Cuando el terapeuta solo escucha: los riesgos de una relación terapéutica unilateral
- Marcelo Gallo
- May 23
- 4 min read

En el imaginario popular —y lamentablemente aún en muchas prácticas clínicas— persiste la idea de que el rol del terapeuta es escuchar en silencio, mientras el consultante se desahoga. Esta imagen, cercana a la de un “confesor laico”, puede tener raíces históricas en ciertos estilos clásicos del psicoanálisis, pero hoy sabemos que mantener este formato como única vía conlleva serios riesgos tanto para el proceso terapéutico como para la salud psíquica del consultante.
1. El mito de la escucha pasiva
El mito del terapeuta silente está asociado con la creencia de que la sola catarsis verbal promueve cambios profundos. Sin embargo, numerosos estudios han cuestionado esta noción. Por ejemplo, Norcross & Wampold (2011) señalan que la alianza terapéutica, más que la técnica específica, es el principal predictor del éxito terapéutico, y esta alianza requiere bidireccionalidad, no una escucha pasiva.
Como también señala Greenberg (2015) en su trabajo sobre la terapia centrada en las emociones, “escuchar sin intervenir puede, en muchos casos, consolidar patrones desadaptativos y evitar el procesamiento emocional profundo”. Es decir, si el terapeuta no ayuda a reorganizar y resignificar lo que escucha, corre el riesgo de fortalecer lo que el consultante ya hace internamente: rumiar.
2. La rumiación disfrazada de introspección
Muchos pacientes llegan con estilos de pensamiento rumiativo, especialmente quienes padecen ansiedad o depresión. La rumiación se caracteriza por una repetición ineficaz de pensamientos sin resolución, que aumenta la activación emocional negativa (Nolen-Hoeksema et al., 2008). Si el terapeuta solo escucha sin intervenir, puede convertirse en un facilitador de esa rumiación en lugar de interrumpirla o transformarla.
Segal, Teasdale y Williams (2002), al desarrollar el enfoque de Terapia Cognitiva basada en Mindfulness, explican que el paso de “hacer” a “ser” implica aprender a observar los pensamientos sin enredarse en ellos, y eso requiere guía activa del terapeuta, no solo espacio de escucha.
3. El peligro de la validación sin contención
Un terapeuta que solo escucha y asiente puede generar una sensación inicial de validación, pero sin marco contenedor o dirección clara, esa validación puede volverse peligrosa. Linehan (1993) en su modelo de Terapia Dialéctico-Conductual (DBT) advierte sobre la validación invalidante: cuando se valida la emoción pero no se ofrecen herramientas para modularla ni se desafían las creencias desadaptativas que la sostienen.
Esto es especialmente relevante en casos de autolesión, trauma complejo o dependencia emocional, donde la repetición de ciertos relatos puede reforzar el sufrimiento sin abrir vías de salida.
4. Desmentalización y relación no recíproca
El psicoanalista y psiquiatra Peter Fonagy (2002) advierte que una relación terapéutica eficaz requiere mentalización, es decir, que ambas partes mantengan en mente los estados mentales propios y del otro. Cuando el terapeuta se vuelve una “pantalla” o una “esponja”, desaparece como sujeto en la relación. Esto no solo es despersonalizante para él, sino que también impide al paciente confrontar la inter-subjetividad.
En palabras de Bateman y Fonagy (2012):
“El terapeuta que se borra para dejar todo el espacio al paciente no facilita la capacidad de mentalizar, sino que puede fomentar una regresión a relaciones donde el otro no estaba disponible como mente.”
5. El rol activo del terapeuta como agente de cambio
Numerosos enfoques contemporáneos sostienen la necesidad de que el terapeuta participe activamente en el proceso: preguntando, reflejando, modelando habilidades, ofreciendo metáforas o desafíos. La Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), por ejemplo, destaca el rol del terapeuta como guía y compañero (Hayes et al., 1999), no como mero testigo.
En palabras de Louise Hayes (2020), co-creadora del modelo DNA-V para adolescentes:
“Estar presente no es suficiente. Hay que estar presente con dirección, con valores compartidos y con acciones intencionales.”
6. La carga emocional para el terapeuta
Un aspecto poco discutido pero importante es el impacto emocional sobre el terapeuta que escucha sin intervenir. El fenómeno conocido como fatiga por compasión o carga empática secundaria (Figley, 1995) se agrava cuando el profesional se ve imposibilitado de actuar. Como dice la investigadora en trauma Babette Rothschild (2006), “escuchar trauma sin movimiento puede hacer que el cuerpo del terapeuta lo registre como suyo”.
7. ¿Y el consultante? ¿Qué aprende?
Finalmente, si el consultante solo habla y el terapeuta no interviene, ¿qué está aprendiendo? ¿Está siendo modelado en nuevas formas de vincularse, pensar o actuar? Bandura (1977) nos recuerda que gran parte del aprendizaje humano ocurre por modelado. Un terapeuta que muestra curiosidad, autorregulación, empatía activa y capacidad de jugar con el lenguaje y las ideas, ofrece al consultante un nuevo repertorio relacional, no solo un espacio.
Conclusión: la terapia como danza y no como monólogo
La psicoterapia efectiva no es un monólogo ni un confesionario. Es un acto dialógico, una danza de sentidos compartidos, donde el terapeuta no desaparece, sino que participa con presencia, dirección y sensibilidad. Escuchar es fundamental, pero también lo es saber cuándo hablar, intervenir, contener, interpretar, preguntar, confrontar con amor.
Reducir al terapeuta a un espejo silencioso es negar su potencial transformador.
Bibliografía seleccionada:
Bandura, A. (1977). Social Learning Theory. Prentice-Hall.
Bateman, A. W., & Fonagy, P. (2012). Handbook of Mentalizing in Mental Health Practice. American Psychiatric Pub.
Figley, C. R. (1995). Compassion Fatigue: Coping With Secondary Traumatic Stress Disorder In Those Who Treat The Traumatized. Brunner-Routledge.
Fonagy, P., et al. (2002). Affect Regulation, Mentalization, and the Development of the Self. Other Press.
Greenberg, L. S. (2015). Emotion-Focused Therapy: Coaching Clients to Work Through Their Feelings. APA.
Hayes, S. C., Strosahl, K. D., & Wilson, K. G. (1999). Acceptance and Commitment Therapy: An Experiential Approach to Behavior Change. Guilford Press.
Linehan, M. M. (1993). Cognitive-Behavioral Treatment of Borderline Personality Disorder. Guilford Press.
Nolen-Hoeksema, S., Wisco, B. E., & Lyubomirsky, S. (2008). “Rethinking Rumination”. Perspectives on Psychological Science, 3(5), 400–424.
Norcross, J. C., & Wampold, B. E. (2011). Evidence-Based Therapy Relationships: Research Conclusions and Clinical Practices. APA.
Rothschild, B. (2006). Help for the Helper: The Psychophysiology of Compassion Fatigue and Vicarious Trauma. W. W. Norton & Co.
Segal, Z. V., Teasdale, J. D., & Williams, M. G. (2002). Mindfulness-Based Cognitive Therapy for Depression. Guilford Press.
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