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¿Quién se adapta a quién? Revisión crítica sobre la relación entre temperamento, contexto y función adaptativa

  • Writer: Marcelo Gallo
    Marcelo Gallo
  • Jul 14
  • 21 min read

Capítulo 1: Introducción



La historia de la psicología ha estado atravesada por una tensión persistente: ¿hasta qué punto el individuo moldea su entorno, y hasta qué punto es moldeado por él? Esta pregunta, que ha guiado desde las primeras controversias entre empiristas y nativistas hasta los actuales debates sobre neurodivergencia y salud mental, cobra especial relevancia cuando se analiza la relación entre temperamento y contexto.


El temperamento, entendido como el conjunto de predisposiciones emocionales, reactivas y atencionales con base constitucional (Rothbart, 2007; Kagan, 1994), parece ofrecer un punto de partida estable desde el cual se desarrollan conductas y estilos de personalidad. Sin embargo, el contexto —entendido aquí tanto en su dimensión material como simbólica— ejerce una influencia crítica en la expresión, valoración y regulación de dichas conductas. Así, una misma disposición temperamental puede volverse adaptativa o disfuncional dependiendo del entorno en el que se manifieste.


Este ensayo parte de una inquietud creciente: ¿cuándo y cómo las personas intentan cambiarse a sí mismas para adaptarse al contexto, y cuándo, en cambio, procuran cambiar su entorno —real o simbólicamente— para que sea compatible con su temperamento? ¿Qué estrategias de ajuste son más frecuentes, eficaces o saludables en función del tipo de persona, de entorno y de etapa vital?


Si bien la psicología del desarrollo, la clínica y la organizacional han explorado por separado estas preguntas, aún hace falta una síntesis integradora que articule modelos de ajuste conductual (como los de Bandura, Gross, Hayes o Linehan) con modelos de ajuste contextual (como los de Scarr, Kristof-Brown o Bronfenbrenner), junto con los hallazgos neurocientíficos recientes sobre plasticidad, regulación emocional y congruencia identitaria.


Este trabajo propone una revisión crítica y multidisciplinaria de la literatura científica que aborda esta tensión entre cambio interno y rediseño ambiental, con especial énfasis en las siguientes dimensiones:


  • Conducta vs. significado: cómo una misma acción puede tener valor adaptativo o patológico según el contexto simbólico.

  • Plasticidad vs. selección de nicho: cuándo es más eficaz aprender a actuar distinto, y cuándo es preferible encontrar o crear un entorno compatible.

  • Salud mental y ajuste contextual: cómo se relacionan la sensación de autenticidad, el bienestar psicológico y la compatibilidad entre temperamento y ambiente.





Capítulo 2: Marco conceptual




Temperamento, personalidad, conducta y contexto



Para comprender el modo en que las personas buscan adaptarse —ya sea mediante la modificación de su conducta o a través del diseño de entornos que vuelvan funcional su temperamento— es necesario delimitar primero las categorías conceptuales que articulan este fenómeno: temperamento, personalidad, conducta y contexto. Aunque frecuentemente entrelazados en el lenguaje común, estos términos remiten a niveles distintos de análisis, con orígenes y funciones diferenciadas en la psicología contemporánea.





2.1. Temperamento: una base biológica del comportamiento



El temperamento ha sido definido como un conjunto de disposiciones constitucionales relativamente estables que configuran la forma en que un individuo responde emocional y atencionalmente a los estímulos del entorno (Rothbart & Derryberry, 1981). Estas disposiciones suelen observarse desde la infancia y se manifiestan en dimensiones como la reactividad emocional, la autorregulación, el nivel de actividad, la sociabilidad o la sensibilidad sensorial.


Jerome Kagan (1994), por ejemplo, documentó diferencias en la excitabilidad del sistema nervioso autónomo entre bebés de pocas semanas, y cómo estas diferencias se correlacionaban con patrones de inhibición o desinhibición social en la infancia tardía. Thomas y Chess (1977), por su parte, propusieron una clasificación tipológica (niños “fáciles”, “difíciles” y “lentos para adaptarse”), destacando la importancia del ajuste entre el temperamento del niño y las exigencias del entorno (concepto de goodness of fit).


En síntesis, el temperamento no determina de forma rígida la personalidad, pero sí establece una matriz de probabilidades reactivas y regulatorias sobre la cual se desarrollan los aprendizajes y los estilos de afrontamiento posteriores.





2.2. Personalidad: narrativa, cultura e historia



A diferencia del temperamento, que suele asociarse a estructuras neurobiológicas heredadas, la personalidad se configura como una organización más compleja y maleable de patrones cognitivos, emocionales y conductuales, moldeada por la historia individual, la cultura y las relaciones significativas (McAdams & Pals, 2006).


