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Sublimación punk y autonomía adolescente: del límite parental al mito cultural

  • Writer: Marcelo Gallo
    Marcelo Gallo
  • Oct 27
  • 5 min read



Resumen



Este artículo explora cómo “Ya no sos igual” (Dos Minutos, 1994) y “Espadas y serpientes” (Attaque 77, 1998) representan, cada una a su modo, el proceso de diferenciación adolescente frente a los padres. A partir de teorías contemporáneas del desarrollo (Steinberg, 2014; Arnett, 2000), la psicología cultural (Bruner, 1990; Mead, 1928), y la neurociencia social (Blakemore & Mills, 2014; Lieberman, 2013), se propone que el rock funciona como un ritual de autonomía simbólica, donde la emoción se transforma en identidad y pertenencia.





1. La adolescencia como ruptura narrativa



El adolescente no sólo cambia biológicamente: reconstruye su historia.

Según Jerome Bruner (1990), el desarrollo humano consiste en reescribir la narrativa personal a través de nuevos marcos culturales.

El vínculo con los padres se reinterpreta: la autoridad que antes organizaba el mundo comienza a sentirse como obstáculo para la exploración.


Lawrence Steinberg (2014) describe la adolescencia como un proceso de recalibración social y emocional: el cerebro amplifica la sensibilidad a la recompensa, la autonomía y el estatus entre pares, a la vez que reduce la dependencia del control parental.

Por eso el “ya no sos igual” es mucho más que un reclamo: es una declaración evolutiva de independencia narrativa.





2. “Ya no sos igual”: la caída del modelo y el nacimiento del yo social



En Dos Minutos, la voz colectiva del punk expresa la transición entre la obediencia y la agencia personal.

El “amigo que se hace policía” encarna la figura del joven que internaliza las normas del sistema adulto.

El narrador, en cambio, representa la necesidad adolescente de autenticidad: probar los propios límites, medir el riesgo, sentir la adrenalina de decidir por sí mismo.


Desde la teoría de la identidad de James Marcia (1980), podríamos decir que esta canción retrata el paso del conformismo (“identidad hipotecada”) a la exploración activa (“moratoria”).

El adolescente no rechaza tanto al otro como a su propio reflejo futuro: teme convertirse en quien obedece sin cuestionar.


La emoción intensa y la violencia simbólica del punk funcionan como mecanismo de regulación colectiva (Gross, 2015): canalizan la rabia en catarsis, no en destrucción.

El pogo, los gritos y la música distorsionada operan como descargas fisiológicas socialmente aceptadas de la frustración.





3. La función del límite: del control a la competencia



Desde la psicología evolutiva, el conflicto con los padres no es un accidente sino una función adaptativa.

Steinberg y Silk (2002) muestran que la oposición adolescente favorece el desarrollo de autonomía conductual y moral.

El joven se entrena para el disenso, aprende a argumentar, a sostener su criterio frente al adulto.

El conflicto no destruye el vínculo: lo redefine en un plano más simétrico.


En ese sentido, “Ya no sos igual” representa una forma colectiva de practicar ese disenso.

El adolescente argentino de los noventa se mide con el sistema, con la ley, con el padre.

El punk es la pedagogía emocional del desacuerdo.





4. “Espadas y serpientes”: el encierro como espacio de simbolización



La canción de Attaque 77 retrata la otra cara del proceso.

El joven castigado, sin poder ver a su amor, transforma el encierro en fantasía épica: “espadas y serpientes” es la versión simbólica de “no me dejan verte”.

Es una catarsis más adulta para un dolor infantil.


Desde la teoría sociocultural de Vygotsky (1978), el desarrollo emocional se da a través de mediadores simbólicos: palabras, imágenes, música.

Al convertir su experiencia de represión en metáforas, el adolescente aprende a autorregularse, usando la imaginación como herramienta de resiliencia.


Sarah-Jayne Blakemore (2018) explica que durante la adolescencia se expanden las redes cerebrales del córtex prefrontal y temporoparietal, asociadas con la mentalización (la capacidad de entender los estados mentales de otros).

