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Elio de Pixar: los clones del yo y la verdad que se inventa. La disociación y reintegración como proceso de sanacion en la pelicula de Pixar.

  • Writer: Marcelo Gallo
    Marcelo Gallo
  • Oct 5
  • 9 min read
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Por Marcelo Gallo





1. Introducción: la verdad que se inventa



En la tradición de Pixar, cada película traduce un proceso psicológico complejo en un relato accesible y emocionalmente inteligible. Inside Out representó la regulación emocional, Soul exploró el propósito existencial, y Turning Red puso en escena la pubertad como metáfora de autoaceptación.


Elio (2025) continúa esa genealogía con una sensibilidad distinta: aborda la disociación como forma de supervivencia y vía de reintegración.


Elio Solís, un niño de once años que vive con su madre tras la muerte de su padre, es por error elegido “embajador de la Tierra” por una coalición intergaláctica. La premisa parece de ciencia ficción, pero puede leerse como una alegoría interna: un niño traumatizado que sobrevive habitando un mundo inventado.


Desde esta mirada, el espacio exterior es un correlato de su mundo interno, y los personajes que lo habitan son funciones de su mente disociada. En este contexto, la noción de truth in fiction —la verdad emocional contenida en la ficción— permite comprender cómo una narrativa imaginaria puede tener efectos reales sobre la integración psíquica.





2. Clones del yo: la mente que se multiplica para sostenerse



La disociación no es una fractura, sino una estrategia de preservación.

Pierre Janet (1907) la describió como una compartimentalización de la conciencia cuando el trauma supera la capacidad de integración.

Décadas después, van der Kolk (2014) profundizó la idea:


“El yo traumatizado se divide en subsistemas que conservan la experiencia intolerable en estado latente.”


En Elio, los clones que pueblan su universo funcionan como manifestaciones visuales de esas divisiones funcionales del yo.

Cada clon encarna una dimensión escindida: el que observa, el que actúa, el que teme, el que imagina.

En conjunto forman una constelación psíquica que sostiene la continuidad de la vida mental mientras la conciencia central evita el contacto directo con el dolor.


Lejos de ser simples copias, los clones son órganos psíquicos autónomos que operan dentro del mundo interno. En términos neuropsicológicos, podrían equipararse con la coexistencia de redes de procesamiento disociadas (Nijenhuis, 2015).

La mente, frente al trauma, no se apaga: se multiplica para sobrevivir.





3. El mundo interno como hábitat psíquico alternativo



Durante la disociación prolongada, la persona no deja de vivir: vive en otra dimensión de la experiencia.

Donald Winnicott (1971) denominó a ese espacio el área transicional, donde lo interno y lo externo se entrelazan en una zona intermedia de juego, imaginación y simbolización.


Elio habita esa zona: su universo galáctico es un hábitat psíquico alternativo donde puede reorganizar su experiencia.

Los clones, el amigo alienígena y la figura del padre son personificaciones de sus procesos internos:


  • Los clones sostienen la funcionalidad fragmentada.

  • El amigo representa la posibilidad de vínculo y empatía.

  • El padre, la orientación y el sentido que se perdió.



En ese mundo, la continuidad del yo depende de mantener vivo el relato.

El mito personal sustituye la realidad cuando esta se vuelve insoportable.





4. El amigo fantaseado: vínculo y reparación



El amigo alienígena cumple una función terapéutica central: encarna la parte de Elio que aún puede confiar, sentir y conectar.

Desde la teoría del apego, Fonagy (2002) describe cómo la imaginación relacional permite mantener viva la capacidad mentalizadora incluso en contextos de trauma.

El vínculo con un otro imaginario funciona como representación simbólica compensatoria: el sujeto crea un interlocutor que lo ayude a procesar afectos inasimilables.


Cuando Elio cuida a su amigo, en realidad repara una fractura interna.

El gesto de cuidar al otro reconstruye el circuito neuronal del apego seguro —un fenómeno documentado en estudios sobre empatía y sistema espejo (Gallese, 2011).

La fantasía se vuelve una práctica somática: reactiva en el cuerpo la posibilidad de ternura que la realidad le negó.


“Al ayudar a su amigo fantaseado, Elio ayuda a las partes de sí mismo que quedaron atrapadas en el trauma.”





5. El padre simbólico: proyección, herida y guía



La figura del padre opera como un eje fantasmático que organiza el mundo de Elio.

Es la voz que orienta, el modelo que falta, el ideal que da forma al deseo.

Desde la pérdida real, se transforma en presencia simbólica: un principio narrativo que estructura la fantasía.


En términos psicoanalíticos, el padre ausente se internaliza como falta estructurante (Lacan, 1958), pero aquí se reconfigura en un sentido activo: no es solo lo que falta, sino lo que llama.

El llamado del padre se convierte en el llamado a la aventura del héroe, en el sentido campbelliano (Campbell, 1949).


De este modo, la narrativa mítica cumple una función reparadora: reordena la pérdida en una secuencia de sentido.

El niño no puede cambiar lo que ocurrió, pero puede otorgarle estructura. El viaje del héroe transforma el trauma en relato: un mecanismo de simbolización que devuelve agencia al sujeto.