Desde el enfoque de los “cinco grandes factores” (Big Five), la personalidad se concibe como un conjunto de rasgos relativamente estables (extraversión, amabilidad, escrupulosidad, neuroticismo y apertura a la experiencia), pero sensibles a la experiencia acumulada (Costa & McCrae, 1992). Sin embargo, enfoques más dinámicos como el de Dan P. McAdams (1995) proponen una mirada narrativa, en la que el self se construye a través de la elaboración simbólica de la experiencia vital.


Este giro narrativo es clave para nuestro enfoque, ya que introduce la idea de que la misma disposición temperamental puede cobrar sentidos diferentes según el relato y el marco cultural que la contenga o interprete.





2.3. Conducta: expresión observable, función contextual



La conducta es la manifestación observable del individuo en un entorno determinado. Desde una perspectiva contextual (Hayes, Strosahl & Wilson, 2012), la conducta no puede entenderse aisladamente, sino solo en relación con sus antecedentes, consecuencias y funciones. Así, una misma conducta —por ejemplo, aislarse— puede tener funciones muy distintas (evitación, autocuidado, protesta, regulación emocional) dependiendo del contexto y del repertorio del sujeto.


La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), por ejemplo, no busca eliminar conductas, sino analizar su función y promover alternativas más congruentes con los valores del individuo. Este enfoque permite trascender modelos que consideran la conducta solo como un síntoma, y abre la posibilidad de evaluar su sentido dentro de un sistema de coherencia más amplio.





2.4. Contexto: entorno físico, simbólico y relacional



Finalmente, el contexto comprende no solo el entorno físico o social inmediato, sino también las estructuras simbólicas que dotan de sentido a la experiencia. Bronfenbrenner (1979) propuso un modelo ecológico del desarrollo humano, en el que los individuos están inmersos en múltiples niveles de influencia contextual: desde el microsistema familiar hasta el macrosistema cultural.


Scarr y McCartney (1983) introdujeron la idea de que las personas no solo son influidas por su entorno, sino que activamente lo seleccionan, modifican o crean para adaptarlo a su estructura temperamental, proceso que denominaron “selección de nicho” (niche-picking). Esta capacidad de rediseñar el entorno, sea real o simbólicamente, representa una dimensión central en la hipótesis que este ensayo se propone explorar.





2.5. Conclusión del marco



Estos cuatro niveles —temperamento, personalidad, conducta y contexto— interactúan constantemente. El temperamento establece la base; la personalidad organiza esa base en un relato coherente; la conducta ejecuta decisiones en contextos específicos; y el contexto, a su vez, retroalimenta todas las capas anteriores otorgándoles sentido, viabilidad o sanción.


Por tanto, analizar si las personas modifican su conducta o su contexto para volver funcional su estilo personal requiere considerar cómo cada uno de estos niveles opera, se condiciona mutuamente y es interpretado socialmente.





📚 Referencias (APA 7ª edición)



  • Bronfenbrenner, U. (1979). The ecology of human development: Experiments by nature and design. Harvard University Press.

  • Costa, P. T., & McCrae, R. R. (1992). Revised NEO Personality Inventory (NEO PI-R) and NEO Five-Factor Inventory (NEO-FFI) professional manual. Psychological Assessment Resources.

  • Hayes, S. C., Strosahl, K. D., & Wilson, K. G. (2012). Acceptance and Commitment Therapy: The Process and Practice of Mindful Change (2nd ed.). Guilford Press.

  • Kagan, J. (1994). Galen’s Prophecy: Temperament in Human Nature. Westview Press.

  • McAdams, D. P. (1995). The Life Story Interview. Northwestern University.

  • McAdams, D. P., & Pals, J. L. (2006). A new Big Five: Fundamental principles for an integrative science of personality. American Psychologist, 61(3), 204–217.

  • Rothbart, M. K., & Derryberry, D. (1981). Development of individual differences in temperament. In M. E. Lamb & A. L. Brown (Eds.), Advances in developmental psychology (Vol. 1, pp. 37–86). Lawrence Erlbaum.

  • Scarr, S., & McCartney, K. (1983). How people make their own environments: A theory of genotype → environment effects. Child Development, 54(2), 424–435.

  • Thomas, A., & Chess, S. (1977). Temperament and development. Brunner/Mazel.






Capítulo 3: Modelos de adaptación individual




El cambio de conducta como estrategia de ajuste psicológico



Uno de los presupuestos más extendidos en la psicología contemporánea —especialmente en sus vertientes conductual, cognitiva y clínica— es que los individuos poseen la capacidad de modificar sus propias conductas para adaptarse a las exigencias del entorno. Esta capacidad ha sido interpretada como signo de madurez, flexibilidad psicológica y salud mental. Sin embargo, también ha sido objeto de crítica por su tendencia a invisibilizar el poder estructurante del entorno y la legitimidad de los estilos diversos de ser.


