden activar recuerdos emocionales profundamente ligados a nuestra infancia, incluso si no los recordamos de forma explícita.


Este artículo explora cómo eso ocurre, desde distintos enfoques psicológicos y neurocientíficos.





Infancia, conflicto y sistemas de alerta



Cuando somos niños, dependemos por completo del entorno para sentirnos seguros. No tenemos autonomía ni lenguaje suficiente para entender lo que pasa a nuestro alrededor, pero nuestro cuerpo registra todo. Las discusiones familiares —aunque no fueran violentas físicamente— pueden haber sido vividas como amenazas. Si un niño ve pelear a sus figuras de apego (madre, padre, cuidadores), su sistema nervioso entra en estado de alerta: tensión muscular, dificultad para respirar, aumento del ritmo cardíaco. Esa reacción se graba.


No como una memoria narrativa (no se guarda en forma de historia), sino como una memoria somática: patrones de activación automática frente a ciertos estímulos. Años después, escuchar una discusión puede ser suficiente para que el cuerpo active la misma respuesta de defensa, como si de nuevo estuviera en riesgo.





Freud, Winnicott y el regreso de lo reprimido



Desde el psicoanálisis clásico, Sigmund Freud propuso que muchas experiencias dolorosas de la infancia se reprimen: es decir, no se recuerdan conscientemente, pero permanecen activas en el inconsciente. A través de lo que llamó “retorno de lo reprimido”, esas vivencias pueden manifestarse indirectamente, por ejemplo, como angustia ante situaciones que en apariencia no son peligrosas.


Donald Winnicott, por su parte, habló de la necesidad de un “entorno suficientemente bueno”. Cuando ese entorno está marcado por tensiones crónicas o por discusiones frecuentes, el niño internaliza un mundo impredecible. Más adelante, cualquier tono elevado o clima conflictivo puede reactivar ese sentimiento de amenaza.


John Bowlby, desde la teoría del apego, mostró cómo los vínculos tempranos determinan nuestros “modelos internos”. Si el modelo aprendido es que el mundo es peligroso y las figuras cercanas no pueden contener el conflicto, la adultez se vivirá con hipersensibilidad ante cualquier situación parecida.





Cogniciones tempranas y disparadores emocionales



Desde la Terapia Cognitivo-Conductual, Aaron Beck estudió cómo se forman esquemas cognitivos: estructuras mentales que organizan nuestras percepciones. Si desde pequeño se formó el esquema de que “cuando los adultos discuten, algo malo va a pasar”, entonces una discusión política entre desconocidos puede activar esa creencia, incluso sin que seamos conscientes de ella.


Ehlers y Clark, en su modelo sobre el Trastorno por Estrés Postraumático (TEPT), explicaron que los estímulos que se parecen a un trauma anterior (aunque sea solo en tono de voz, postura corporal o ritmo de respiración) pueden disparar una respuesta emocional desproporcionada. No porque uno esté “exagerando”, sino porque el sistema de alarma está sobreactivado.





El cuerpo como memoria: trauma complejo y sensoriomotricidad



Para la Terapia Sensoriomotriz, desarrollada por Pat Ogden, la clave no está solo en lo que pensamos, sino en cómo el cuerpo ha aprendido a responder. Los músculos, la postura, el ritmo respiratorio y el sistema nervioso autónomo guardan patrones de supervivencia. Si alguna vez callaste, te congelaste o te escondiste al oír pelear a tus padres, es muy probable que tu cuerpo repita esa reacción ahora, aun cuando sepas racionalmente que no hay peligro.


Bessel van der Kolk, autor de El cuerpo lleva la cuenta, demostró que muchas personas con trauma no tienen recuerdos explícitos, pero sí síntomas físicos y emocionales que se activan en contextos específicos. Las discusiones ideológicas intensas —por su carga emocional, moral y simbólica— son uno de esos contextos.





Reacciones actuales desde las terapias contextuales



La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT) explica que no siempre sufrimos por lo que pasa, sino por cómo respondemos internamente a lo que pasa. A veces, el problema no es la discusión política en sí, sino cómo nuestra mente se fusiona con recuerdos, creencias y emociones antiguas. El trabajo no consiste en evitar todos los conflictos, sino en aprender a distinguir entre el presente real y los ecos del pasado.


La Terapia Centrada en la Compasión (CFT) propone entender que muchas personas tienen un sistema de amenaza hiperdesarrollado, y un sistema de seguridad muy poco nutrido. Si creciste en un ambiente crítico o caótico, probablemente te resulte mucho más difícil regularte emocionalmente frente al desacuerdo. Pero no es un fallo personal: es una huella neurobiológica.


Desde la Terapia Dialéctico Conductual (DBT), se trabaja con el concepto de “vulnerabilidad emocional”: la idea de que algunas personas, por predisposición genética o por historia de vida, sienten con más intensidad y durante más tiempo. En ellas, cualquier señal de conflicto puede parecer desbordante, y eso incluye también las discusiones sobre política, religión o valores.





Lo que dice la neurociencia



Antonio Damasio, en sus investigaciones sobre el cerebro emocional, mostró que muchas respuestas afectivas ocurren antes de que seamos conscientes de ellas. Es decir, primero sentimos, después pensamos. Si tu cuerpo se activa frente a una discusión, no es porque estés eligiendo angustiarte: es porque tu sistema límbico (la parte del cerebro que procesa las emociones) está haciendo su trabajo para protegerte, según lo que aprendió en el pasado.


Stephen Porges, con su teoría polivagal, profundiza aún más: cuando percibimos amenaza, pasamos de un estado de conexión social a un estado de defensa. Esto puede expresarse como lucha, huida o desconexión total (disociación). Y todo esto puede ocurrir simplemente por estar presentes en una discusión cargada.





¿Qué hacer con esto?



Primero, validar lo que sentís. No estás loco, ni estás exagerando. Lo que estás experimentando tiene sentido en función de tu historia, tus aprendizajes y tu sistema nervioso.


Segundo, empezar a construir recursos. Desde ejercicios de regulación emocional (respiración, anclaje sensorial, pausas) hasta prácticas de compasión hacia uno mismo. No se trata de evitar todo conflicto, sino de poder distinguir: esto que me pasa ahora no es lo mismo que aquello que viví antes, aunque mi cuerpo lo sienta así.


Tercero, si estas reacciones son frecuentes o limitan tu vida, buscar acompañamiento profesional puede ser clave. Hay terapias especialmente pensadas para trabajar estas memorias emocionales, desde un enfoque respetuoso, gradual y encarnado.





Final abierto



Escuchar una discusión política puede parecer algo menor. Pero para muchos, no lo es. A veces, es la puerta a un sótano lleno de gritos antiguos, silencios peligrosos o habitaciones donde nadie vino a calmarte.


Reconocer eso es un acto de coraje. Aprender a cuidarse, también.




 
 
 

Recent Posts

See All
La Iluminación y la Madera Mojada

“El camino no está en el cielo. El camino está en el corazón.” — Buda Hay un proverbio zen que atraviesa los siglos con la sencillez de...

 
 
 

コメント


© 2025 by Marcelo Gallo de Urioste, Licenciado en Psicología. 

bottom of page