6. Ayudar al otro: el mito como dispositivo terapéutico



El momento clave de Elio ocurre cuando el protagonista pasa de la pasividad a la acción: deja de ser observado y se convierte en agente dentro de su propio mito.

En terapia narrativa, ese cambio se denomina reautorización (White & Epston, 1990): la persona se convierte en autor de su historia, no en personaje secundario.


Cada acto heroico dentro de su mundo interno reconfigura su red narrativa:


  • Los clones dejan de ser fragmentos inconexos y comienzan a colaborar.

  • El amigo deja de ser proyección y se convierte en vínculo real.

  • El padre se interioriza como brújula interna, no como fantasma.



El mito del héroe —que Joseph Campbell propuso como estructura universal— funciona aquí como esqueleto terapéutico del trauma: el relato ordena el caos, otorga propósito y conecta al sujeto con un horizonte temporal.





7. Disociación que se vuelve integración



Elio atraviesa todas las etapas del monomito, pero cada una ocurre dentro de su mente.

Su “llamado a la aventura” es el inicio de la imaginación reparadora;

sus “aliados y enemigos” son partes internas;

su “regreso con el elixir” no es un viaje de retorno, sino una reintegración del yo.


La disociación, que comenzó como un refugio, termina funcionando como una matriz de sentido.

Al narrar su mundo, Elio no escapa de su trauma: lo transforma en historia.

Y toda historia, al ser contada, impide la fragmentación.

Como escribió Paul Ricoeur (1983):


“La identidad narrativa es la mediación entre el cambio y la permanencia.”


El relato convierte la discontinuidad de la experiencia en continuidad simbólica.





8. Truth in fiction: la eficacia real de lo imaginario



Pixar trabaja con una noción precisa de verdad: la verdad emocional.

No importa si los hechos son imposibles; importa si la emoción es auténtica.

En términos terapéuticos, esa es la función del truth in fiction: permitir que una verdad subjetiva se experimente dentro de un marco de juego.


En Elio, la disociación construye un escenario narrativo donde la mente puede reorganizar su dolor.

Las figuras imaginarias actúan como interfaces neuropsicológicas que permiten procesar experiencias traumáticas inaccesibles al lenguaje.

Aunque su universo sea ficticio, los efectos son reales: el niño recupera agencia, conexión y coherencia temporal.


El mito del héroe, en esta lectura, deja de ser una fantasía de conquista y se convierte en una tecnología narrativa del sistema nervioso humano: una herramienta milenaria para reorganizar la experiencia ante el sufrimiento.





9. Conclusión: volver a la Tierra



Elio no vuelve del espacio: vuelve de sí mismo.

De ese lugar intermedio entre el recuerdo y la imaginación donde la mente disociada ensaya su supervivencia.

Los clones que lo acompañaron no son enemigos, sino las partes que lo sostuvieron cuando la realidad era insoportable.


La disociación no se “cura” eliminando la fantasía, sino reconociendo su función: fue la arquitectura psíquica que mantuvo viva la continuidad del yo.

El mito del héroe, reinterpretado desde esta perspectiva, no celebra la épica sino la integración.

El héroe no vence: se vuelve uno.



Perfecto 🌠

Entonces avancemos con el artículo titulado:



**“Elio y E.T.: dos formas de sobrevivir a la ausencia.



El duelo relacional y el duelo existencial en la narrativa del yo.”**


Te dejo a continuación el desarrollo completo, ya listo para maquetar en Revista Coco (versión ensayo narrativo-académico, con ritmo emocional, estructura por secciones y un cierre que conecta clínica, cine y mito).





🪞

I. Dos ausencias, dos mundos



En apariencia, E.T. y Elio hablan de lo mismo: un niño y un ser del espacio que se encuentran en medio del dolor.

Pero bajo esa coincidencia se esconde un abismo.

Elliott, en E.T., sufre por la ruptura de un vínculo, no por su aniquilación: su padre lo ha abandonado, pero sigue existiendo.

Elio, en cambio, vive en un mundo donde los padres han muerto, y con ellos, el principio de continuidad simbólica.

La diferencia entre ambas historias no es solo argumental: es ontológica.

Una trata la herida de la separación; la otra, la fractura del ser.





🌌

II. El trauma relacional: E.T. y la herida del abandono



En la película de Spielberg (1982), la ausencia del padre no destruye el universo de Elliott: lo desequilibra, pero deja abierto el canal del amor.

El niño encuentra en E.T. un espejo de su necesidad de cuidado y reciprocidad.

El vínculo telepático que comparten —esa unión emocional sin lenguaje— es la metáfora más clara de la reparación empática: el otro no reemplaza al padre, sino que restablece la capacidad de vincularse.

Desde una lectura clínica, E.T. representa una fantasía reparadora adaptativa: la imaginación al servicio de la conexión.

La criatura extraterrestre encarna la alteridad benigna, el amor incondicional que no juzga ni exige, que reanima la confianza básica en el otro.


Cuando E.T. se va, Elliott ya no es el mismo niño abandonado: puede sostener la pérdida sin romperse.