Este capítulo se centra en los principales modelos que proponen el cambio de conducta como vía de ajuste funcional, con especial atención a los procesos de autorregulación, aprendizaje social, plasticidad emocional y transformación del self.





3.1. Autorregulación emocional y control conductual



El modelo de regulación emocional propuesto por James Gross (1998) distingue entre estrategias antecedentes (que actúan antes de que se active la respuesta emocional) y consecuentes (que modulan la respuesta ya activada). Dentro de este marco, el reencuadre cognitivo, la atención selectiva y la supresión emocional son formas habituales de adaptación conductual al contexto.


Varios estudios han mostrado que las personas con alta capacidad de regulación emocional son percibidas como más competentes, logran mejores relaciones sociales y reportan mayor bienestar subjetivo (Gross & John, 2003). En este sentido, el aprendizaje de habilidades de regulación es una herramienta clave para “encajar” sin necesidad de transformar el entorno.


Sin embargo, otras investigaciones advierten que ciertas estrategias de regulación —como la supresión emocional crónica— pueden tener costos fisiológicos y psicológicos elevados, especialmente en contextos que invalidan la expresión emocional auténtica (Butler et al., 2003).





3.2. Aprendizaje social y modelado conductual



Desde la perspectiva del aprendizaje social, Albert Bandura (1977) propuso que las personas adquieren nuevas conductas observando e imitando modelos significativos, y ajustan sus acciones según las consecuencias percibidas. Este enfoque ha sido ampliamente aplicado en intervenciones educativas, terapias de habilidades sociales y programas de entrenamiento emocional.


El concepto de autoeficacia, también desarrollado por Bandura (1994), se refiere a la creencia en la propia capacidad de generar cambios exitosos en la conducta frente a desafíos contextuales. Una alta autoeficacia se asocia con mayor perseverancia, mejor tolerancia a la frustración y mayor capacidad de adaptación.


Desde este marco, el cambio conductual aparece como un proceso progresivo y aprendible, donde la identificación con modelos positivos y el refuerzo social son claves para sostener transformaciones que alineen al individuo con las demandas del entorno.





3.3. Flexibilidad psicológica y valores personales (ACT)



La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), desarrollada por Steven C. Hayes y colaboradores (Hayes, Strosahl & Wilson, 2012), propone un modelo alternativo de adaptación basado no en el control del malestar, sino en la aceptación de la experiencia interna y el compromiso con acciones que encarnen los valores del individuo.


El núcleo del modelo ACT es la flexibilidad psicológica, entendida como la capacidad de mantenerse en contacto con el presente, con apertura y consciencia, y actuar según lo que realmente importa, incluso en presencia de emociones difíciles. Esto implica, muchas veces, modificar patrones conductuales aprendidos o automáticos, reemplazándolos por respuestas más alineadas con la autenticidad y el propósito.


ACT no niega la posibilidad de cambiar el entorno, pero prioriza el trabajo con los patrones internos que generan sufrimiento cuando las personas intentan evitar, controlar o eliminar emociones naturales en función de las presiones contextuales. En ese sentido, plantea una forma de adaptación conductual que no se basa en la obediencia pasiva, sino en el rediseño voluntario del repertorio de respuestas.





3.4. Dialéctica entre validación y cambio (DBT)



La Terapia Dialéctico Conductual (Linehan, 1993) combina estrategias conductuales con una postura compasiva y validante, especialmente diseñada para personas con alta sensibilidad emocional, como aquellas con trastorno límite de la personalidad (TLP).


La DBT sostiene que el sufrimiento emocional crónico surge de la interacción entre una vulnerabilidad emocional biológica y un entorno invalidante, y que la solución no es solamente cambiar uno de los polos, sino trabajar en su dialéctica: aceptar la experiencia tal como es y, al mismo tiempo, generar cambios estratégicos en la conducta.


El entrenamiento en habilidades (mindfulness, regulación emocional, tolerancia al malestar, eficacia interpersonal) se convierte aquí en la vía para que el individuo pueda sobrevivir y funcionar incluso en entornos difíciles, sin depender exclusivamente de su transformación.





3.5. Críticas a la sobreadaptación conductual



Si bien los modelos mencionados han demostrado eficacia clínica y experimental, también han sido objeto de crítica desde perspectivas más contextuales o sociopolíticas. El riesgo de enfatizar exclusivamente el cambio conductual es culpabilizar al individuo por no adaptarse, sin considerar si el entorno es estructuralmente injusto, limitante o patologizante.


Autores como Kristin Neff (2003) y Paul Gilbert (2009) han defendido la importancia de cultivar la autocompasión como contrapeso al imperativo de autooptimización, especialmente en contextos de alta presión social. Desde esta mirada, adaptarse no siempre es saludable, y saber cuándo no hacerlo —o cuándo diseñar un entorno más acorde a la propia sensibilidad— puede ser una forma madura de autorregulación.





