Pedirle peras al olmo y la trampa del yo: por qué muchas veces creemos entender a los demás (y estamos equivocados)
- Marcelo Gallo
- May 24
- 5 min read
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Prólogo – ¿Por qué nos cuesta tanto entender al otro?
Imaginá que estás hablando con alguien, esperando una respuesta, un gesto, una reacción… y no llega. ¿Te suena familiar?
En esos momentos, es probable que pienses cosas como:
“Si yo estuviera en su lugar, hubiera reaccionado distinto”.
“No entiendo por qué no me contesta”.
“Le expliqué todo, no puede no haberlo entendido”.
Pero… ¿y si el problema no es del otro? ¿Y si simplemente lo estás mirando con los lentes equivocados?
Este artículo trata sobre eso: cómo, sin quererlo, usamos nuestra manera de ver el mundo como si fuera la manera de ver el mundo, y cómo eso nos lleva a interpretar mal a las personas que tenemos enfrente. Vamos a recorrer juntos esta trampa cotidiana —y muy humana— llamada egocentrismo implícito.
Capítulo 1 – Usar mi cabeza para imaginar la tuya
¿Qué es el egocentrismo implícito?
El egocentrismo implícito no es lo mismo que ser egoísta, ni creerse el centro del universo de forma consciente. Se trata de un funcionamiento automático: tendemos a usar nuestro propio punto de vista como referencia para entender a los demás.
Por ejemplo:
Si a mí me molesta que me contesten con monosílabos, supongo que al otro también.
Si yo pido disculpas enseguida cuando me equivoco, espero que todos lo hagan.
Si yo sería incapaz de actuar como esa persona, asumo que esa persona tiene un problema.
Esta forma de pensar es tan común que muchas veces ni nos damos cuenta de que lo hacemos.
¿Por qué pasa esto?
Nuestro cerebro tiende a llenar los vacíos de información con lo que conoce: nuestra experiencia. Y la experiencia que mejor conocemos… es la nuestra.
Jean Piaget, un psicólogo suizo, observó que los niños pequeños no pueden imaginar lo que otro ve, siente o piensa si es distinto a lo suyo. A medida que crecemos, esa capacidad mejora, pero nunca desaparece del todo la tendencia a usar nuestro propio yo como referencia.
Capítulo 2 – Tu mente, mi molde
¿Cómo imagina el cerebro lo que piensa otro?
Investigaciones en neurociencia muestran que cuando tratamos de entender lo que otra persona está sintiendo o pensando, usamos casi las mismas partes del cerebro que usamos para pensar sobre nosotros mismos.
Estas regiones se llaman “red por defecto” (default mode network), y están activas cuando soñamos despiertos, recordamos algo, pensamos en lo que queremos… o intentamos adivinar qué le pasa a otra persona.
¿Qué problema hay con eso?
El problema es que, al usar nuestro cerebro como molde, muchas veces lo que imaginamos que siente el otro… se parece mucho a nosotros mismos.
Si somos personas que nos tomamos todo de forma personal, quizás pensemos que el otro también. Si somos reservados, tal vez interpretemos silencio como respeto, cuando para otro puede ser indiferencia.
Y cuando las personas son muy distintas (por edad, cultura, historia personal), esta forma de imaginar falla aún más.
Capítulo 3 – Expectativas que no sabías que tenías
“¿Cómo puede no haberlo entendido?”
Otra forma en que el egocentrismo implícito se cuela en nuestras relaciones es a través de las expectativas no expresadas. Esas ideas sobre lo que debería pasar.
Por ejemplo:
“Le conté mi problema, debería haberme escrito después para saber cómo estaba”.
“Le pedí un favor, al menos podría haber dicho que no de otra forma”.
“Está bien que no sienta lo mismo, pero al menos que me lo diga con claridad”.
Todas estas frases parten de una suposición: que el otro debería actuar como yo actuaría. Y cuando eso no pasa, nos duele, nos confunde o nos enoja.
Pero… ¿por qué suponemos eso?
Porque nuestro cerebro está cableado para usar lo conocido como referencia. Y lo más conocido que tenemos… somos nosotros.
Además, solemos pensar que lo que para nosotros es sentido común, también lo es para los demás. Pero el “sentido común” no existe. Lo que para una persona es educación, para otra es frialdad. Lo que para uno es demostrar amor, para otro puede ser invasión.
Capítulo 4 – Lo emocional también distorsiona
No vemos al otro como es, sino como estamos
Cuando estamos ansiosos, tristes o enojados, nuestra forma de interpretar al otro se modifica. Por ejemplo:
En ansiedad, solemos anticipar rechazo donde no lo hay.
En tristeza, percibimos indiferencia donde quizás hay distracción.
En enojo, suponemos mala intención donde podría haber simplemente torpeza.
Este efecto se llama congruencia emocional: lo que sentimos afecta cómo interpretamos lo que vemos.
Además: el error fundamental
Un fenómeno muy estudiado en psicología es que tendemos a atribuir el comportamiento ajeno a su personalidad (“es un desconsiderado”), mientras que explicamos el nuestro por las circunstancias (“estaba cansado”).
Esto hace que juzguemos al otro con más dureza de la que usamos con nosotros mismos, sin siquiera notarlo.
Capítulo 5 – Cómo esto arruina relaciones sin que lo notemos
En pareja
Esperamos que el otro:
“Se dé cuenta solo”.
“Reaccione como yo reaccionaría”.
“Haya aprendido de sus errores”.
Pero si no le decimos cómo somos, cómo sentimos, y no escuchamos de verdad cómo es el otro, lo más probable es que estemos chocando con un reflejo nuestro, no con una persona real.
En la crianza
Proyectamos nuestra historia: lo que sufrimos, lo que nos faltó, lo que no queremos repetir. Pero nuestros hijos son otros. Y muchas veces confundimos acompañar con controlar.
En lo laboral y social
Pensamos: “Yo hubiera llegado a horario”, “A mí me molestaría”, “Yo ya lo habría hecho”, sin entender los recursos, valores o contexto del otro.
Esto genera malestar, chismes, distanciamiento y, sobre todo, frustración.
Capítulo 6 – Cómo salir de la trampa del yo
1. Nombrarlo
Saber que este sesgo existe es el primer paso. Ponernos en alerta cuando nos descubrimos pensando “yo en su lugar…” o “seguro que…” puede ayudarnos a darnos cuenta.
2. Hacer preguntas antes que suposiciones
¿Cómo lo viviste vos?
¿Qué te pasó cuando te lo dije?
¿Estás bien o preferís hablar después?
3. Escuchar con curiosidad, no con juicio
Escuchar para entender, no para corregir. Dejar espacio para que la otra persona sea como es, aunque eso no encaje con lo que esperábamos.
4. Entrenar la empatía y la compasión
La empatía no es “sentir lo mismo”, sino imaginar cómo puede ser estar en ese lugar, con esa historia. Y la compasión es poder decirnos: “Quizás no lo entiendo, pero igual quiero cuidar este vínculo”.
Epílogo – Ver al otro sin usarme como espejo
Aprender a ver al otro tal como es, sin que pase primero por el filtro de lo que somos, es una forma de respeto. Una forma de amor también.
No es fácil. Nuestro cerebro tiende a rellenar los huecos con lo que conoce. Pero podemos aprender a dejar esos huecos abiertos un poco más, para que el otro tenga lugar de verdad.
La próxima vez que alguien reaccione de una forma que no esperabas, podés probar con una pregunta en vez de una suposición. Quizás ahí empiece otro tipo de conversación.
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