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Duelo, deseo y trascendencia: entre la neurociencia, Sócrates y el budismo tibetano

  • Writer: Marcelo Gallo
    Marcelo Gallo
  • Jul 1
  • 9 min read

Por Marcelo Gallo de Urioste


Introducción



Perder a alguien que amamos no solo nos parte el corazón: desorienta nuestros ritmos, nuestros hábitos, nuestra identidad. El duelo no ocurre solo en el alma: también en el cuerpo, en el sistema nervioso, en la forma en que nuestra mente insiste —una y otra vez— en buscar a quien ya no está. A veces, la pérdida se siente como una herida abierta. Otras, como un silencio demasiado grande. Y otras, como un vaivén entre el deseo de volver atrás y la necesidad de seguir adelante sin saber cómo.


Este artículo es una invitación a mirar el duelo con más profundidad y más compasión. A través de la neurociencia del apego, la filosofía socrática, las enseñanzas del budismo tibetano y las tareas del duelo propuestas por J. William Worden, exploramos cómo el dolor de la ausencia puede convertirse —con tiempo, apoyo y presencia— en una forma distinta de amor. Un amor que ya no busca, pero que sigue presente.


No se trata de dar respuestas definitivas. Se trata de acompañar un proceso. De encontrar palabras, metáforas, ejercicios, gestos y silencios que nos ayuden a sostenernos. Porque aunque no podamos evitar el dolor del duelo, sí podemos aprender a estar ahí sin perdernos del todo. Y, quizás, encontrar un modo de seguir vivos también en nombre de quien ya no está.



I. Duelo como craving y despair: una perspectiva neurocientífica



La pérdida de una persona significativa activa un complejo entramado de circuitos cerebrales vinculados al apego, el deseo y el dolor social. Desde la neurociencia afectiva, el duelo puede entenderse como un proceso en dos fases principales: craving (búsqueda compulsiva del otro) y despair (desesperación ante la imposibilidad del reencuentro).


Craving es la insistencia del sistema nervioso en mantener la conexión. La persona doliente puede revisar mensajes, escuchar grabaciones, soñar con el reencuentro. Esta fase activa regiones dopaminérgicas como el área tegmental ventral (VTA) y el núcleo accumbens, similares a las involucradas en el deseo romántico o la adicción (Fisher et al., 2006; O’Connor et al., 2008).


Despair, en cambio, aparece cuando el sistema comienza a registrar la ausencia como definitiva. Aumenta la actividad en la ínsula anterior y la corteza cingulada anterior, asociadas al dolor físico y social (Eisenberger & Lieberman, 2004). El cuerpo entra en un estado de ralentización, apatía y tristeza. Se experimenta como una caída, un vaciamiento. Pero esta caída no es necesariamente patológica: es parte del modo en que el sistema de apego comienza a reconfigurarse.


Estas dos fases no son lineales ni progresivas, sino que suelen alternarse en forma de oleadas. Muchas personas que transitan un duelo describen justamente esa sensación: un momento de aparente calma es interrumpido por una punzada de deseo; un día de intensa búsqueda es seguido por un colapso de llanto o fatiga emocional. Esta alternancia no indica retroceso, sino que forma parte del modo en que el cerebro y el cuerpo intentan regular una ausencia que no pueden comprender del todo.


Desde esta perspectiva, el despair puede cumplir una función inesperada: brindar descanso temporal al sistema extenuado por el craving. Cuando el impulso de buscar al ser amado se vuelve insoportable, el dolor emocional profundo aparece como una forma de rendición fisiológica. No se trata de alivio, sino de un corte momentáneo en la sobreexcitación: el cuerpo, saturado de búsqueda, se deja caer. Este caer no es una falla, sino un gesto del sistema nervioso que, aún sin saber cómo continuar, suelta.


“El dolor social comparte mecanismos con el dolor físico, pero también actúa como marcador de que el reencuentro no es posible. Así, puede facilitar la reorganización del yo.”

— Naomi Eisenberger (2012)


Este movimiento interno entre buscar y soltar, entre ilusionarse y caer, puede entenderse más claramente si lo enmarcamos en las cuatro tareas del duelo propuestas por el psicólogo J. William Worden (2009), que no describen etapas rígidas, sino trabajos emocionales que las personas deben realizar para integrar la pérdida:


  1. Aceptar la realidad de la pérdida


    No solo en lo racional, sino en lo emocional y corporal. Es el paso desde el craving hacia el reconocimiento profundo de que la persona ya no está. Muchas veces, esta tarea se logra no de golpe, sino a través de la repetición de la ausencia.

  2. Trabajar las emociones del duelo


    Aquí aparece el despair como espacio fértil: al permitirnos sentir el dolor, el enojo, el vacío, nos acercamos a la reorganización. Reprimir o intelectualizar estas emociones suele prolongar el sufrimiento. Dejar que el cuerpo sienta es parte del trabajo.