3.6. Conclusión del capítulo



Los modelos de adaptación conductual ofrecen herramientas valiosas para desarrollar flexibilidad, resiliencia y agencia personal frente a las exigencias del entorno. Sin embargo, su eficacia depende en gran medida de que el contexto sea mínimamente seguro, predecible y abierto a la diferencia. De lo contrario, el cambio conductual puede volverse una forma de sometimiento o alienación.


El próximo capítulo abordará los modelos que enfatizan la transformación del entorno, la migración hacia contextos más afines o la resignificación simbólica del marco en el que una conducta cobra sentido.





📚 Referencias (APA 7ª edición)



  • Bandura, A. (1977). Social learning theory. Prentice-Hall.

  • Bandura, A. (1994). Self-efficacy. In V. S. Ramachaudran (Ed.), Encyclopedia of human behavior (Vol. 4, pp. 71–81). Academic Press.

  • Butler, E. A., Egloff, B., Wilhelm, F. H., Smith, N. C., Erickson, E. A., & Gross, J. J. (2003). The social consequences of expressive suppression. Emotion, 3(1), 48–67.

  • Gross, J. J. (1998). The emerging field of emotion regulation: An integrative review. Review of General Psychology, 2(3), 271–299.

  • Gross, J. J., & John, O. P. (2003). Individual differences in two emotion regulation processes: Implications for affect, relationships, and well-being. Journal of Personality and Social Psychology, 85(2), 348–362.

  • Hayes, S. C., Strosahl, K. D., & Wilson, K. G. (2012). Acceptance and Commitment Therapy: The Process and Practice of Mindful Change (2nd ed.). Guilford Press.

  • Linehan, M. M. (1993). Cognitive-behavioral treatment of borderline personality disorder. Guilford Press.

  • Neff, K. D. (2003). Self-compassion: An alternative conceptualization of a healthy attitude toward oneself. Self and Identity, 2(2), 85–101.

  • Gilbert, P. (2009). The compassionate mind: A new approach to life’s challenges. New Harbinger Publications.


Perfecto. A continuación te presento el Capítulo 4: Modelos de modificación del entorno o resignificación simbólica, en tono académico y con citas en formato APA 7ª edición:





Capítulo 4: Modelos de modificación del entorno o resignificación simbólica




El contexto como objeto de cambio adaptativo



En contraste con los enfoques que privilegian la transformación conductual del individuo, existe una línea de pensamiento que propone que las personas no solo se adaptan al entorno, sino que también lo transforman activamente —o migran hacia entornos más compatibles— en función de su temperamento, sus valores y su percepción de congruencia identitaria. Esta perspectiva, que podemos denominar contextual-adaptativa, parte de la base de que la conducta no tiene valor intrínseco: su funcionalidad depende del marco relacional, cultural y simbólico en el que ocurre.


Este capítulo examina los modelos que consideran la modificación del contexto (real o simbólico) como una vía primaria de ajuste psicológico, especialmente en individuos con disposiciones temperamentales intensas o divergentes respecto a la norma estadística. También se analizan estudios que muestran que el significado que atribuimos a una conducta —y su valor adaptativo— cambia drásticamente según el entorno en que se inscribe.





4.1. Selección y creación de nicho (niche-picking)



Uno de los modelos más influyentes en esta línea es el de Scarr y McCartney (1983), quienes propusieron la teoría de la selección de nicho (niche-picking). Según esta perspectiva, a medida que los niños crecen y adquieren autonomía, tienden a elegir, modificar o crear entornos que se ajusten a su perfil genético y temperamental. Es decir, no son solo productos de su ambiente: son agentes activos en su configuración.


Este modelo ha sido respaldado por múltiples estudios longitudinales que muestran, por ejemplo, que niños con alta reactividad emocional buscan entornos más estructurados o figuras adultas más contenedoras (Plomin & Daniels, 1987), mientras que adolescentes con alta apertura tienden a explorar espacios creativos, artísticos o ideológicos donde sus rasgos sean valorados en lugar de reprimidos (Rentfrow & Gosling, 2003).


Desde esta perspectiva, el cambio ambiental —ya sea geográfico, relacional o simbólico— no es un signo de inadaptación, sino una estrategia adaptativa orientada a la congruencia.





4.2. Modelos de ajuste persona–entorno (P–E fit)



La literatura en psicología organizacional ha desarrollado en profundidad el concepto de ajuste persona–entorno (P–E fit), entendido como el grado de compatibilidad entre las características del individuo (valores, personalidad, habilidades) y las del contexto (cultura organizacional, demandas, normas). Un alto nivel de P–E fit se asocia con mayor satisfacción laboral, bienestar subjetivo, sentido de pertenencia y menor rotación de personal (Kristof-Brown et al., 2005).


