
La alternancia como tecnología civilizatoria: tiempo, saciedad y fin de la violencia
- Marcelo Gallo
- Jun 5
- 8 min read
Resumen
Este artículo propone que la capacidad de simbolizar el tiempo y de postergar la saciedad, junto con la instauración de sistemas rituales de alternancia regulada en la distribución de bienes, poder o reconocimiento, constituye uno de los fundamentos de la civilización. Se analiza cómo esta alternancia simbólica —por ejemplo, en prácticas democráticas o en espectáculos deportivos— puede actuar como una vía de canalización de la violencia. Se argumenta que la posibilidad de que torneos deportivos estén parcialmente arreglados para asegurar una distribución rotativa del triunfo refleja una intuición ancestral: que la paz social depende menos de la justicia que de una sensación de inclusión cíclica en la posibilidad de victoria o representación.
1. Introducción: del hambre a la historia
En las especies animales, la violencia suele estar relacionada con la escasez, el territorio o la reproducción. Pero en los seres humanos, dotados de lenguaje y conciencia narrativa, la violencia puede emerger incluso en contextos de saciedad material, producto de humillaciones simbólicas, privaciones relativas o exclusiones sistemáticas de la experiencia de pertenencia.
Esta dimensión simbólica introduce un problema nuevo: la percepción del tiempo, la memoria de agravios y la anticipación de venganzas. Como sugiere Norbert Elias en El proceso de la civilización (1939), el dominio de los impulsos inmediatos —incluida la violencia— no fue sólo un producto del control estatal, sino también de una sofisticación gradual de las formas de representar y administrar el tiempo socialmente.
2. Tiempo, espera y alternancia: un salto evolutivo
La percepción del tiempo y la capacidad de postergar gratificaciones —descrita por Walter Mischel en su estudio sobre el test del malvavisco (1972)— permiten que el deseo no se consuma en el instante, sino que se organice en secuencias, ciclos y ritos. Esta misma capacidad de esperar el turno o de aceptar la derrota temporal es la base de toda competencia simbólica no violenta.
Como dice Michel Serres (1990), “la violencia aparece cuando el contrato simbólico se rompe, cuando uno siente que el tiempo ya no le incluirá en su turno”. Así, la civilización no sería simplemente la represión de la violencia, sino su traducción en forma rítmica: perder hoy, para ganar mañana. Ceder el poder, con la promesa de que el ciclo regresará.
3. El deporte como ritual de canalización simbólica
Los torneos deportivos pueden entenderse como una puesta en escena de esta alternancia ritualizada del triunfo y la frustración. Lo interesante es que, incluso si los resultados fueran arreglados —como algunas teorías de conspiración populares sospechan—, esa manipulación no elimina su función: conservar la ilusión de que todos pueden ganar alguna vez, garantizando la persistencia de la participación colectiva.
En palabras de Roland Barthes (1957), el deporte moderno cumple una función mitológica: “convierte la lucha en espectáculo, y el espectáculo en significación”. Así, el ciclo del campeonato actúa como una narrativa circular que permite a millones de personas experimentar la derrota sin recurrir a la guerra.
Desde esta perspectiva, los rumores sobre arreglos deportivos podrían ser leídos no solo como denuncias, sino como intuiciones inconscientes sobre la necesidad de que el deseo de victoria no sea eternamente frustrado en los mismos sectores sociales, regiones o equipos. Una rotación pactada del triunfo funciona como válvula de descompresión simbólica, igual que los ritos agrarios aseguraban a todos un rol, una estación y un retorno.
4. Democracia como tecnología de alternancia
La democracia representativa cumple una función similar. Aun cuando no siempre represente los intereses reales de las mayorías, su legitimidad simbólica descansa en un principio básico: nadie gobierna para siempre. Al aceptar que el poder se distribuye por turnos y que toda victoria es temporal, la democracia ofrece una vía ritualizada para tramitar la ambición, el enojo y el deseo de justicia sin apelar a la violencia.
Según Chantal Mouffe (2000), la democracia no elimina el conflicto, pero lo institucionaliza en formas aceptables. La figura del “oponente legítimo” reemplaza al “enemigo absoluto”. Esta transición sólo es posible si se confía en que el tiempo —y no la fuerza— restaurará la posibilidad de gobernar.
Del mismo modo que en los juegos olímpicos antiguos se suspendían las guerras para competir en un marco común de reglas, el proceso electoral permite un descanso del odio mediante la promesa de alternancia. Lo que se aplaza no es el deseo de poder, sino su satisfacción inmediata.