El duelo se tramita en presencia, no en disociación.

Por eso la última frase —“Estaré aquí mismo”, señalando su frente— no es promesa mágica: es símbolo de integración.





🧠

III. El trauma existencial: Elio y la fractura del yo



Elio (2024) empieza donde E.T. termina.

El niño ya no tiene con quién restablecer el lazo: el mundo ha perdido coherencia.

No hay madre que abrace, ni padre que vuelva, ni dios que responda.

Solo queda la mente fragmentada intentando sobrevivir inventando universos.


La disociación, en ese contexto, no es patología sino mecanismo de salvación: una forma de crear sentido donde ya no hay marco posible.

Los clones, los reflejos, los ecos de sí mismo que pueblan su mundo interior son partes protectoras —estructuras psíquicas que reemplazan temporalmente la función de sostén.

Elio no conversa con alienígenas: dialoga con sus fragmentos, los mismos que un terapeuta podría ayudar a reunir con compasión y paciencia.


A diferencia de Elliott, su viaje no es hacia un otro externo, sino hacia su propia interioridad expandida.

El cosmos no está afuera: es una representación interna de su psique tratando de volver a organizarse después de la catástrofe.





🪙

IV. Lo extraterrestre como espejo del yo



En ambos films, lo alienígena cumple una función simbólica distinta:

Función del Otro

E.T.

Elio

Representa

La alteridad reparadora

El reflejo disociado del yo

Movimiento psíquico

Apertura hacia el vínculo

Reconstrucción desde adentro

Modalidad de fantasía

Empática (expansiva)

Defensiva (autogenerada)

Resultado emocional

Reintegración social

Reintegración ontológica

Lo que para Elliott es un amigo, para Elio es una metáfora de sí mismo.

Uno repara la relación con el mundo; el otro reconstruye la realidad.





🧩

V. Psicología del mito: del duelo al self



Si miramos ambos relatos con los ojos de Joseph Campbell, vemos que los dos niños encarnan el viaje del héroe, pero en niveles distintos:


  • Elliott vive el viaje relacional: salir del hogar roto, encontrar al otro, regresar transformado.

  • Elio atraviesa el viaje existencial: perder el hogar, perderse a sí mismo, y construir un nuevo sentido de identidad en el vacío.



Campbell describe la fase del “vientre de la ballena” como la muerte simbólica del yo.

En Elio, ese vientre no es una ballena sino el cosmos mismo: un espacio mental donde el niño puede morir psíquicamente para renacer sin sus padres, sostenido solo por la memoria afectiva.

La reintegración no ocurre por rescate, sino por recordar su propia existencia.





🫀

VI. La clínica y el espejo roto



En términos clínicos, E.T. se parece a la terapia de apego: el terapeuta como presencia segura que permite restaurar la confianza.

Elio, en cambio, se asemeja al trabajo con trauma complejo o disociación estructural: acompañar al paciente a reconocer sus clones internos, validar la función protectora de cada parte y facilitar el diálogo entre ellas hasta que surja el self integrador.


El terapeuta, en este modelo, no “devuelve al niño al mundo real”, sino que entra en su universo simbólico con respeto, ayudándolo a encontrar coherencia dentro de su multiplicidad.





🌠

VII. Cierre: dos órbitas de la misma necesidad



Elliott necesitaba que alguien se quedara.

Elio necesitaba comprobar que todavía existía alguien que pudiera irse y volver —aunque fuera él mismo.

Uno buscaba presencia; el otro, continuidad.

Ambos, en última instancia, representan la misma pregunta humana:


¿Cómo seguir siendo uno cuando el amor desaparece del mundo?


Y tanto en la clínica como en el arte, la respuesta parece ser siempre la misma:

recordar, en algún nivel, que no somos solo la herida, sino también el hilo que intenta tejerla.




Bibliografía



  • Campbell, J. (1949). The Hero with a Thousand Faces. Princeton University Press.

  • Fonagy, P., Gergely, G., Jurist, E., & Target, M. (2002). Affect Regulation, Mentalization, and the Development of the Self. Other Press.

  • Gallese, V. (2011). Neuroscience and phenomenology: The case of empathy. In T. Fuchs, H. Sattel, & P. Henningsen (Eds.), The Embodied Self (pp. 273–290). Schattauer.

  • Janet, P. (1907). The Major Symptoms of Hysteria. Macmillan.

  • Lacan, J. (1958). La signification du phallus. Écrits. Seuil.

  • Nijenhuis, E. R. S. (2015). The Trinity of Trauma: Ignorance, Fragility, and Control. Vandenhoeck & Ruprecht.

  • Ricoeur, P. (1983). Temps et récit I: L’intrigue et le récit historique. Seuil.

  • van der Kolk, B. A. (2014). The Body Keeps the Score: Brain, Mind, and Body in the Healing of Trauma. Viking.

  • White, M., & Epston, D. (1990). Narrative Means to Therapeutic Ends. Norton.

  • Winnicott, D. W. (1971). Playing and Reality. Routledge.






 
 
 

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© 2025 by Marcelo Gallo de Urioste, Licenciado en Psicología. 

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