En estos modelos, la adaptación no implica necesariamente cambiar al individuo, sino encontrar o diseñar entornos donde sus características resulten útiles o valoradas. Esta idea puede extrapolarse a otros dominios: sistemas escolares, comunidades afectivas, culturas urbanas o incluso plataformas digitales.


La implicancia profunda de estos modelos es que la conducta no necesita ser modificada si el contexto se transforma para resignificarla como funcional. En palabras de Lewin (1935), “el comportamiento es una función de la persona y su ambiente” (B = f(P,E)), donde modificar cualquiera de los dos factores puede resultar en ajuste.





4.3. Resignificación simbólica: cultura, narrativa e identidad



Más allá del entorno material, los seres humanos habitan entornos simbólicos: relatos sociales que otorgan valor (o estigmatización) a ciertas formas de ser. Desde una perspectiva narrativa del self, autores como McAdams (1995) y Bruner (2004) han mostrado que la identidad personal es co-construida a través de los relatos que internalizamos sobre quiénes somos y qué significa actuar de cierto modo en determinado contexto.


Esto implica que, en muchos casos, las personas no necesitan cambiar su conducta ni mudarse físicamente, sino modificar el marco interpretativo desde el cual se evalúan a sí mismas. Por ejemplo, alguien con una alta sensibilidad emocional puede pasar de verse como “demasiado débil” a identificarse como empático, intuitivo o capaz de percibir matices emocionales sutiles —si el entorno simbólico lo permite o si logra generar ese marco por sí mismo.


Este proceso de resignificación narrativa puede ser facilitado por grupos de afinidad, movimientos sociales, comunidades terapéuticas o incluso experiencias estéticas. Las identidades disidentes, las neurodivergencias o los temperamentos minoritarios requieren muchas veces crear nuevos marcos culturales que no patologicen la diferencia, sino que la integren como parte de un ecosistema humano complejo.





4.4. Neurodivergencia y entornos alternativos



Los estudios sobre autismo, TDAH, trastornos sensoriales y alta sensibilidad han aportado evidencia concreta sobre la importancia de los entornos adecuados para el florecimiento de ciertas disposiciones temperamentales. Autores como Temple Grandin (2006) han sostenido que, lejos de requerir una normalización, muchas personas neurodivergentes pueden desarrollar vidas plenas si se les permite acceder a entornos donde su forma de pensar y sentir sea comprendida y valorada.


De hecho, la idea de que “el entorno puede ser discapacitante” ha ganado fuerza en el campo de la discapacidad y la neurodiversidad. Desde este enfoque, no es la diferencia la que genera disfunción, sino la falta de adaptación contextual. Esto refuerza la tesis de que el diseño ambiental (físico, social, simbólico) es una variable central en la expresión funcional del temperamento.





4.5. Implicancias éticas y sociales



Pensar el contexto como espacio legítimo de intervención —y no solo como telón de fondo— tiene implicancias éticas relevantes. Exigir que todas las personas se adapten a entornos homogéneos, sin considerar su plasticidad contextual, puede derivar en formas sutiles de exclusión, alienación o sobreadaptación (Rose, 1999). Reconocer la posibilidad de ajustar el entorno a la diversidad temperamental y biográfica es, entonces, una forma de promover justicia epistémica y ecológica.


Desde esta mirada, el cambio de contexto no es una señal de fuga o debilidad, sino una estrategia legítima —y a menudo sabia— de preservación subjetiva y despliegue vital.





4.6. Conclusión del capítulo



Los modelos que priorizan el ajuste contextual, la resignificación simbólica y la migración hacia entornos afines ofrecen una perspectiva potente y necesaria frente a los imperativos normativos de cambio conductual. En lugar de adaptar personas a moldes fijos, promueven la co-construcción de nichos habitables para la diferencia.


El siguiente capítulo sintetizará la evidencia empírica disponible sobre cómo estas dos estrategias —cambio de conducta vs. rediseño contextual— se manifiestan en distintos dominios de la vida y en qué casos una parece ser más efectiva que la otra.





📚 Referencias (APA 7ª edición)



  • Bruner, J. (2004). Life as narrative. Social Research, 71(3), 691–710.

  • Grandin, T. (2006). Thinking in Pictures: My Life with Autism. Vintage.

  • Kristof-Brown, A. L., Zimmerman, R. D., & Johnson, E. C. (2005). Consequences of individuals’ fit at work: A meta-analysis of person–job, person–organization, person–group, and person–supervisor fit. Personnel Psychology, 58(2), 281–342.

  • Lewin, K. (1935). A Dynamic Theory of Personality. McGraw-Hill.

  • McAdams, D. P. (1995). The Life Story Interview. Northwestern University.