5. El hambre, la exclusión y la recaída en la violencia
Pero cuando la percepción del ciclo se rompe, ya sea por fraudes sistemáticos, desigualdades acumuladas o exclusión estructural, el principio de alternancia deja de funcionar. Entonces, como diría René Girard (1972), **la violencia reaparece como intento de restaur
A continuación te presento un artículo extenso y con estilo de tesis, con citas académicas y estructura argumentativa, que explora la hipótesis de que la alternación simbólica y el reconocimiento del tiempo subjetivo y la saciedad constituyen fundamentos de la civilización y mecanismos de pacificación social. Incluye los ejemplos que propusiste (torneos deportivos, democracia), articulados dentro de una reflexión más amplia sobre cultura, violencia y estructura simbólica.
Título: La alternancia simbólica y el valor subjetivo del tiempo: fundamentos de la civilización y de la paz social
Resumen
Este artículo explora la hipótesis de que el reconocimiento subjetivo del tiempo, de la saciedad y del valor diferenciado de las cosas en función del deseo no es solamente una conquista psicológica, sino el fundamento silencioso de la civilización. La alternancia simbólica (la capacidad de aceptar el “turno del otro”) permite reemplazar la satisfacción inmediata y violenta por una lógica de espera, delegación y representación. Sostenemos que sistemas aparentemente dispares como la democracia electoral o los torneos deportivos arreglados obedecen, en sus fundamentos funcionales, a una necesidad de garantizar la alternancia, el reparto simbólico del goce y la simulación regulada de la competencia. Desde una perspectiva transdisciplinar, articulamos ideas de Freud, Girard, Norbert Elias, Johan Huizinga y teorías contemporáneas de psicología evolutiva y teoría de juegos. Argumentamos que la regulación del goce a través del tiempo compartido y de la alternancia sostenida constituye una tecnología civilizatoria esencial.
Introducción: El problema de la violencia y el tiempo
Toda civilización enfrenta el problema estructural de la violencia como mecanismo de apropiación directa del deseo, del poder o del goce. Desde las teorías psicoanalíticas (Freud, 1930) hasta los estudios sobre violencia mimética (Girard, 1972), se ha postulado que el deseo humano se estructura socialmente y entra en conflicto allí donde los símbolos no alcanzan para distribuirlo. El presente artículo propone que un paso clave en la constitución de la vida civilizada ha sido la capacidad de reconocer la saciedad, la alternancia y el valor subjetivo de las cosas en función del tiempo.
Proponemos la noción de alternancia simbólica como clave para entender instituciones tan dispares como los turnos de habla, las elecciones democráticas, las prácticas deportivas o incluso los ciclos de consumo en el capitalismo tardío. Esta alternancia no debe entenderse sólo como técnica de reparto, sino como una forma de transubstanciación temporal del deseo. Es decir: de aprender a esperar, a imaginar que el otro también tiene su turno, y que volverá el propio.
El deseo, la saciedad y la violencia
Freud (1930) en El malestar en la cultura planteaba que la renuncia pulsional es la condición de posibilidad de la vida en común. Sin embargo, esa renuncia no es simplemente supresión, sino reorientación simbólica. Lacan lo expresó en términos de la función del significante y del Otro como instancia mediadora del goce (Lacan, 1966). René Girard, desde otra vertiente, entendía que el deseo humano es mimético: deseamos lo que el otro desea, y eso conduce al conflicto. La violencia ritualizada (el sacrificio, el duelo, la competencia) sirve para contener esa escalada.
La saciedad, en este contexto, aparece como una capacidad psíquica profundamente evolutiva: es la posibilidad de decir “basta”, de aplazar la repetición, de abandonar el estado de urgencia. En neurociencia, esta capacidad está vinculada a los sistemas prefrontales de regulación de impulsos (Miller & Cohen, 2001). En términos conductuales, la tolerancia a la demora de gratificación —como mostró el experimento del marshmallow (Mischel et al., 1989)— predice múltiples competencias sociales futuras.
Alternancia como tecnología de civilización
La alternancia simbólica permite desactivar el conflicto constante por el acceso al goce inmediato. Es un principio estructural que subyace a múltiples dispositivos culturales. Por ejemplo:
En la democracia, se acepta que gobierne otro por un tiempo limitado, con la promesa de alternancia futura. No es solo un sistema de representación, sino una tecnología de postergación simbólica del poder propio.