  3. Recolocar al fallecido en la vida emocional


    Esta tarea propone que el vínculo no se destruye, sino que se transforma. De presencia física a presencia simbólica, de cotidiano a interior. Es lo que en neurociencia podríamos llamar reactivación controlada de memorias vinculares sin búsqueda de recompensa inmediata.

  4. Reinvertir energía en otros vínculos y proyectos


    No se trata de “olvidar”, sino de liberar recursos psíquicos que estaban destinados a mantener el vínculo como si siguiera siendo físico. Esto implica reconstruir identidad, propósito y dirección vital.



Estas tareas no son lineales ni universales, pero ayudan a comprender que el duelo no es algo que simplemente se “pasa”, sino algo que se atraviesa activamente. Y que incluso en los momentos más oscuros del despair, hay una inteligencia orgánica en juego, intentando reorganizar la vida después del quiebre.





Ejercicio 1: Reconociendo el craving



  1. Cerrá los ojos y recordá un momento en el que deseaste fuertemente hablar o ver a la persona fallecida.

  2. Observá las sensaciones físicas que aparecen: ¿hay presión en el pecho? ¿energía en los ojos o en las manos?

  3. Poné nombre a ese impulso: “Estoy deseando contacto”, “Mi cuerpo está buscando”, “Este es mi craving”.

  4. Anotá en un cuaderno cómo cambia esa sensación cuando la nombrás sin juzgarla.






II. Sócrates y la práctica de la muerte: desapego como sabiduría



En el Fedón, Platón retrata las últimas palabras de Sócrates antes de beber la cicuta. Mientras sus discípulos lloran, él los calma: no teme morir, porque ha dedicado su vida a prepararse para ese momento.


“Los verdaderos filósofos se ejercitan en morir, y por lo tanto están menos preocupados que otros cuando llega su hora.”

— Platón, Fedón (67e)


Sócrates no rechaza el cuerpo, pero sí desconfía de sus deseos. Para él, la muerte es liberación del alma, que por fin puede contemplar la verdad sin las distorsiones de los sentidos. Su serenidad no es frialdad, sino el resultado de una disciplina interior.


Desde la neurociencia, podemos hipotetizar que Sócrates cultivó mecanismos de regulación emocional y desapego cognitivo que hoy relacionamos con prácticas meditativas. Su entrenamiento en observar pensamientos sin identificarse con ellos se parece al reencuadre cognitivo, una técnica validada por décadas de investigación en regulación emocional (Gross, 2002).


Podríamos decir que Sócrates ya había realizado las tareas de Worden, especialmente la cuarta: reinvertir su energía en un proyecto de sentido más allá del apego personal, en este caso, el servicio a la verdad y a la filosofía.





Ejercicio 2: Una práctica socrática



  1. Pensá en una pérdida que estés atravesando o que hayas atravesado.

  2. Hacete las preguntas socráticas:


    • ¿Qué es lo que más me duele perder?

    • ¿Es posible que haya algo en mí que permanezca más allá de esa pérdida?

    • ¿Cómo viviría este momento si ya supiera que la muerte es parte del camino?


  3. Anotá tus respuestas, sin intentar llegar a “la verdad”, sino para observar cómo te ves desde una perspectiva más amplia.






III. El Libro Tibetano de la Vida y la Muerte: claridad en el tránsito



El Bardo Thödol, conocido en Occidente como El Libro Tibetano de los Muertos, enseña que la conciencia atraviesa distintos estados tras la muerte física. El estado emocional en el que morimos condiciona la calidad de ese tránsito. El apego, la rabia o el miedo pueden arrastrarnos a experiencias confusas; la lucidez, la compasión y la aceptación permiten una transición más armoniosa (Rinpoche, 1994).


“Lo que más teme el moribundo no es la muerte, sino la confusión provocada por su apego a la vida.”

— Sogyal Rinpoche, El libro tibetano de la vida y la muerte


Este enfoque resuena con las tareas del duelo. En particular, la tercera tarea (recolocar al fallecido en la vida emocional) y la primera (aceptar la pérdida) son centrales en la tradición budista tibetana. Los rituales y meditaciones ayudan tanto al alma del fallecido como al doliente a soltar con amor.





Ejercicio 3: Meditación de soltar



  1. Sentate en silencio y visualizá a la persona fallecida frente a vos.

  2. En silencio, repetí: “Gracias por lo que compartimos. Te llevo conmigo, pero te dejo libre”.

  3. Observá si aparece tristeza, resistencia o alivio.

  4. Si querés, escribí una carta simbólica en la que expreses lo que aún no habías podido decir.






IV. Acompañar el duelo con sabiduría encarnada



La neurociencia, la filosofía y la espiritualidad parecen coincidir en un punto clave: el sufrimiento no proviene solo de la pérdida, sino del intento de evitarla o negarla.


Practicar el duelo no significa “superar” la pérdida, sino transformarla en parte de uno. Reconfigurar los circuitos del apego sin suprimir el amor. Dejar de buscar sin dejar de honrar.