  • Plomin, R., & Daniels, D. (1987). Why are children in the same family so different from one another? Behavioral and Brain Sciences, 10(1), 1–16.

  • Rentfrow, P. J., & Gosling, S. D. (2003). The do re mi’s of everyday life: The structure and personality correlates of music preferences. Journal of Personality and Social Psychology, 84(6), 1236–1256.

  • Rose, N. (1999). Powers of Freedom: Reframing Political Thought. Cambridge University Press.

  • Scarr, S., & McCartney, K. (1983). How people make their own environments: A theory of genotype → environment effects. Child Development, 54(2), 424–435.







Capítulo 5: Comparación y síntesis de evidencia empírica




¿Qué estrategia es más común o eficaz: cambiar uno mismo o cambiar el mundo alrededor?



A lo largo de las últimas décadas, la investigación empírica ha generado abundante evidencia sobre los modos en que las personas buscan adaptarse a situaciones disfuncionales o incompatibles con sus características personales. Sin embargo, son pocos los estudios que contrasten directamente la eficacia o prevalencia del cambio conductual frente al rediseño contextual como estrategias adaptativas. Esta ausencia es notable, especialmente si se considera que ambas formas de ajuste pueden tener implicancias distintas para el bienestar psicológico, la autenticidad y la sostenibilidad del cambio.


Este capítulo presenta una síntesis crítica de los principales estudios disponibles en tres dominios clave: el clínico, el educativo, y el organizacional-laboral, evaluando cuándo predomina una estrategia sobre la otra, qué factores la favorecen y cuáles parecen estar asociadas a mejores resultados a largo plazo.





5.1. En el ámbito clínico: ¿reentrenar conductas o rediseñar marcos de vida?



En psicoterapia, especialmente en enfoques cognitivo-conductuales, es común que la intervención se centre en modificar patrones internos de pensamiento, emoción y conducta para que el paciente logre funcionar en su entorno actual. Terapias como la TCC, la ACT y la DBT, ya vistas en capítulos anteriores, se basan en este principio. No obstante, los mismos enfoques reconocen que el entorno puede facilitar o sabotear la efectividad de estos cambios.


En una revisión sistemática de 24 estudios clínicos, Ciarrochi et al. (2010) encontraron que la efectividad de las intervenciones basadas en ACT estaba mediada por el nivel de validación y coherencia contextual (por ejemplo, en familias, trabajos o comunidades), y que los cambios conductuales sostenibles se producían con mayor frecuencia cuando las personas también lograban realizar ajustes contextuales alineados con sus valores.


Asimismo, investigaciones sobre salud mental en poblaciones LGBTQ+ o neurodivergentes muestran que el cambio de contexto (como mudarse a una ciudad más inclusiva, cambiar de institución o formar redes de pares) suele tener mayor impacto en el bienestar que la modificación individual de conductas de afrontamiento o regulación emocional (Meyer, 2003; Wood & Kober, 2018).


Esto sugiere que, aunque el cambio conductual puede ser eficaz, su potencia depende de que el entorno habilite un marco donde esos nuevos comportamientos sean sostenibles y significativos.





5.2. En el ámbito educativo: el ajuste es mutuo



En el campo educativo, la noción de ajuste persona-entorno ha sido fundamental para comprender el rendimiento académico, la motivación intrínseca y la autoestima de los estudiantes. Eccles y Midgley (1989) plantearon que la falta de ajuste entre las necesidades del adolescente y las estructuras escolares tradicionales explicaba buena parte de la caída del compromiso escolar en secundaria.


En contextos donde se implementan modelos pedagógicos flexibles (como Montessori, Reggio Emilia, Waldorf o sistemas por proyectos), los estudiantes con estilos cognitivos o temperamentales divergentes —por ejemplo, alta sensibilidad, dispersión atencional o necesidad de movimiento— muestran mejor desempeño y menor nivel de sufrimiento psíquico (Lillard, 2005; Gray, 2013).


Un metaanálisis de 35 estudios realizado por Nye, Su y Rounds (2012) confirmó que el ajuste entre intereses vocacionales (basados en rasgos de personalidad) y el contenido curricular se asocia positivamente con la elección de carrera, la persistencia y la satisfacción.


Estos hallazgos indican que el entorno educativo, cuando se flexibiliza o rediseña, puede transformar rasgos considerados “problemáticos” en fuentes de valor y motivación.





5.3. En el ámbito laboral: diseño contextual como estrategia de rendimiento y salud



En el mundo del trabajo, la literatura sobre Person–Environment Fit ha documentado ampliamente que el ajuste entre características personales y contextuales predice no solo el rendimiento, sino también el bienestar psicológico (Kristof-Brown et al., 2005; Edwards et al., 2006).