En los torneos deportivos, incluso si los resultados están arreglados o mediados económicamente, se sostiene la ilusión de alternancia y posibilidad de victoria. Esta ilusión permite que múltiples subjetividades se identifiquen simbólicamente con “su turno”.
En el consumo capitalista, los ciclos de moda y obsolescencia programada funcionan como mecanismos de alternancia de deseo, permitiendo al sujeto sostener la ilusión de satisfacción futura (Bauman, 2007).
En el lenguaje, los turnos de habla son dispositivos mínimos de alternancia donde cada cual espera, en principio, su momento. Su violación genera incomodidad o agresión.
Como señala Johan Huizinga en Homo Ludens (1938), el juego es una de las formas originales de civilización, precisamente porque impone reglas, turnos y límites al deseo de dominio.
Simulación de conflicto y reparto del goce
Uno de los mecanismos más sutiles de la civilización es la capacidad de simular conflicto sin llegar a la violencia real. El deporte, la competencia electoral, los juicios públicos y los reality shows funcionan como dispositivos de puesta en escena regulada de la rivalidad. Pero su función más profunda es administrar la circulación del deseo, distribuir símbolos de goce y renovar el sistema de alternancia.
Aquí podemos introducir el ejemplo sugerido: la posibilidad de que los torneos deportivos estén arreglados para garantizar que diferentes equipos ganen cada tanto. Esta práctica, aunque antideportiva desde el punto de vista ético, puede ser entendida —funcionalmente— como un mecanismo de pacificación. Si cada grupo social tiene la experiencia de “ganar” periódicamente, se reduce la percepción de exclusión y se mantiene la fe en el sistema.
Del mismo modo, la democracia puede ser vista como una tecnología de desactivación del golpe de Estado permanente. La promesa de alternancia permite que incluso quienes pierden acepten, temporalmente, la dominación del otro.
Tiempo subjetivo, deseo y estructuras de repetición
La clave de estos dispositivos es su relación con el tiempo. El deseo no desaparece: se reconfigura en una estructura de promesas, recuerdos y anticipaciones. Como señaló Elias (1939), la civilización consiste en la capacidad de controlar los impulsos a lo largo del tiempo, lo que implica internalizar estructuras simbólicas.
Desde la perspectiva neuropsicológica, el tiempo subjetivo está profundamente ligado a la memoria episódica, la planificación ejecutiva y la construcción narrativa del yo (Tulving, 2002; Damasio, 1999). Es esta construcción la que permite soportar la postergación del deseo. En otras palabras: la alternancia simbólica solo funciona si los sujetos pueden imaginar un futuro, proyectarse hacia él y darle sentido.
Conclusión: el turno como fundamento civilizatorio
Podemos reformular la tesis inicial: la civilización comienza cuando el sujeto aprende a soportar que otro tenga el turno. Este aprendizaje depende de múltiples condiciones: cognitivas, culturales, narrativas y simbólicas. La violencia aparece cuando este pacto se rompe, cuando el tiempo se colapsa, cuando el otro goza “demasiado” y no hay promesa de alternancia posible.
Instituciones como la democracia, el deporte o incluso el arte popular no deben ser leídas solamente como prácticas libres, sino como tecnologías sociales que organizan el deseo, simulan conflicto y distribuyen turnos de goce. La alternancia, en este sentido, no es solo un principio ético o procedimental, sino una infraestructura afectiva del orden social.
Bibliografía
Bauman, Z. (2007). Vida de consumo. Fondo de Cultura Económica.
Damasio, A. (1999). El error de Descartes. Crítica.
Elias, N. (1939). El proceso de la civilización. Fondo de Cultura Económica.
Freud, S. (1930). El malestar en la cultura. Obras completas.
Girard, R. (1972). La violencia y lo sagrado. Anagrama.
Huizinga, J. (1938). Homo Ludens. Alianza Editorial.
Lacan, J. (1966). Escritos. Siglo XXI.
Miller, E. K., & Cohen, J. D. (2001). An integrative theory of prefrontal cortex function. Annual review of neuroscience, 24(1), 167-202.
Mischel, W., Shoda, Y., & Rodriguez, M. L. (1989). Delay of gratification in children. Science, 244(4907), 933–938.
Tulving, E. (2002). Episodic memory: From mind to brain. Annual Review of Psychology, 53(1), 1-25.
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