Acompañar este proceso requiere momentos de conciencia, no solo de catarsis. Escribir, meditar, hablar, moverse. Escuchar al cuerpo. Reconocer que el deseo de que todo siga igual es natural, pero también que algo más profundo puede emerger cuando soltamos. Las tareas de Worden nos ofrecen una brújula: no para acelerar el camino, sino para no perderlo de vista cuando la noche se extiende.



V. Sostenernos en el duelo: integración y autocuidado



El duelo no es un error del sistema, ni un obstáculo que hay que quitar del medio para volver a funcionar “normalmente”. Es un proceso profundo de reconfiguración del vínculo, del cuerpo y del sentido. No hay una única forma correcta de transitarlo. Pero sí hay formas más amables y sostenibles de acompañarse.


Integrar las perspectivas que vimos —desde la neurociencia, la filosofía socrática, el budismo tibetano y la psicología contemporánea— implica asumir que el dolor tiene un tiempo, un ritmo, y que también puede tener una dirección.


Estas son algunas pautas de autocuidado que pueden acompañar ese camino:





1.

Reconocer que no hay ritmo ideal



El duelo no es lineal. No se “supera” en etapas ordenadas. A veces podemos sentir calma y al día siguiente una punzada de ausencia que nos paraliza. Esto no es un retroceso. Es parte de cómo el sistema nervioso regula la pérdida. No te apures ni te compares.



2.

Descansar del deseo



El craving es agotador. Aceptar momentos de despair no significa resignarse, sino permitir al cuerpo que se rinda por un momento al dolor para poder rearmarse. Permitite sentir, sin buscar explicaciones. El dolor también puede ser descanso.



3.

Buscar espacios seguros de expresión



No siempre podemos hablar con quienes nos rodean. Escribir, dibujar, mover el cuerpo, cantar, tocar un instrumento o simplemente estar en silencio pueden ser formas válidas de expresar. Lo importante no es “descargar”, sino habitar el proceso de manera encarnada.



4.

Recordar sin perseguir



La persona fallecida puede seguir viva en vos de formas nuevas. A veces, en gestos que imitás sin querer. Otras, en palabras que aparecen en momentos claves. Recolocar no es reemplazar, sino permitir que el amor encuentre nuevas formas de sostén.



5.

Cuidar el cuerpo como base emocional



Dormir, hidratarse, moverse, respirar. A veces lo básico se vuelve difícil. Pero el cuerpo no es solo víctima del duelo: también puede ser su herramienta. El cuidado físico suave —baños calientes, caminatas lentas, comidas simples— puede ser más terapéutico de lo que parece.



6.

Pedir ayuda cuando lo simbólico no alcanza



Si sentís que el dolor no se mueve, que tu cuerpo se apaga o se activa sin sentido, que ya no hay nada que te entusiasme, que no podés descansar, ni imaginar un futuro, no estás solo. Hay terapeutas, grupos de duelo, redes de contención. Buscar ayuda no es rendirse: es abrirse a la vida que aún puede continuar.





Ejercicio final: Un gesto de continuidad



Elegí un pequeño ritual que puedas sostener una vez por semana, durante el tiempo que necesites:


  • Plantar algo nuevo.

  • Encender una vela.

  • Leer una carta.

  • Mirar el cielo unos minutos.

  • Cocinar un plato que compartían.

  • Salir a caminar sin destino.



Lo importante no es lo que hacés, sino desde dónde lo hacés: no para volver al pasado, sino para crear un presente donde el amor y la pérdida puedan coexistir sin destruirse mutuamente.




“El duelo no es el precio del amor. Es su continuación, en otra forma.”

— Marcelo Gallo de Urioste




Referencias bibliográficas



  • Coan, J. A., & Sbarra, D. A. (2015). Social Baseline Theory: The social regulation of risk and effort. Current Directions in Psychological Science, 24(4), 253–258.

  • Eisenberger, N. I., & Lieberman, M. D. (2004). Why it hurts to be left out: The neurocognitive overlap between physical and social pain. Trends in Cognitive Sciences, 8(7), 294–300.

  • Eisenberger, N. I. (2012). The pain of social disconnection: Examining the shared neural underpinnings of physical and social pain. Nature Reviews Neuroscience, 13(6), 421–434.

  • Fisher, H. E., Aron, A., & Brown, L. L. (2006). Romantic love: A mammalian brain system for mate choice. Philosophical Transactions of the Royal Society B, 361(1476), 2173–2186.

  • Gross, J. J. (2002). Emotion regulation: Affective, cognitive, and social consequences. Psychophysiology, 39(3), 281–291.

  • O’Connor, M. F., Wellisch, D. K., Stanton, A. L., Eisenberger, N. I., Irwin, M. R., & Lieberman, M. D. (2008). Craving love? Enduring grief activates brain’s reward center. NeuroImage, 42(2), 969–972.

  • Rinpoche, S. (1994). El libro tibetano de la vida y la muerte. Ediciones Urano.

  • Platón. Fedón. Traducción de Carlos García Gual. Editorial Gredos.

  • Worden, J. W. (2009). Grief counseling and grief therapy: A handbook for the mental health practitioner. Springer Publishing Company.

 
 
 

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