Por ejemplo, personas con alta necesidad de autonomía experimentan mayor estrés y desgaste cuando trabajan en ambientes jerárquicos o burocráticos, pero florecen en entornos horizontales o creativos. A la inversa, individuos con alta necesidad de estructura tienden a mostrar ansiedad en contextos ambiguos o informales, pero encuentran orden y eficacia en ambientes predecibles.


Un estudio longitudinal de Tims et al. (2013) sobre job crafting mostró que cuando los empleados tienen oportunidad de modificar aspectos de su trabajo —tareas, relaciones, significado— según sus preferencias personales, aumentan su motivación y reducen el burnout, incluso sin necesidad de cambiar de empleo.


Esto refuerza la idea de que el rediseño del contexto laboral, más que la adaptación del trabajador, es una vía sostenible de bienestar y productividad, y que la intervención contextual tiene efectos equivalentes o superiores al entrenamiento individual en habilidades.





5.4. Factores moderadores: ¿cuándo elegimos cambiar o migrar?



Los estudios analizados permiten identificar algunos factores que influyen en la elección (o viabilidad) de una u otra estrategia:

Factor

Favorece el cambio de conducta

Favorece el rediseño contextual

Edad temprana o adolescencia

Alta maleabilidad, búsqueda de aprobación

Exploración activa de nichos, redefinición del self

Apoyo social escaso

Alta presión adaptativa, menor movilidad

Menor capacidad de migración

Autoconciencia y agencia alta

Mayor discernimiento sobre patrones propios

Mayor capacidad de identificar entornos afines

Cultura individualista

Énfasis en la autosuperación

Dificultad para modificar normas sociales

Cultura comunitaria

Valoración del ajuste relacional

Mayor aceptación de rediseños contextuales

Neurodivergencia

Riesgo de sobreadaptación y sufrimiento

Necesidad de entornos adaptados o resignificados





5.5. Conclusión del capítulo



La evidencia empírica sugiere que ambas estrategias de adaptación son utilizadas por las personas, pero que el rediseño contextual —real o simbólico— suele estar asociado a mayor bienestar cuando hay desajuste estructural entre el temperamento y el entorno. En particular, cuando el entorno niega o invalida sistemáticamente ciertas formas de ser, no es el individuo quien debe ser “arreglado”, sino el contexto el que debe ser repensado.


La eficacia de cualquier cambio —ya sea interno o externo— depende de su sostenibilidad, su coherencia con los valores del individuo, y del tipo de narrativa que lo acompaña. Esto plantea una pregunta crucial para el próximo y último capítulo: ¿cuáles son las implicancias filosóficas, éticas y terapéuticas de reconocer que el self no solo se adapta al mundo, sino que también lo construye?





📚 Referencias (APA 7ª edición)



  • Ciarrochi, J., Bilich, L., & Godsel, C. (2010). Psychological flexibility as a mechanism of change in acceptance and commitment therapy. In R. A. Baer (Ed.), Assessing mindfulness and acceptance processes in clients (pp. 51–75). New Harbinger.

  • Edwards, J. R., Caplan, R. D., & Harrison, R. V. (2006). Person–environment fit theory. In C. L. Cooper (Ed.), Theories of organizational stress (pp. 28–67). Oxford University Press.

  • Eccles, J. S., & Midgley, C. (1989). Stage/environment fit: Developmentally appropriate classrooms for young adolescents. Research on Motivation in Education, 3, 139–186.

  • Gray, P. (2013). Free to learn: Why unleashing the instinct to play will make our children happier, more self-reliant, and better students for life. Basic Books.

  • Kristof-Brown, A. L., Zimmerman, R. D., & Johnson, E. C. (2005). Consequences of individuals’ fit at work: A meta-analysis. Personnel Psychology, 58(2), 281–342.

  • Lillard, A. S. (2005). Montessori: The science behind the genius. Oxford University Press.

  • Meyer, I. H. (2003). Prejudice, social stress, and mental health in lesbian, gay, and bisexual populations: Conceptual issues and research evidence. Psychological Bulletin, 129(5), 674–697.

  • Nye, C. D., Su, R., & Rounds, J. (2012). Vocational interests and performance: A quantitative summary of over 60 years of research. Perspectives on Psychological Science, 7(4), 384–403.

  • Tims, M., Bakker, A. B., & Derks, D. (2013). The impact of job crafting on job demands, job resources, and well-being. Journal of Occupational Health Psychology, 18(2), 230–240.

  • Wood, M. A., & Kober, H. (2018). Implicit emotion regulation in individuals with high levels of autism traits. Emotion, 18(6), 865–876.






Capítulo 6: Conclusiones e implicancias filosóficas, terapéuticas y sociales




Hacia una ecología ética del self



A lo largo de este ensayo hemos revisado dos grandes caminos que las personas recorren para adaptarse a los entornos en los que habitan: la modificación de su propia conducta y la transformación —real o simbólica— de sus contextos. A partir del análisis de teorías psicológicas, modelos clínicos y evidencia empírica, puede afirmarse que ambas estrategias cumplen funciones adaptativas esenciales, pero su efectividad y su costo subjetivo dependen profundamente de las condiciones en las que ocurren.