El castigo, paradójicamente, estimula ese crecimiento: la soledad forzada lleva al joven a pensar sobre sus emociones, a convertir la frustración en narrativa.


“La capacidad de simbolizar emociones es una forma de libertad cognitiva.”

(Blakemore & Mills, 2014)


Así, la penitencia se vuelve un espacio creativo. El adolescente se descubre autor de su propio relato: su enojo ya no es literal, sino poético.





5. La música como tecnología de regulación emocional



Las investigaciones en neurociencia afectiva (Koelsch, 2014; Juslin & Sloboda, 2010) muestran que la música activa simultáneamente sistemas de recompensa, empatía y autorregulación.

El rock, en particular, combina ritmo corporal, identificación grupal y sentido de autenticidad, tres pilares de la maduración emocional.


La letra le da lenguaje a lo indecible, y el ritmo regula la activación fisiológica.

Cuando el adolescente canta “ya no sos igual” o “espadas y serpientes”, no sólo se identifica con el mensaje: ajusta su estado interno.

La catarsis se convierte en neuroregulación social.





6. De la protesta al mito: adolescencia y cultura



Antropológicamente, Margaret Mead (1928) ya observaba que las sociedades necesitan rituales de pasaje para marcar la transición de la infancia a la adultez.

En las culturas modernas, donde esos rituales se diluyeron, la música juvenil cumple esa función: es el nuevo rito de iniciación colectivo.

Cada generación usa el sonido para separarse de la anterior.


Dos Minutos representa el rito de separación; Attaque 77, el rito de interiorización.

La primera desobedece; la segunda imagina.

Ambas permiten que el adolescente se reconozca en un relato propio y se sienta parte de una tribu emocional.





7. Conclusión: la rebeldía como forma de aprendizaje emocional



El paso de admirar ciegamente a cuestionar a los padres no es un síntoma de decadencia, sino una etapa estructural del desarrollo humano.

A través del conflicto, el joven se convierte en agente moral, autor de su historia y miembro de una comunidad elegida.

La música funciona como el puente entre la biología y la cultura, entre el cuerpo y el sentido.


“Ya no sos igual” grita la necesidad de autonomía;

“Espadas y serpientes” medita la capacidad de simbolizarla.

Ambas canciones muestran que la rebeldía no es lo contrario del amor filial, sino su continuación por otros medios.





Referencias



  • Arnett, J. J. (2000). Emerging adulthood: A theory of development from the late teens through the twenties. American Psychologist, 55(5), 469–480.

  • Blakemore, S.-J., & Mills, K. L. (2014). Is adolescence a sensitive period for sociocultural processing? Annual Review of Psychology, 65, 187–207.

  • Blakemore, S.-J. (2018). Inventing Ourselves: The Secret Life of the Teenage Brain. PublicAffairs.

  • Bruner, J. (1990). Acts of Meaning. Harvard University Press.

  • Gross, J. J. (2015). Emotion regulation: Current status and future prospects. Psychological Inquiry, 26(1), 1–26.

  • Juslin, P. N., & Sloboda, J. A. (Eds.). (2010). Handbook of Music and Emotion. Oxford University Press.

  • Koelsch, S. (2014). Brain correlates of music-evoked emotions. Nature Reviews Neuroscience, 15(3), 170–180.

  • Marcia, J. E. (1980). Identity in adolescence. In J. Adelson (Ed.), Handbook of Adolescent Psychology. Wiley.

  • Mead, M. (1928). Coming of Age in Samoa. Morrow.

  • Steinberg, L., & Silk, J. S. (2002). Parenting adolescents. In M. Bornstein (Ed.), Handbook of Parenting (Vol. 1). Lawrence Erlbaum.

  • Steinberg, L. (2014). Age of Opportunity: Lessons from the New Science of Adolescence. Houghton Mifflin Harcourt.

  • Vygotsky, L. S. (1978). Mind in Society. Harvard University Press.




 
 
 

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