Los enfoques centrados en el cambio conductual han ofrecido herramientas eficaces para aumentar la flexibilidad psicológica, la autorregulación emocional y la funcionalidad interpersonal. Sin embargo, cuando se convierten en un mandato normativo —implícito o explícito— de adaptación incondicional a contextos invalidantes, pueden derivar en formas crónicas de sobreadaptación, desgaste emocional o pérdida de autenticidad.


Por otro lado, las perspectivas que abogan por el rediseño contextual, la selección de nichos y la resignificación simbólica de los marcos culturales ofrecen una alternativa poderosa, especialmente para quienes se encuentran en desventaja estructural o poseen formas de ser divergentes respecto de la norma. Estos enfoques enfatizan que el entorno no es neutro, sino que regula lo que se considera funcional, valioso o problemático. Así, el ajuste no es unidireccional: también los entornos deben adaptarse a las personas.





6.1. Una visión ecológica del self



La síntesis de los hallazgos revisados sugiere que el self no puede ser comprendido únicamente como un sistema de rasgos internos que se adapta pasivamente a las condiciones externas. Por el contrario, el self es una entidad ecológica y dinámica, construida en la intersección entre disposiciones temperamentales, relatos culturales, condiciones materiales y relaciones significativas.


Esta concepción dialoga con modelos emergentes en psicología y neurociencias que describen la mente como un sistema distribuido y encarnado (Clark, 2008; Varela, Thompson & Rosch, 1991), y con las tradiciones filosóficas que ven en la relación con el mundo no una amenaza para la identidad, sino su condición de posibilidad (Merleau-Ponty, 1945).





6.2. Implicancias terapéuticas: más allá de la psicoeducación



Desde el punto de vista clínico, esto implica que no basta con enseñar a las personas a tolerar sus emociones o a cambiar sus pensamientos si no se atiende también al grado de resonancia (o disonancia) entre sus formas de ser y los entornos que habitan. Los buenos terapeutas no solo trabajan con el repertorio conductual del consultante, sino también con la narrativa del entorno: qué reglas están en juego, qué marcos son posibles, qué espacios alternativos pueden imaginarse.


Un enfoque verdaderamente compasivo requiere validar el deseo —a veces urgente— de cambiar de contexto, y acompañar los procesos de migración simbólica o real hacia entornos donde la persona pueda florecer. Esto puede implicar cambios de vínculos, escenarios laborales, identidades políticas, comunidades afectivas o incluso formas de narrarse a sí mismo.





6.3. Implicancias sociales y políticas: inclusión no es tolerancia



En el plano social y político, el análisis aquí propuesto desafía las formas pasivas de inclusión, que a menudo implican una tolerancia condicional de la diferencia siempre que esta no cuestione los marcos dominantes. Si el self es ecológico, la inclusión genuina requiere diseñar entornos plurales y abiertos a la transformación, no solo aceptar individuos que aprendan a “portarse bien”.


Esto tiene consecuencias en el diseño de políticas públicas, instituciones educativas, entornos laborales y espacios urbanos. No se trata de permitir que los distintos estén presentes, sino de que estén plenamente vivos en contextos que reconozcan, legitimen y se dejen afectar por sus diferencias.





6.4. El derecho a migrar simbólicamente



Una de las conclusiones más significativas de esta revisión es que la adaptación funcional no siempre exige cambiar quién uno es. A veces, basta con cambiar el lugar donde uno se encuentra, o el modo en que ese lugar se entiende. Esta forma de adaptación no es evasión ni fragilidad, sino una expresión sofisticada de agencia personal.


Así como defendemos el derecho a migrar geográficamente en busca de condiciones de vida más dignas, debemos reivindicar también el derecho a migrar simbólicamente: cambiar de marco cultural, de relato, de entorno emocional, de manera de estar en el mundo. En esa decisión se juega, muchas veces, la diferencia entre sobrevivir y vivir con sentido.





6.5. Una ética de la compatibilidad



Finalmente, este ensayo aboga por una ética de la compatibilidad, en la que ni el individuo ni el entorno sean sacralizados como inmutables. La pregunta no es: “¿Cómo me arreglo para encajar?”, ni tampoco “¿Cómo hago que el mundo gire a mi favor?”, sino:


¿Qué puedo transformar —en mí o a mi alrededor— para que haya mayor coherencia entre mi forma de existir y el lugar que habito?


Esa pregunta, lejos de ser un imperativo de productividad o de automejoramiento constante, es una invitación a vivir de manera más habitable, más justa y más atenta a la diversidad irreductible de las vidas humanas.




 
 
 

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